La cosa aún esta caliente, porque
salió del horno de la actualidad no hace aún tres días. Zapatero se negó a
hablar pronunciar la palabra “guerra” cuando la oposición le exigió que
aclarase a los españoles si nuestras tropas han ido a una guerra, a un conflicto,
a una misión internacional o a un campamento de jóvenes castores.
Zapatero evitó a toda costa
nombrar la palabra guerra y admitir que España está en guerra, junto a otros
países aliados, contra el terrorismo islámico. ZP no puede transigir ni con la
palabra ni con el concepto porque ambas cosas ya logró él asociarlas a Aznar
cuando éste era presidente. Y lo consiguió con todo éxito. Han pasado más de
seis años y aún podemos escuchar a algún socialista rentabilizando en los
medios toda la parafernalia que el PSOE desarrolló desde la oposición, incluso
beneficiándose de la muerte de periodistas en zonas de combate.
¿Pero, a estas alturas, por qué
se extraña nadie de semejante tozudez presidencial para reconocer la realidad y
los hechos?
¿Cuánto tiempo pasó hasta que
Zapatero accedió a hablar abiertamente de “crisis” económica?
¿Cuántos titulares fueron
consecuencia de los esfuerzo de ZP, Solbes, De La Vega y otros ministros, además
del entonces secretario de organización del PSOE Pepe Blanco en no nombrar la
crisis, hablando de estancamiento, pasando después a la “desaceleración”
y luego a la posterior “desaceleración acelerada” mientras España caía en
picado hacia la catástrofe económica y laboral que vivimos desde hace años?
Como suelo insistir a menudo, hay
otro trasfondo en la actitud del presidente Zapatero. No solo se trata de no
caer en su propia trampa. Es algo más que no reconocer que él es el presidente
de un país en guerra. Es que ZP es uno de esos muchos políticos embaucadores
que, además de hacer todo lo que sea necesario para conquistar y mantener el
poder, aún actuando al margen de la moral y la ética, piensa que su electorado,
el electorado que le da los votos necesarios para mantenerse en Moncloa, es
suficientemente idiota como para dejarse convencer mediante el uso de cualquier
circunloquio que logre disimular una verdad evidente.
A fuerza de decir y desdecir
durante años, a base de definir y redefinir, Zapatero, probablemente ha
terminado por ser él mismo polisémico. En el presente, hablar de Zapatero en la
calle es hablar de todo menos del oficio de arreglar o vender zapatos.
Zapatero, con mayúscula, más que un apellido, ha llegado a ser el perfecto
sinónimo de mentiroso, de cínico, de incapaz, de inepto, de confabulador, de desvalijador,
de cacique, y de un gran número de epítetos que vienen a mi mente como una
cascada. Y el escaso consuelo que me queda al respecto es la esperanza de que
la historia termine por juzgar a José Luís Rodriguez Zapatero como un
embaucador.
Guerra, Señor presidente. Estamos
en guerra. Es precisamente por eso que ya hemos enterrado unos cuantos muertos.
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