Aún a riesgo de que mis palabras
puedan ser malinterpretadas, estoy absolutamente convencido de que hay pueblos,
países, comunidades, o como se les quiera llamar, que no saben gobernarse.
Sería muy complejo describir aquí las causas de esta falta de autocontrol, que
no siempre son las mismas en cada caso. Pero, en lo que a Haití respecta, ha
quedado bien probado, reiteradamente probado, que es un pueblo que no sabe
gobernarse a sí mismo. Y como pueblo, tal falta de principios a devenido en el
subsiguiente desastre, provocado por la catástrofe del terremoto y la posterior
destrucción total del país.
A fecha de hoy no conocemos
todavía una cifra real de muertos y heridos. Según ONGs como Cruz Roja, el
número de fallecidos puede pasar ampliamente de 50.000, mientras que desde el
primer momento las autoridades haitianas, las que quedan y si es que las hubo
alguna vez, aventuraban alrededor de
100.000; lo que levantaba las sospechas de organismos internacionales,
temerosos de que, de este modo, se multiplicasen las ayudas económicas que
luego serían desviadas por saqueadores sin escrúpulos.
Según me contó en cierta ocasión
un conocido que vivió casi dos años en Haití, aquello es un estado que, a casi
todos los efectos, solo existe en los mapas. Escasez de infraestructuras y
corrupción generalizada en todas las capas sociales, que se dividen
prácticamente en dos: pueblo pobre por un lado y una minoría rica que controla
los recursos. Si a todo esto le añadimos una cultura casi totalmente dominada
por la superstición y el vudú, sostenida por brujos y bandas armadas, obtenemos
una fiel descripción de un estado ficticio en el que desaparece la práctica
totalidad de las ayudas internacionales, que van a parar a manos de unos pocos,
mientras el pueblo vive sumido en la ignorancia, la violencia y el terror a lo
sobrenatural.
Con semejante panorama, no es de
extrañar que un desastre natural haya arrasado totalmente lo poco que Haití
tenía de estado organizado. Y tampoco puede extrañar a nadie que una mayoría de
población, embrutecida por la escasez de lo necesario para vivir, esté
asaltando lo que pueda quedar para sobrevivir, mientras otros aprovechan para
constituirse en grupos armados de delincuentes que buscan su oportunidad de
hacer negocio.
Haití no podrá levantarse jamás
por sus propios medios. No tiene el potencial social ni económico necesarios. Si
se le deja solo, las ayudas que vengan del exterior terminarán en manos de unos
pocos aprovechados, como ha venido sucediendo desde que el país obtuvo su
independencia. Solo tiene dos caminos. Ser abandonada a su suerte, lo que se
traducirá en la continuidad del caos, o pasa a ser un protectorado tutelado por
una potencia extranjera. No contemplo la tercera posibilidad – quedar amparado
por Naciones Unidas – porque dicha organización ha demostrado su incompetencia
e inoperancia para este tipo de situaciones.
Hay quien apuesta por convertir a
Haití en un protectorado de los Estados Unidos. En términos prácticos, esta
podría ser la solución más conveniente. Una nueva versión de Plan Marshall, en
la que inversiones norteamericanas, privadas y públicas, podrían obtener
ventajas fiscales a cambio de invertir parte de sus beneficios en infraestructuras,
educación y otras necesidades sociales. ¿Podría Europa desempeñar el mismo
papel de tutela sobre este país? Creo que para ello la Comunidad Europea
debería primero comportarse como lo que dice llamarse; como una unión europea,
y ésta tiene todavía algunos problemas internos de los que ocuparse, antes que
intentar solucionar otras situaciones externas.