En España, sea uno español o extranjero, ser de la
izquierda rancia y liberticida tiene sus ventajas. Una de ellas es la impunidad
para decir las mayores burradas sin recibir el menor reproche de la “tribu
progre” que acampó definitivamente por estas tierras, hace unos años, para
quedarse y que gobierna con la mayoría absoluta que le proporcionan los
colectivos subvencionados y encumbrados al poder poítico.
Les pongo un ejemplo.
Como cristiano, creyente y
practicante, no
apoyo la homosexualidad. Para la tribu progre, sin preguntarse por mis
razones, soy un ultra de la religión, un homófono, un intolerante... Lo que no
quiere decir que yo esté a favor de la persecución contra los homosexuales.
Sencillamente, no estoy de acuerdo con tal modo de vida, porque lo considero, a
la vista de los resultados sociales, dañino para el individuo, la familia y la
sociedad. Aunque yo no clame por quemarlos y apalearlos, sigo siendo un ultra
para los progres que conozco, porque no pueden concebir que desde mi posición
haya moderación. Necesitan radicalizar a sus contrarios para sentirse ellos
mismos con autoridad moral para erigirse con la razón. De hecho, tal y como están
hoy las cosas, cualquiera puede defender la homosexualidad y la transexualidad
con retorcidos argumentos tales como que alguien es, en realidad, una mujer
encerrada en un cuerpo de hombre, pero no dudan en tachar de intolerante mi
argumento de que el hombre que quiere parecer mujer está negándose a sí mismo.
Semejante cúmulo de despropósitos
referentes a la sexualidad, la personalidad y los derechos del individuo son
promocionados a diario por este tipo de izquierda, consciente de que así toca
el corazón del votante relativista. Y como el colectivo de homosexuales,
lesbianas y no se cuántas siglas más bajo las que se agrupan, acaban por ser
deudores de esa izquierda, no les que da otro remedio que cerrar la boca y
mirar para otro lado cada vez que llega un elemento como el cocalero Evo
Morales, del que cada vez estoy más convencido que se pasó del límite en el
consumo de estupefacientes hasta un punto de no retorno, y arremete contra
los homosexuales europeos con una
hipótesis del consumo exagerado de pollo posiblemente elucubrada en un viaje
psicodélico del que no acaba de volver a la realidad. Es igual. Lo dijo Evo, y
a callar. Seguirán a la espera de poder arremeter contra quien diga el partido.
Esto es lo que más me choca en estas ocasiones. Que si la ofensa o el
“prejuicio” vienen de la propia izquierda, no se oye ni una sola voz de
condena, ni de Zerolo, ni de las feministas, ni de nadie. Sea como sea, mi
condición de liberal convencido (creo que todo cristiano practicante debería
sostener el liberalismo) me empuja a admitir que cualquier ser humano debe
tener libertad de pensamiento y elección.
Ayer, el mismo Evo Morales que
arremete contra los homosexuales con el silencio temeroso de La Ceja , volvió a escribir con letras de oro otra de
sus pensamientos para la posteridad. Dijo tener la certeza de que el Partido
Popular estaba detrás de una conjura para derrocar el gobierno de Bolivia. Lo
declaró ante todos los periodistas, diplomáticos y empresarios que asistían a la
rueda de prensa en la que él participaba. A preguntas de los presentes, y ante
el estupor de éstos, dijo tener suficientes pruebas, que consistían en recortes
de prensa. Horas después trató de corregir su metedura de pata con otras
declaraciones a Ansalatina.com,
dejando bien claro que el “Partido Popular respeta y promueve los valores
democráticos”. Estos devaneos son los que traen a mi memoria, una y otra vez,
aquélla entrevista de Periodista Digital a Carlos Rodríguez Braun en la que
éste prevenía contra Zapatero por ser capaz de decir en un mismo discurso una
cosa y la contraria. Una característica que debería alertarnos contra las
intenciones de los demagogos profesionales. Este es el otro lado, lado oscuro
también, de la doctrina del izquierdismo imperante, que tanta repulsa levanta
entre los propios izquierdistas sinceramente convencidos en unos principios de
los que el relativismo carece. Una de sus consecuencias, quizás la menor, es que
cualquier anormal(*) bananero puede venir de visita a España, y gozar de su
hospitalidad mientras insulta a sus instituciones y colectivos.
Es verdaderamente triste que El
gobierno de España se rodee de “amigos” como estos. En la última reunión internacional
de Zapatero no pudimos ver a ninguno de los pesos pesados de la política
internacional. No hubo primer ministro británico, ni presidente francés, ni
italiano, ni alemán. España sigue jugando en segunda división, y en la zona
baja de la clasificación. Y con el equipo que tenemos ya veremos si podemos
mantener la categoría.
(*) anormal, como individuo que
se sale o no se sujeta a ninguna norma.