
Deseo dejar bien claro el siguiente asunto, para que nadie saque conclusiones erróneas.
En el artículo titulado CENSURA Y REPRESALIAS, del día 11 de Noviembre, no cité el nombre del canal de radio donde yo era colaborador. Así lo hice porque lo que yo pretendía era contar un sucedido que demostraba hasta qué punto, incluso en medios locales, los intereses económicos pueden intentar coartar la libertad de información tanto y tan efectivamente como los intereses políticos o personales.
He recibido un mail en el que se da por sentado algo que ni se aproxima a la realidad. Reproduzco unas líneas de dicho mail.
“Apostaría a que la radio de donde le echaron fue la emisora local de la COPE, cadena que por aquellos años 80 aun tenía a más de un sacerdote dirigiendo en la sombra varias de las sucursales de algunas ciudades. Usted tocó en hueso y dejó al aire la hipocresía y el doble juego moral de algunos que podían tener relación con los comerciantes que usaba a prostitutas para vender sus productos.”
Necesito dejar claro lo siguiente:
El medio de donde fui expulsado por emitir aquél reportaje fue una emisora local de la SER. En dicha emisora, yo ya no estaba bien visto, desde hacía un par de meses atrás, por el hecho de haber expresado en palabras lo que muchísima gente opinaba sobre el ambiente político de aquél entonces en la ciudad: que el alcalde que gobernaba desde hacía un año no era quien para dar clases ni de honestidad política ni de ninguna otro tipo (tal y como quedó demostrado pocos años después) y que el anterior, que había presumido de ser del partido ya en los tiempos de Franco, se había servido de sus contactos e influencias, durante la dictadura, para enriquecerse con negocios, cuando menos, chocantes, desde el punto de vista legal, e increíblemente rentables.
El hecho de emitir aquel reportaje sobre el certamen internacional y su submundo de prostitución de lujo, comisiones y favores, fue la gota que desbordó el vaso que un joven, impulsivo e idealista reporterito en ciernes había llenado en un tiempo récord.
Para procurar ser aún más equitativo, le contestaré a la persona que se tomó su tiempo en enviarme el referido mail, que agradezco sinceramente, que en mi escaso e ilusionado paso por algunos medios de comunicación, más como aprendiz de magníficos comunicadores que como colaborador que aporte algo de interés, el medio donde más a gusto me he sentido fue otra estación de radio local, precisamente de la COPE.
En la COPE, durante el par de años que me acogieron como colaborador, hasta que fui a vivir a otra localidad, nadie me cuestionó por practicar otra religión distinta a la mayoritaria en España. Nadie me dijo nunca cómo debía pensar ni opinar ante el micrófono. Y teniendo la COPE tanta relación con la Iglesia Católica, el redactor jefe de noticias era un militante de Izquierda Unida, correcto, convencido, y al que nadie le puso nunca ninguna barrera por delante.
Para demostrar con hechos lo que acabo de explicar, recordaré una tertulia vespertina en la que se estaba tratando un tema muy, muy delicado.
Un matrimonio Testigos de Jehová, en España, años 90, había decidido, de acuerdo a los preceptos de su religión, no permitir transfusiones de sangre para su hijo de 9 años, aquejado de una gravísima enfermedad cuyo tratamiento necesitaba precisamente de esas transfusiones.
Lamentablemente, uno de los participantes de la tertulia y bastantes de los oyentes que llamaban para opinar, el debate derivó hacia lo insultos y las burlas contra Los Testigos de Jehová, “que dejaban morir de ese modo a sus hijos”.
Cuando pude tomar la palabra, aclaré a la audiencia que yo era mormón; miembro de la Iglesia de Jesucristo y practicante comprometido con los principios que mi iglesia defiende. Aclaré también que no estaba de acuerdo con muchas de las prácticas de los Testigos de Jehová, cosa que no iba a empujarme a criticarlos ni vituperarlos, tal y como ellos hacen contra nosotros en su literatura y sus sitios de internet. Y que yo sentía en ese momento la necesidad de llamar a los oyentes a la reflexión. Que respetasen al menos el terrible dolor y conflicto interno que debían estar sufriendo los padres de ese niño que iba a morir por poner ellos en práctica algo que su religión defiende. Que yo tampoco compartía en absoluto la doctrina que prohíbe las transfusiones de sangre, pero que eso no era excusa para promover el insulto y el desprecio. Que nada decía a favor, sino más bien al contrario, de quienes con sus burlas y convertían aquel doloroso asunto en una guerra de religiones que, como todas, solo podía tener un resultado. El distanciamiento sin remedio entre las personas.
No he dejado de dar gracias a Dios desde aquella noche, por haber tocado Él los corazones de los oyentes de aquel modesto programa de radio, que cambiaron radicalmente el tono de sus intervenciones. No creo exagerar si confieso que fui yo, seguramente, quien más aprendió de la buena gente que fue capaz de ver con otros ojos la posición del prójimo.
Cuando el programa terminó, mi sorpresa fue aún mayor al encontrar, en el portal del edificio donde se hallaba la emisora, varios matrimonios Testigos de Jehová que habían venido a agradecerme mi respeto. Fue la segunda gran lección de agradecimiento y humildad que aprendí aquella noche.
La tercera lección, de cariño y simpatía, la recibí de buen gusto al día siguiente, cuando mi entrañable y excelente amigo, ya fallecido, padre franciscano de venerable y canosa barba, tan abultada como su desmedida afición al equipo de fútbol de la ciudad, que me abrazó (para mi sonrojo) ante el patio de recreo en pleno del colegio de primaria donde él daba clases de fútbol y tenis de mesa. No sé si fue peor el pitorreo de la chiquillada o las risas de las dos señoras de la limpieza.
Jamás, en la COPE, nadie me recriminó por mi actitud en aquél programa. Ni tuve percepción posterior de que yo podía ser mirado con recelo por haber hablado públicamente de mi religión o haber pedido respeto por los practicantes de otra. Pero debo confesar que tengo la impresión – y puede que me equivoque – de que esta misma situación que he descrito, trasladada punto por punto a la cadena que me expulsó años antes hubiera terminado de modo muy distinto.
Cuestión de libertad, supongo.
En el artículo titulado CENSURA Y REPRESALIAS, del día 11 de Noviembre, no cité el nombre del canal de radio donde yo era colaborador. Así lo hice porque lo que yo pretendía era contar un sucedido que demostraba hasta qué punto, incluso en medios locales, los intereses económicos pueden intentar coartar la libertad de información tanto y tan efectivamente como los intereses políticos o personales.
He recibido un mail en el que se da por sentado algo que ni se aproxima a la realidad. Reproduzco unas líneas de dicho mail.
“Apostaría a que la radio de donde le echaron fue la emisora local de la COPE, cadena que por aquellos años 80 aun tenía a más de un sacerdote dirigiendo en la sombra varias de las sucursales de algunas ciudades. Usted tocó en hueso y dejó al aire la hipocresía y el doble juego moral de algunos que podían tener relación con los comerciantes que usaba a prostitutas para vender sus productos.”
Necesito dejar claro lo siguiente:
El medio de donde fui expulsado por emitir aquél reportaje fue una emisora local de la SER. En dicha emisora, yo ya no estaba bien visto, desde hacía un par de meses atrás, por el hecho de haber expresado en palabras lo que muchísima gente opinaba sobre el ambiente político de aquél entonces en la ciudad: que el alcalde que gobernaba desde hacía un año no era quien para dar clases ni de honestidad política ni de ninguna otro tipo (tal y como quedó demostrado pocos años después) y que el anterior, que había presumido de ser del partido ya en los tiempos de Franco, se había servido de sus contactos e influencias, durante la dictadura, para enriquecerse con negocios, cuando menos, chocantes, desde el punto de vista legal, e increíblemente rentables.
El hecho de emitir aquel reportaje sobre el certamen internacional y su submundo de prostitución de lujo, comisiones y favores, fue la gota que desbordó el vaso que un joven, impulsivo e idealista reporterito en ciernes había llenado en un tiempo récord.
Para procurar ser aún más equitativo, le contestaré a la persona que se tomó su tiempo en enviarme el referido mail, que agradezco sinceramente, que en mi escaso e ilusionado paso por algunos medios de comunicación, más como aprendiz de magníficos comunicadores que como colaborador que aporte algo de interés, el medio donde más a gusto me he sentido fue otra estación de radio local, precisamente de la COPE.
En la COPE, durante el par de años que me acogieron como colaborador, hasta que fui a vivir a otra localidad, nadie me cuestionó por practicar otra religión distinta a la mayoritaria en España. Nadie me dijo nunca cómo debía pensar ni opinar ante el micrófono. Y teniendo la COPE tanta relación con la Iglesia Católica, el redactor jefe de noticias era un militante de Izquierda Unida, correcto, convencido, y al que nadie le puso nunca ninguna barrera por delante.
Para demostrar con hechos lo que acabo de explicar, recordaré una tertulia vespertina en la que se estaba tratando un tema muy, muy delicado.
Un matrimonio Testigos de Jehová, en España, años 90, había decidido, de acuerdo a los preceptos de su religión, no permitir transfusiones de sangre para su hijo de 9 años, aquejado de una gravísima enfermedad cuyo tratamiento necesitaba precisamente de esas transfusiones.
Lamentablemente, uno de los participantes de la tertulia y bastantes de los oyentes que llamaban para opinar, el debate derivó hacia lo insultos y las burlas contra Los Testigos de Jehová, “que dejaban morir de ese modo a sus hijos”.
Cuando pude tomar la palabra, aclaré a la audiencia que yo era mormón; miembro de la Iglesia de Jesucristo y practicante comprometido con los principios que mi iglesia defiende. Aclaré también que no estaba de acuerdo con muchas de las prácticas de los Testigos de Jehová, cosa que no iba a empujarme a criticarlos ni vituperarlos, tal y como ellos hacen contra nosotros en su literatura y sus sitios de internet. Y que yo sentía en ese momento la necesidad de llamar a los oyentes a la reflexión. Que respetasen al menos el terrible dolor y conflicto interno que debían estar sufriendo los padres de ese niño que iba a morir por poner ellos en práctica algo que su religión defiende. Que yo tampoco compartía en absoluto la doctrina que prohíbe las transfusiones de sangre, pero que eso no era excusa para promover el insulto y el desprecio. Que nada decía a favor, sino más bien al contrario, de quienes con sus burlas y convertían aquel doloroso asunto en una guerra de religiones que, como todas, solo podía tener un resultado. El distanciamiento sin remedio entre las personas.
No he dejado de dar gracias a Dios desde aquella noche, por haber tocado Él los corazones de los oyentes de aquel modesto programa de radio, que cambiaron radicalmente el tono de sus intervenciones. No creo exagerar si confieso que fui yo, seguramente, quien más aprendió de la buena gente que fue capaz de ver con otros ojos la posición del prójimo.
Cuando el programa terminó, mi sorpresa fue aún mayor al encontrar, en el portal del edificio donde se hallaba la emisora, varios matrimonios Testigos de Jehová que habían venido a agradecerme mi respeto. Fue la segunda gran lección de agradecimiento y humildad que aprendí aquella noche.
La tercera lección, de cariño y simpatía, la recibí de buen gusto al día siguiente, cuando mi entrañable y excelente amigo, ya fallecido, padre franciscano de venerable y canosa barba, tan abultada como su desmedida afición al equipo de fútbol de la ciudad, que me abrazó (para mi sonrojo) ante el patio de recreo en pleno del colegio de primaria donde él daba clases de fútbol y tenis de mesa. No sé si fue peor el pitorreo de la chiquillada o las risas de las dos señoras de la limpieza.
Jamás, en la COPE, nadie me recriminó por mi actitud en aquél programa. Ni tuve percepción posterior de que yo podía ser mirado con recelo por haber hablado públicamente de mi religión o haber pedido respeto por los practicantes de otra. Pero debo confesar que tengo la impresión – y puede que me equivoque – de que esta misma situación que he descrito, trasladada punto por punto a la cadena que me expulsó años antes hubiera terminado de modo muy distinto.
Cuestión de libertad, supongo.