
Estamos en plena campaña para las Elecciones Europeas y los políticos hacen funcionar sus maquinarias propagandísticas al cien por cien. Maquinas bien engrasadas con demagogia; seguramente, el mejor lubricante que existe para formaciones políticas y grupos similares. A estas alturas, podemos enfadarnos, podemos reír, podemos ser sarcásticos. Podemos reaccionar de muchos modos al oír lo que nos proponen la mayoría de los políticos. Pero lo que no cabe en mi cabeza es que alguien se sorprenda ya de nada.
Zapatero hace campaña en Andalucía; una tierra de la que muchos de sus gobernantes deberían salir avergonzados para no volver más, en lugar de prometer que van a hacer cosas que no han hecho en las dos últimas décadas.
Los interminables años de gobierno autonómico de Manuel Cháves has sido como la losa que impide crecer la hierba. El control absoluto de su partido sobre las instituciones ha favorecido la corrupción hasta tal punto, que a muchos les parece prácticamente imposible limpiar las administraciones de semejante lacra.
Las recientes promesas de José Luís Rodríguez Zapatero sobre el cambio de modelo productivo que se iniciará en Andalucía suenan a hueco. No entiendo cómo nadie puede creerle aún, aunque soy consciente de que el voto clientelar, sostenido con subvenciones, planes de empleo rural y otros subsidios favorecedores, es muy numeroso. Particularmente, conozco en Jaén abundantes casos de votantes “ciegos” del PSOE que jamás cambiarían su voto para no correr el riesgo de perder subvenciones que ayudan a engordar cada mes sus economías sumergidas.
Nada cambia. Pasan los años y hay situaciones que parecen inalterables. Como muestra, un sucedido que viví en primera persona, allá por Octubre de 1990, durante mi estancia laboral en Sevilla y pocos meses antes de que Alfonso Guerra presentara su dimisión como Vicepresidente del Gobierno.
Un taxista me llevaba desde
Al pasar por
A partir de ese momento se acabó la conversación. No volvió a decir una sola palabra.
Le comenté a mi cliente lo sucedido. Recuerdo que estábamos charlando en su despacho, junto al director de una oficina cercana del Banco Zaragozano. “Es normal que dejara de hablarte”, me dijo este. “Le has hecho una pregunta incómoda. La respuesta la sabe todo el mundo en Sevilla. Pero él no sabe quien eres tú y el partido está en todas partes”.
Han pasado casi veinte años. No hace falta añadir nada más.