Me habré cruzado con Luís Roldán
un par de veces, por el Paseo de la Independencia de Zaragoza. No sé si su expresión
de suficiencia la arrastra desde aquellos tiempos en los que fue todopoderoso
Director General de la Guardia Civil
y presumía de ello sin ningún pudor, pero me sigue pareciendo un perdonavidas hoy tanto como en sus tiempos de gloria, cuando se pavoneaba de su poder e influencia.
Poco tiempo después le vi en una
entrevista en televisión. Siguió pareciéndome un completo sinvergüenza – de los
que hay muchos repartidos por toda España – y no pude evitar pensar que, para unas
cuantas figuras de renombre de la época felipista, Roldán valía, con su
silencio, mucho más que todos esos millones que robó y no devolvió.
Como todo buen victimista que se
precie, Roldán ha declarado a los periodistas que “ha pagado duramente por lo
que ha hecho”. Hoy es su primer día de completa libertad, desde que hace quince
años fuese capturado, procesado y encarcelado. Los años que ha estado
encarcelado los ha pasado en régimen especial de cuidados y privilegios. No ha
tenido que mezclarse con presos comunes. Ha disfrutado de comodidades fuera del
alcance de casi cualquier interno. Pero él defiende que ha pagado “duramente”.
Insiste también Roldán en que
“otros se han ido de rositas”, cosa que a todos nos parece muy cierta. No es
este el único caso de corrupción de los gobiernos socialistas en el que los
máximos responsables se libran de rendir cuentas ante la justicia. No hay más
que recordar el caso GAL, sobre el que es absurdo pensar que la punta de la
pirámide fuera un ministro que actuaba a espaldas de un presidente que solo se
enteraba de los escándalos por la prensa. Roldán sabe mucho y calla. Le tengo
por muchas cosas, pero no por rematadamente tonto. Una de las máximas de los
corruptos que operan en altos niveles es no corromperse solos. Es la mejor
garantía de que, en caso de caer, el golpe no sea demasiado contundente. ¿Guarda
Roldán documentos y otras pruebas sobre su entorno de corrupción?
Lo que está por venir en breve
tiempo es sencillo de adivinar. Programas de televisión, biografía, reportajes,
portadas de revistas... pero la peor consecuencia de todas es la que,
tristemente, se repite en España una y otra vez. Un indeseable queda libre, no
restituye el daño de su delito y acaba con su vida resuelta económicamente.
Moraleja: “El poder corrompe. El
poder absoluto corrompe absolutamente”. Sentencia que casi siempre se cumple.