Puede que mi habilidad para
buscar y corroborar datos en los medios de Internet esté hoy a la baja, pero he
buscado durante un buen rato algún dato que me indique que las autoridades
europeas hayan protestado con cierta energía por la expulsión de 130 extranjeros
fuera de Marruecos, bajo acusación de proselitismo religioso. Apenas he
encontrado alguna reseña muy breve hablando sobre el asunto. Nada oficial. Más
bien opciones de periodistas y comentaristas.
No se puede negar que en los
países que aún viven en la edad media, como Marruecos el común de las naciones
del Islam, la cuestión de los derechos humanos que atañen a la libertad se
dirime con rapidez. Quien no sea musulmán merece morir degollado, baleado, o
bombardeado. Otros modos de asesinato se reservan más para los autóctonos. La
lapidación, por ejemplo, se reserva a las mujeres que hayan cometido adulterio,
o que tan solo sean sospechosas de haberlo cometido, o, todavía más simple, que
sean falsamente acusadas por varios hombres. Enterrar a una mujer hasta los
hombros y reventarle la cabeza a pedradas es más para la gente del país. Que no
se diga que las autoridades islámicas no ponen más de lo en cuidar de sus
ciudadanos. Hasta ahí podríamos llegar.
Hay países musulmanes, como
Marruecos, que, a simple vista, no parecen tan radicalizados como puedan serlo
Afganistan, Yemen, Arabia… Marruecos pretende ser, digamos, algo más
occidental. A ciertos marroquíes les gusta presumir de ello. Marruecos es un
poco más libre. Cualquier marroquí puede, si así lo desea, jugarse el tipo para
cruzar un mar en patera y, si llega a la otra orilla, sigue siendo libre para
exigir su derecho a la libertad religiosa, a pedir ayudas y subvenciones y a
acudir a ayuntamientos de izquierdas que le regalen un terreno para construir
una mezquita desde donde invitar a otros marroquíes a esperar el momento
oportuno para sublevarse contra el débil e infiel sistema occidental que le ha
quitado el hambre, le ha vestido, le ha facilitado techo, incluso en detrimento
de los propios necesitados occidentales.
El problema, si hablamos de
libertad, es que tal concepto empieza en la persona del rey de Marruecos,
continua por su familia y su allegado circulo de políticos, industriales,
empresarios y militares, y finaliza justo ahí. En dicho circulo. Cualquier
turista que se mueva por las calles del de las ciudades del país cree ver una
cierta libertad, porque no se cruza con grupos armado paramilitares tapados
hasta los ojos y armados con AK47s, o porque no hay aglomeraciones, cada
semana, para presenciar lapidaciones de malvadas mujeres adulteras, o porque no
se ven grúas ni árboles con cadáveres de homosexuales ahorcados.
Lo que tampoco ven los turistas
es la libertad encarcelada, en cuerpo y mente, de periodistas y otros
disidentes políticos que han criticado al rey de Marruecos o a alguno de sus
allegados. Los turistas tampoco podrán ver edificios o símbolos religiosos de
otras confesiones que no sean las específicamente islámicas. Posiblemente, a la
mayoría de los turistas les interese más hacer fotos, comprar artículos de
bisutería y cuero, probar la repostería del país y, en unos cuantos casos,
pillar hierba a buen precio.
Pues eso. Que mientras el
gobierno de España se muestra cobarde a la hora de dar la cara contra Marruecos
y sus abusos, mientras el rey Juan Carlos mira para otro lado por no incomodar
a su “hermano” Mohamed, mientras se niega la práctica del cristianismo a los
cristianos que viven en Marruecos, España, en manos de Zapatero, sigue
preparando calladamente su alianza de civilizaciones. Cuestión de libertades,
supongo.