Al margen de su modo de expresar sus ideas anti americanas, él tenía razón en lo que exponía.
La conversación había derivado, durante la tertulia después de una comida a la que asistíamos unas cuarenta personas, hacia la imagen de España en el mundo. Algunos comentaban sobre lo que se decía de España en el extranjero no hace demasiados años.
El anti americano – que, según sus palabras, lo era por ser condición indispensable para simpatizar con el comunismo – nos explicaba lo que había leído en algún periódico sobre unas encuestas que el Ministerio de Turismo realizó en Nueva Cork, allá por los ochenta, para conocer de primera mano lo que un norteamericano medio sabía de los españoles y de España.
Yo recuerdo haber leído los resultados de dichas encuestas. La conclusión era para echar a llorar. Aunque, actualmente, la situación haya cambiado radicalmente, en aquellos años (anteayer, como quien dice) para la mayoría de los norteamericanos España era un pequeño y pobre país de Centro América, poblado por unos pocos miles de habitantes, en su mayoría vestidos con sombrero de paja, guayabera y pantalón de lino blanco. Y cuando digo que España era eso para los norteamericanos, me refiero por igual a los anglos y a los nacidos de padres mejicanos, portorriqueños o suramericanos.
El anti americano basaba la raíz de este desastre en el sistema educativo primario y secundario de los Estados Unidos, siempre más pendiente de mirarse el ombligo antes que de comprender y conocer al resto del mundo. A partir de ahí encadenó su charla con las consabidas consignas de los setenta sobre la libertad de los pueblos oprimidos, el imperialismo y otros planteamientos previsibles.
“Básicamente estoy de acuerdo con lo que dijiste sobre el desconocimiento del americano hacia el exterior” le conteste, aprovechando que el pausaba su arenga para encender un cigarrillo. “Pero creo que lo que has dicho es solamente la mitad del problema”
Por supuesto, antes de seguir escuchándome se escudó en mis ideas políticas, como si estas no me dejasen tener el más mínimo criterio y me impidiesen hablar en contra de cualquier cosa referente a Norteamérica.
“No te lances – le interrumpí – y escúchame un momento. ¿Por qué, si le preguntas al mismo norteamericano medio, dónde está Italia o Francia, sabe localizarla inmediatamente en Europa?”
“Pues porque son más conocidas” respondió sonriendo.
“Exacto. Estos países han dedicado muchos esfuerzos para darse a conocer comercial y culturalmente, además de los cientos de miles de emigrantes que cruzaron el océano para establecerse en América. ¿Puedes decirme qué exportó España al resto del mundo, durante la dictadura de Franco, por poner un periodo histórico cualquiera?”
El tipo no quería entrar al trapo. Eso suponía darme la razón, cosa que yo no pretendía. Mi intención era llevarle al terreno en el que se examina el problema desde todos los lados posibles. Pero él no estaba dispuesto a dejarse vencer fácilmente. En realidad tomaba el debate como una cuestión de no dar su brazo a torcer.
“No sé dónde quieres ir a parar.” Contestó.
“Durante el franquismo España exportó Lola Flores, castañuela, pandereta, toros, toreros y paella. Casi exclusivamente. ¿Qué imagen quieres que tuviera España en el resto del mundo? ¿Sabes que en los primeros años ochenta muchos ingleses creían que los ayuntamientos de muchas ciudades y pueblos españoles tenían funcionarios toreros para capturar a los toros que escapaban habitualmente por las calles? ¿Sabes que, en los ochenta, una noruega universitaria se sintió decepcionada en su primer día en Madrid, porque no encontró ningún niño español vestido como torero?. Es lo que ella había visto, siendo niña, en una propaganda turística española”
“¿Me vas a decir ahora que toda la culpa es de España?” Se defendió.
“No. España tiene una parte de culpa. Tiene su cincuenta por ciento. ¿O tú crees que en Estados Unidos, Inglaterra o Canadá, la gente piensa que los franceses visten con camiseta a rayas y tocan el acordeón todo el día? Reconozco que me fastidia que me hayan dicho “olé, olé” en Suiza, hace veinte años. ¿Son los suizos tan incultos, también?”
“No estoy defendiendo a unos más que a otros. Estoy compartiendo culpas. Lo que tú estás haciendo es injusto. Cuando los misioneros de mi iglesia, que vienen a España por dos años, vuelven a los Estados Unidos, marchan enamorados de esta tierra. Allá se agrupan a menudo entre ellos para celebrar comidas españolas y recordar a las gentes que conocieron aquí. Invitan a sus familiares y cocinan para ellos las recetas que aprendieron. Son nuestros mejores embajadores, porque han conocido nuestro país y les encanta, incluso a pesar de algunas experiencias desagradables que más de uno tiene que pasar por cierta intolerancia religiosa que aún existe aquí. Desde final de los ochenta ese desconocimiento ha cambiado mucho. Los eventos internacionales españoles han colocado al país en el mapa, que es precisamente donde no había estado hasta entonces. Para mí, ese era el problema. Falta de información, motivada por muchos factores, de los que España también tuvo su culpa. Tan sencillo como eso.”
El anti americano ya no sabía por donde tirar, como suele decirse aquí. Así que el debate terminó, o más bien se desvió hacia otros asuntos.
Hoy mi esposa y yo estuvimos recordando este episodio mientras comíamos con un matrimonio de San Antonio, Texas, que van a vivir diez y ocho meses en España. Son apasionados de nuestra historia, hasta el punto que la conocen mejor que muchos españoles. Por eso decidieron venir aquí y no a otro país. Y serán buenos embajadores españoles también, cuando regresen a su casa.
A veces, ser más abiertos y comprensivos con los demás es más sencillo de lo que parece. En muchas ocasiones es tan solo una cuestión cultural.
Es decir, que según tu interlocutor tus ideas políticas te impedían 'ser imparcial'. Sin embargo las suyas no. ¿Por qué? Porque se creen que poseen la verdad absoluta, como los Castro. Para ser ateos entienden bastante de revelaciones divinas....
ResponderEliminarQuerido Mike, por una vez, y sin que sirva de precedente, voy a decir lo que me pide el cuerpo, vamos que voy a insultar. Ese señor del que hablas es como poco imbecil, o un pobre idiota. Se puede ser anti americano, yo personalmente lo soy en muchos aspectos, pero de ahí a acusarles de todos los males, va un trecho, y bien grande. Tienes toda la razón en lo que dices, no nos conocían porque no no dábamos a conocer, porque aquí se vivía de las glorias del imperio como si Felipe III continuase en el trono. Si quieres que te conozcan tienes que salir e involucrarte en los temas internacionales con una u otra postura, eso es lo de menos y debes promocionar tu Pais en otros. Si no te vendes mal vas.
ResponderEliminar¡Que tengais tu y los Tuyos un magnífico año!
Pues me temo que esa imbecilidad o estupidez, está tan extendida que es de hecho la norma.
ResponderEliminarEs el reflejo de la sociedad partidista en la que vivimos. Cuando se debate, discute o conversa, no se busca un avance en el conocimiento, un enriquecimiento, se busca por el contrario simplemente la victoria sectaria, aun defendiendo la más completa de las estupideces.
A ver cuando pega un pedo todo esto, y empezamos a madurar como sociedad de una puta vez.
Feliz Año