
El debate energético en España es absolutamente necesario. Ahora más que nunca. Pero el asunto de la energía, su obtención y administración, parece el cascabel de la fábula de Esopo. Nadie se atreve a abordarlo en profundidad. Los problemas que se plantean son, sobre todo, políticos. Y eso, en España, es suficiente para paralizar cualquier proyecto ad eternum, por muy conveniente y provechoso que pueda llegar a ser.
España arrastra un lastre difícil de soltar, en materia energética. Como ya recordé en una ocasión, el tópico bien cultivado de la peligrosidad exagerada de la energía nuclear, explotado hasta la extenuación por cierta tendencia política que buscaba la manipulación fácil y populista del voto, caló hasta la raíz. Como consecuencia principal, nos quedó la dependencia energética de otros países, con los que España ha tenido que transigir en acuerdos económicos que nos hubieran resultados más ventajosos si hubiéramos dispuesto de mayor independencia.
Hay estudios bien documentados cuyos resultaos revelan que el ahorro de costes energéticos, con una estrategia nuclear bien planificada, supondría hasta un 85%. Insisto en que tal ahorro no es lo único importante. Asegurar la independencia de suministro hasta donde sea posible es vital incluso para la seguridad del país. No olvidemos que gran parte de los combustibles fósiles que consumimos vienen de países susceptibles de radicalizarse en su política y perjudicar el suministro a occidente.
Por desgracia, el germen del populismo energético sigue vivo. Periódicamente se manifiesta con algún nuevo líder mediático que convence a las masas de lo que sea necesario convencer. En los últimos años Al Gore ha recorrido el mundo con sus conferencias sobre el calentamiento global, reconvertido posteriormente en cambio climático. Pero no ha sido el único. Localmente, en España, por ejemplo, Zapatero defendió en su programa electoral el desmantelamiento de nuestras centrales nucleares sin ofrecer una alternativa real y verídica a las necesidades de España.
Hasta el día de hoy, ni la rápida proliferación de parques eólicos por la península y las islas puede cubrir un porcentaje significativamente alto de la demanda eléctrica. Las instalaciones de placas solares y dispositivos relacionados con las energías solares térmica y fotovoltaica dan suministro a ciertas funciones básicas, pero no funcionan aún para grandes rendimientos. De hecho, será necesario investigar e idear una segunda generación de estos dispositivos para solventar el problema de la necesidad de grandes superficies instaladas para captar y convertir la energía solar. Los combustibles fósiles tienen un coste contaminante excesivo para el medio ambiente y la economía, además de estar en manos, en su mayor parte, de países potencialmente conflictivos para la economía mundial.
Ni siquiera todos estos factores, acuciantes algunos de ellos, parecen llevar a la reflexión a las autoridades españolas. La hipocresía de muchos políticos, no solo de izquierdas, juega en contra de quienes abogan por estudiar soluciones como la energía nuclear. El poso dejado por activistas tales como Gwyneth Cravens, activista de pro durante los setenta y ochenta, es demasiado espeso como para que la propia Cravens, reconvertida en defensora de la energía nuclear, pueda despejarlo con éxito. Aún hoy en día es fácil encontrar quien se opone a las centrales nucleares simplemente porque sí. O, como decían algunos entonces, porque podían explotar.
España necesita poner en marcha una nueva estrategia energética. Para ello es necesario que nos libremos de viejos clichés y leyendas urbanas; cosa que puede resultar complicada en un país en el que unos siguen echando en cara a otros la guerra civil del 36. Pero cada día parece más evidente que si España no se decide de una vez a asegurar la mayor cota posible de independencia energética, acabaremos pagando muy caro la demagogia de nuestros políticos.