El esfuerzo de inculcar
principios correctos con los que puedan conducirse nuestros hijos en la vida no
es, ni mucho menos, una garantía absoluta de que ellos vayan a estar blindados
contra todos los males y desgracias. Pero dicho esfuerzo sí constituye una
esperanza de que, en el futuro, puedan discernir entre el bien y el mal y tomar
sus propias decisiones, haciéndose plenamente responsables de sus actos.
Desde que recuerdo, mi esposa y
yo intentamos enseñar a nuestros hijos el valor del respeto y la caridad, así
como la conveniencia de defender la vida, la libertad y nuestra fe en Dios como
los valores idóneos para poder tener la mejor guía en nuestras vidas. La
responsabilidad final, como siempre sucede, es de aquellos a quienes enseñamos;
pero un padre y una madre no pueden evitar seguir preocupados, apenados,
orgullosos, felices… por los actos de nuestros hijos.
El pasado viernes, día festivo en
Zaragoza capital, hubo un incendio en un piso de la Avenida de Madrid, barrio
de Delicias. Una familia china, propietaria de un bar y muy conocida en el
barrio, perdió a dos niños de muy corta edad. La abuela, a fecha de hoy, tiene
más del 40% de su cuerpo quemado y se teme seriamente por su vida. Aquella
noche, un par de horas después del incendio, la policía nacional contactó con
nosotros. La agente que nos habló por teléfono nos tranquilizó de inmediato. Nuestra
hija estaba en la
Comisaría Central. Se encontraba bien de salud y no había
hecho nada indebido. Pero no la dejarían marchar a casa hasta que un familiar
fuese a recogerla, por ser aún menor de edad.
Nuestra hija paseaba con sus
amigas por las inmediaciones del edificio donde se producía el incendio. Oyó
los gritos de la anciana china y de los niños desde un balcón. Aún no habían
llegado los servicios de urgencia. Ni bomberos, ni ambulancias. Ya había gente
ahí, en la calle, lamentándose y gritando; pero nadie hacía nada excepto llamar
por teléfono para dar más prisa a las asistencias.
Nuestra hija entró en el portal,
que estaba abierto, y comenzó a subir corriendo por las escaleras. Intentaba
llegar al piso incendiado, pero el humo le impidió llegar más allá del tercer o
cuarto piso. Mientras tosía, oía chillar a gente más arriba, pero no podía
hacer nada. Justo cuando empezó a sentirse mal por respirar tanto humo, un
bombero la cogió y la bajó hasta una de las ambulancias que ya estaban próximas
a la entrada del edificio. Allí la atendieron de una intoxicación por humo
bastante molesta, no demasiado grave.
Al día siguiente hablamos con
ella con más tranquilidad. Es una muchacha valiente, pero aún impresionada por
los gritos de los niños que ahora ya no están. Mientras nos contaba que no podía comprender porqué la gente de la
calle no intentaba hacer algo cuando había otros en peligro allá, en aquel piso,
yo no podía evitar sentir un choque de emociones en mi interior. El sentimiento
de agradecimiento por tener una hija tan valiente, contra el sentimiento de miedo
a lo que podría haberle sucedido al acercarse al peligro. Aún así, no se me
ocurrió reprocharle por lo que hizo. Eso hubiera ido en contra de lo que hemos
procurado enseñarle. En lugar de ello, le explicamos que en las situaciones de
peligro hay gente mucho más preparada y con más medios para enfrentarse a los
desastres.
Los acontecimientos de estos
pasados días han sido terribles. Una familia perdió a dos de sus hijos en este
incendio, y pocos días antes falleció también un niño en otro incendio de un
asentamiento chabolista de las afueras de la ciudad. No sabemos cuando puede
venir nuestro final, ni en qué circunstancias. Cada día que pasa, estoy más
convencido de que lo mejor que podemos hacer para prepararnos para ese momento
es tener nuestra vida en orden y procurar que nuestra aportación en este mundo
sea suficientemente meritoria. Por tanto, quienes tenemos la responsabilidad de
la paternidad en nuestras manos, debemos esforzarnos cada día en la educación
de nuestros hijos. No hay mayor amor y deducción que los que podamos demostrar
a diario por ellos.
Que Dios bendiga a estos niños fallecidos
y a sus familias.
Me uno al dolor.
ResponderEliminarMi plena solidaridad para contigo y tu esposa, imagino que el susto en el cuerpo ha sido grande. Pero sin duda tenéis motivos para sentiros orgullosos de vuestra hija.
ResponderEliminarAnte estas cuestiones, el análisis de por qué causas económicas y políticas alguien llega a vivir en una chabola, tiene una importancia secundaria o cabe dejarlo para momentos posteriores (aunque sea importante).
Un abrazo.
Un gran abrazo para tu hija, tan valiente, que no entendía como la gente se puede quedar impasible ante cosas como éstas...
ResponderEliminarEstoy muy liada estos días, por eso ni comento en los blogs amigos ni escribo en el mío, lo tengo todo abandonado... :(
Me uno al sentimiento de impotencia de tu hija, al dolor de esos padres que han perdido a sus hijos, y a tu oración por ellos.
Un abrazo.
Me descubro ante tu hija. ¿Valentía o temeridad? Qué más da, tuvo arrestos para hacer lo que todos deberíamos hacer, ayudar al prójimo, algo que tan manido por la repetición muchos parecen haber olvidado.
ResponderEliminarImagino que el susto no se te pasará en la vida... pero puedes estar orgulloso de tu familia. No me queda más que desear que aqeullos que han perdido a los seres queridos puedan sobreponerse al dolor.
Un saludo y un fuerte abrazo de mi parte para tu hija.