
Enero del cincuenta y nueve. Cuba entra en una nueva era de la que medio siglo después aún no se ve el fin.
Quienes pudieron huir a tiempo de la isla poco podían imaginar que aquella etapa de horror iba a proseguir por muchas décadas. Por añadidura, buena parte de los partidarios de Fidel Castro – incluidas ciertas ordenes religiosas que vitoreaban al comandante a su entrada en La Habana – pudieron comprobar, bien pronto y en carne propia, que las palabras Libertad y Democracia, en boca de los Castro, Guevara y sus colaboradores, se habían convertido en el timo político más escandaloso del siglo XX.
Hoy se han cumplido cincuenta años desde aquel desgraciado momento de la historia reciente en el que se rubricaba la condena de Cuba a su definitiva falta de libertad. He podido leer hoy muchos artículos de cubanos en el exilio, de medios españoles, ingleses y norteamericanos. La sensación general es de pesimismo, exactamente igual que hace diez años, cuando muchos asegurábamos que la enfermedad o la muerte de Fidel no haría más que colocar a su hermano Raúl como un sustituto que perpetuara el régimen del miedo en la isla.
Observo el resultado de aquella revolución y del ideal político que esta impuso por la fuerza: miseria, ausencia de libertad, dictadura y muerte.
Desde que empecé a interesarme realmente por Cuba y su realidad, no ha dejado de llamarme la atención la actitud de total connivencia de muchos sectores de la sociedad europea con Fidel Castro y su sistema opresor. Dejando a un lado el supuesto ideario político de Castro, cosa que es realmente imposible si se quiere analizar las causas y las consecuencias de estos cincuenta años de dictadura en Cuba, No deja de sorprenderme el hecho de que, comprobado hasta la saciedad en medio mundo, el resultado inmediato del comunismo, todavía haya defensores y admiradores que, desde sus cómodas posiciones y posesiones de país desarrollado, alaben al castrismo como una verdadera y evolucionada democracia.
De verdad que no puedo comprenderlo. Los resultados de la ideología comunista están a
Gobernantes, políticos, escritores, periodistas, comunicadores, artistas… La lista es larga. Acuden a Cuba para alojarse en los mejores hoteles, desde los que no se aprecia la miseria del pueblo. Desde allá tanto como desde sus propios países han adulado al castrismo al mismo tiempo que han denostado a sus propias sociedades, en las que disfrutan de una libertad de expresión que, en tierra de Fidel, hubiera podido costarles años de prisión.
En definitiva, prácticamente dos generaciones cubanas han nacido sin conocer ni la libertad ni el más mínimo progreso. Tan solo saben de un sistema que les amenaza a diario con
Desgraciadamente, no parece que haya luz al final del túnel. El castrismo sigue vivo. La continuidad de Raúl Castro, sostenida por los intereses económicos de los corruptos jefes de la revolución, está bien cimentada en un país que apenas recuerda lo que es vivir en libertad. Aquí, en Europa, los progresistas se resisten a criticar a esa dictadura icono de la izquierda rancia. En otros países, como es el caso de Estados Unidos y Canadá, los cubanos en el exilio, y su segunda y tercera generación nacidas en esos países, han trabajado duramente, han prosperado, pero la mayoría de ellos ha dejado de soñar hace mucho tiempo con volver a la isla definitivamente, porque están sólidamente integrados en sus nuevas naciones.
Solo me resta decir que el colectivo cubano en el exilio es tenido como un pueblo industrioso y emprendedor, con un valor intrínseco del que la revolución prescindió y privó a su propia patria.
No pienso apelar a la conciencia y humanidad del régimen comunista cubano, porque estoy convencido que no posee tales virtudes. Lo que me duele tanto como la tragedia cubana es el hecho de que aquí, en España, haya gente que aún cree que aquél régimen es, como decían las consignas castristas en los noventa, el último reducto contra el imperialismo yankee. Reducto de turismo de clase, corrupción administrativa y policial y fácil mercado de pederastia, prostitución y abuso sexual infantil, para turistas y altos cargos del gobierno, para mayor gloria de la revolución.