Me gusta tanto el cine, que en
los últimos 20 años he pisado una sala de proyección una sola vez.
No es ironía. Cuando tenía 25
años descubrí de una vez por todas que, si hay algo que me molesta en el cine ,es la
gente que llega tarde, que habla, que se ríe más de lo debido, que hace ruido
con el maíz y las pipas… Además, hace mucho tiempo que las salas comerciales ya
no son lo que eran. Ya no interesan los
grandes aforos, ni los asientos demasiado cómodos.
Tampoco me gusta descargar de
Internet películas recién estrenadas. No entiendo que nadie pueda ser tan
ansioso como para ver una mala copia, con mala imagen y peor audio. Prefiero
esperar a los reestrenos en DVD, porque quiero sacar todo el partido a mi
pantalla y mi sistema de sonido. Otra ventaja de ver una nueva película mucho
tiempo después de su estreno es que uno ya no está influenciado por buenas o
malas críticas.
Hoy he visto Grand Torino. Ni voy
a extenderme en una sesuda crítica cinematográfica, ni voy a desarrollar aquí
una cátedra sobre la carrera de Clint Eastwood. De él me basta decir que es uno
de mis actores favoritos, a pesar de que al final de Los Puentes de Madison
Clint no había dinamitado ninguno.
Grand Torino me ha parecido una
maravillosa lección que muestra cómo cualquiera puede cambiar e intentar ser
mejor. Creo que Walt Kowalski no es en absoluto un personaje exagerado. Quizás
pueda parecerlo a quien no conozca un poco Estados unidos, pero yo puedo
asegurar que Kowalski existe. Es un producto de una sociedad patriota,
combatiente, orgullosa de sus aciertos y reticente ante sus errores.
Kowalski es un americano
excombatiente, condecorado, orgulloso de su país y siempre dispuesto a echar en
cara a los asiáticos que son amarillos, a los irlandeses su fama de bebedores,
a los italos sus macarroni, a los negros su piel oscura, a los chicanos su
horrible gusto para decorar un auto... Pero Kowalski olvida que Kowalski es un
apellido polaco, lo que viene a significar que nadie es totalmente americano en
Estados Unidos, excepto los pocos indios que aún viven.
A Kowalski le disgusta todo de
todos, empezando por sus propios hijos y sus familias, y continuando por sus
nuevos vecinos asiáticos, herméticos en sus costumbres ancestrales. El
argumento conduce a Walt Kowalski a un cambio en su modo de valorar a otros que
se constituye en el verdadero mensaje del argumento de la película. No se trata
de la consabida historia de anciano gruñón que termina por abrir su corazón.
Los toques justos de acción y de momentos divertidos, más un desenlace que no es
exactamente el esperado, convierten este relato en una magnífica y maravillosa
película de esas que yo catalogo como recomendables para ver una vez cada uno o
dos años.
Finalmente, a Kowalski, como a
Eastwood, no le avergüenza ser y demostrar ser patriota. Porque el patriotismo,
cuando se entiende como tal el amor, el respeto y el esfuerzo por la nación, es
admirable.
El final de la historia plantea
una pregunta que todos deberíamos responder alguna vez en la vida: ¿Hasta dónde
estamos dispuestos ha llegar por hacer aquello que creemos correcto?
Una última recomendación. Si
tienen posibilidad, véanla en V.O.