Vuelve el asunto SITEL a aparecer en algunos medios, y con él diferentes opiniones en cuanto a su posible uso y consecuencias.
Con mis errores – muchos – y aciertos – alguno – hace mucho tiempo que defiendo para mí el no querer hablar ni escribir con medias tintas, ni procurando contentar a todos. No tengo porqué hacer ni lo uno ni lo otro, si quiero conducirme mediante unos principios que considero correctos.
De modo que, espero no espantar a nadie, considero que una herramienta como SITEL es necesaria en los tiempos en que vivimos. Pero, como toda herramienta, su funcionalidad y resultados dependerán siempre de la legislación que la sustente y de las manos que la usen. Del mismo modo que una llave allen no sirve de nada tirada en el suelo, o puede provocar un accidente si con ella manipulamos el tornillo indebido, SITEL puede convertirse, en manos de ciertos políticos y gobernantes, en el camino más rápido para derivar esta supuesta democracia en la que vivimos hacia un régimen aún más interventor en las libertades a las que el individuo y la sociedad no deberían renunciar.
Con una ley coherente en la mano, con los principales poderes del estado convenientemente separados, con organismos policiales asépticamente aislados de influencias políticas y gubernamentales, y con una sociedad dispuesta a arrimar el hombro cuando es necesario, SITEL contribuiría a una mayor seguridad para la ciudadanía, sin que esta sintiera, o se le hiciera sentir por conveniencias electorales, que su intimidad fuese violada ni expuesta.
En mi opinión, la otra cara de la moneda, el aspecto oscuro de SITEL es la propia sociedad española en conjunto, englobando a la clase política, mayoritariamente sectarizada e inconexa con el pueblo; a la ciudadanía inmóvil e indiferente a todo lo que no sea pan y circo; a los poderes del estado, todos bien juntos e inseparablemente pegados hasta que la muerte los separe.
Un sistema capaz de intervenir y grabar cualquier conversación mantenida por medios tecnológicos debe estar necesaria y absolutamente tutelada en su uso por una legalidad sin resquicios. Las prácticas de los políticos y sus respectivos entornos nos han demostrado que esto, en España, es prácticamente imposible, precisamente porque la clase política, en su conjunto, no demuestra estar ahí para servir al conjunto de los españoles. Pero, por otra parte, ¿qué opina la propia ciudadanía?
En algunas ocasiones he tenido la oportunidad de ver encuestas en televisión, en las que la gente de la calle opinaba sobre la conveniencia de instalar cámaras en zonas donde la delincuencia y los disturbios son habituales. Sorprendentemente (para mí sigue siendo sorprendente) buena parte de los entrevistados rechazan el uso de dichas cámaras porque se sienten invadidos en su intimidad mientras pasean por la calle. Extraño concepto de intimidad en un lugar público, en el que uno puede ser observado por decenas o cientos de otras personas, pero se ofende si una cámara le graba durante unos cuantos pasos.
Considero a nuestra sociedad, en su conjunto también, porque rara vez justifico las generalizaciones, muy inmadura para asumir ciertas responsabilidades. No puedo percibirlo de otra forma, mientras vea a esta referida sociedad inmóvil ante situaciones cuyo desenlace derivará en desastre político, económico, laboral, moral y ético; mientras esta sociedad nuestra consiente en renunciar a lo bueno de una identidad y principios que nos ha cimentado como uno de los centros de civilización de la cultura occidental, a favor de otras costumbres que degradan nuestro propio sistema de valores; mientras tenga que presenciar en plena calle o en los noticiarios, cómo cientos de jóvenes que no se manifiestan por la escasez de trabajo, por la imposibilidad de acceder a una vivienda, por lo deficitario de nuestro sistema educativo, se indignan por la puesta en marcha de una ley que no les permite beber alcohol en plena calle, normalmente ensuciando un espacio que pertenece a todos y ocasionando molestias, cuando no cosas peores, al vecindario.
¿SITEL, en manos de nuestros políticos? Como un explosivo en manos de un irresponsable.
Copie y pegue el texto, si desea oír el artículo.