Puede escuchar el texto al final del artículo.
Julio de 2018. Madrid.
“Con una temperatura así, esta terraza vale millones”, dice mi amigo sentándose en el otro sillón de mimbre, junto a la mesa.
“Con una temperatura así, esta terraza vale millones”, dice mi amigo sentándose en el otro sillón de mimbre, junto a la mesa.
Ambos miramos a lo lejos. Más allá de la
estación la tormenta parece acercarse a buen paso y podemos ver claramente la
cortina de agua bajo las nubes que avanza en nuestra dirección. Calculo que
habrá unos cinco kilómetros de distancia hasta nosotros y que en uno hora la
tendremos aquí, justo cuando yo salga para la estación.
Saco del bolsillo interior de mi chaqueta
de verano un paquetito envuelto en papel de regalo con un lazo rosa. Ni en la
primera terraza que estuvimos mi amigo me dejó pagar cuando llamé a la
camarera, ni pude hacerlo en el restaurante, y casi ni puedo abonar la carrera
del taxi. En previsión de todo eso, he traído desde Zaragoza algo que compré por
internet y que mandé grabar en una joyería del centro en una chapita bañada en
oro que acompaña al regalo. La dejo al lado de su refresco y abro la lata de
Coca Cola que me ha traído de la cocina. No se da cuenta del paquete al lado de
su vaso,
.- Lo que me comentaste Córcega… ¿Crees de verdad que los idiotas aquellos
eran delegados de la Open Society? - le pregunto, recordando la cantidad de
noticias que últimamente acapara esta organización en los medios alternativos.
.- Al menos es lo que me dijo el servicio
gabacho que me lo contó. La información se la pasó a él un tipo de la Unione
Corse que, por orden de sus jefes, informa a Francia y a Italia cuando sucede
algo que puede interesar a las tres partes.
.- Pero, ¿no hay constancia oficial de
que el que se llevó los golpes fuera de esa organización?
.- Mira, Mike, No me j… . El día que haya
constancia oficial sobre algún asunto de los que se cuecen por allí te invito a
langosta, aunque la acompañes con eso, que te creo capaz – me contesta,
señalando a mi lata. - ¿Por qué te interesa tanto?.
.- Trato de atar cabos sobre algo que me
ronda por la cabeza. Pero no creo que pueda avanzar más por esa línea.
Miro hacia la tormenta. Está un poco más
cerca. La temperatura ha debido bajar un par de grados más. Veo el termómetro
digital que mi amigo tiene en un rincón de la terraza que siempre está en
sombra. 22 grados. Me encanta.
.- Te he dejado un regalo al lado de tu
vaso, especie de tarado. Ni te has dado cuenta. Mira a ver si te gusta o lo
cambio por un paquete de papel higiénico, que igual te hace más ilusión.
.- Oigan a éste… - Es una frase que se trajo de Colombia,
donde vivió durante un año - Oigan a
éste… papel higiénico… - sonríe agarrando el paquetito. Ve el lazo rosa y me pregunta con la mirada. Bajo el lazo hay
una pequeña tarjeta, también rosa. El mensaje está escrito en mayúsculas, pero
en letras más bien pequeñas, dado el tamaño de la cartulina. - ¿En rosa? – inquiere
- ¿Ahora vas de eso del orgullo, tú también?
.- Oigan a éste pelao…, el orgullo dice…
– contesto, tratando de imitar el colombiano de Medellín, fijando de nuevo la
mirada en la tormenta.
Lee en voz alta.
.- “En rosa y con todo mi afecto. Pero
mariconadas ni una. Ya me conoces. M.”
Sonríe. Guarda la nota con gesto
cuidadoso en el bolsillo de su camisa. Desenvuelve el paquete dejando en la
mesa el lazo, que escogí de color rosa por el simple hecho de que él lo detesta.
En el interior hay una caja de madera, de tamaño algo mayor que el de un
paquete de tabaco. Desliza la tapa. Dentro hay una plaquita dorada con una
simple leyenda acompañando a una réplica de una condecoración cuya cinta lleva
los colores del país que se la concedió y que sostiene una medalla dorada
grabada con un distintivo alusivo al mérito por el que mi amigo fue
condecorado. En el borde de la medalla, rodeando todo el motivo, figuran unas
palabras en el idioma de ese país.
Lee la plaquita.
.- “Como la primera”.
Sonríe de nuevo, aunque en sus ojos hay
un conato de lágrimas. Debe ser verdad que la edad nos ablanda. Saca la medalla
y la sostiene en la mano, casi emocionado.
.- Te juro que no sé dónde pudo ir a
parar la otra – asegura – pero para mí esta vale tanto como la original. – Sigue mirándola, como si reviviera algún
lejano recuerdo. De pronto parece volver a la realidad, recompone su habitual
pose de tipo serio y me pregunta.
.- ¿Cuánto me darían por ella en Lavapiés?
.- Si incluyes la caja y la chapa, no más
de 10 € - bromeo – Es lo que más vale del paquete… - reímos de buena gana.
Luego callamos durante unos minutos. La tormenta está más cerca. Dos, quizás
tres kilómetros. Se aprecia algún relámpago entre las nubes y la cortina de
agua sigue siendo bastante densa. Ya respiramos ese olor a lluvia que tanto me gusta.
Mi amigo ha entrado al salón y ha
depositado la caja abierta con la medalla en la estantería, al lado de la
figura metálica que representa a la unidad especial desaparecida hace ya tanto
tiempo. Sosteniéndose entre ambas, está de pié la nota en cartulina rosa con mi
mensaje.
.- ¿Fueron buenos tiempos, eh? – comenta,
ocupando de nuevo su sillón. - ¿Te
acuerdas de López, el de los pistachos?
Como para olvidarlo, a López. Un tipo de más
de metro noventa, grande como un percherón. Las tiendas de frutos secos jamás
tuvieron mejor cliente las dos semanas que coincidimos los tres en Sevilla. Siempre
llevaba un puñado de pistachos en el bolsillo para ir picando a lo largo del
día. Mi amigo y yo nos reímos a
carcajadas recordando una noche en que estábamos los tres sentados en la Plaza
del Duque. Habíamos ido a cenar unas hamburguesas y a la vuelta hacia el
apartamento decidimos sentarnos allí un rato. Se veía mucho turista, aunque
faltaban casis tres meses para que diese comienzo la Expo ’92. La gente en la ciudad no hablaba
de otra cosa. Mi amigo y yo estábamos sentados en un banco y López permanecía
de pie, frente a nosotros apoyado de espaldas a un árbol, masticando y con un
cigarrillo encendido entre los labios mientras separaba la cáscara de otro pistacho.
Charlábamos sobre lo que hacer. Ellos cruzarían el puente de Triana para llegar
al edificio de apartamentos donde nos alojábamos, en la Calle Salado, y yo me
acercaría un momento a una cafetería que quedaba frente a la Torre del Oro para
saludar a un conocido que trabajaba allí.
De eso estábamos hablando cuando pasó
cerca, entre nosotros y la parada de taxis, un coche de la policía local a
marcha lenta. Eran las 11 de la noche, y estábamos muchas personas en la plaza,
sentados o en pie, haciendo corrillos y charlando en variedad de idiomas. Los
policías pararon el auto cerca de El Corte Inglés, bajaron y comenzaron a
identificar a la gente aleatoriamente. López les miró por un momento y siguió
fumando y pelando dos o tres pistachos más. Cuando los polis llegaron a nuestro
lado uno de ellos nos miró y no debió gustarle cómo le mirábamos nosotros. “No
la líes”, le había dicho yo a López medio minuto antes. “No la líes, que
estamos muy tranquilos aquí”. Le conocía lo suficiente y estaba enterado de su
aversión casi patológica hacia la policía. Siempre decía que al lado de la
Guardia Civil, la pasma no pasaba de ser una banda de aficionados.
Uno de los Locales nos pidió nuestras
filiaciones. Llevaba unas gafas de sol colgadas por la patilla en el bolsillo
derecho de la guerrera y la visera de la gorra calada a la altura de los ojos. Seguro
que le gustaba mucho el cine.
.- ¿En base a qué nos pide usted la
documentación? – preguntó López muy calmado, sin levantar la vista.
.- En base a que somos agentes de la
autoridad y que con eso basta – contestó muy serio el que parecía más mayor de
los dos.
En ese momento, sonó bajo, pero
perfectamente audible, un tono de confirmación de conexión a repetidor en el
walkie que mi amigo llevaba bajo la cazadora y que había encendido al salir del
burger donde habíamos cenado. El sonido debió dar que pensar al Local, porque
pareció mirarnos mejor a los tres. Tipos más bien serios, pelo corto…., quizás
asumió que éramos de la Nacional, o de la Civil. Qué se yo.
.- ¡Ah! ¿Es que ustedes son…?
.- Sí, Es que nosotros somos… - contestó
López, que acto seguido soltó un quedo cuesco en dos actos, sin inmutarse. El
Local más veterano miró atónito a López, quien le contestó, sin dar la menor
importancia al hecho – Es el alma de un pistacho, que acaba de subir al cielo.
Y para acabarla de rematar, se dirigió al
de las gafas de sol en el bolsillo y la visera hasta los ojos y le preguntó de
improviso
.- ¿Oye, tu eres el poli marica de los
Village People, no?
Los dos agentes dudaron por un momento y se
alejaron desconcertados. Mi amigo y yo no podíamos parar de reír por lo bajo,
con la cabeza agachada y mirando hacia
al suelo. Se me saltaban las lágrimas. Levanté la vista un momento. López
fumaba, con expresión de orgullo, como si esa noche hubiera hecho la machada
del siglo… Y yo no podía contener las carcajadas.
Como ahora, veintiséis años después.
Riendo a mandíbula batiente como si fuera la primera vez que recordamos aquella
noche.
.- ¡Demonios – exclamo – Sí que fueron
buenos tiempos!
Cuando nos serenamos, termino la lata de
Coca Cola y la dejo a un lado. Falta media hora para salir hacia la estación.
No me gusta llegar justo de tiempo a ningún sitio. Vuelvo la cabeza y hecho un
vistazo a la televisión. No sé qué programa se está emitiendo en ese momento,
ni me interesa gran cosa. Lo que veo es un anuncio que siempre me hace sonreír,
en el que una chiquilla llega a su casa llorando porque su novio la ha dejado.
Su padre se sorprende porque ella tuviera un novio, pero le ofrece una pizza
para consolarla. Cuando la están comiendo, él hace un comentario que a ella le
recuerda a ese chico. La muchacha rompe a llorar y abronca al padre, que queda
con cara de circunstancias. Reconozco que me encanta el anuncio. Las pizzas de
esa marca están buenísimas, pero hace años que no las compro, por principios.
.- De hoy en un mes se cumplirá un año
del atentado de las Ramblas de Barcelona – le comento a mi amigo, que asiente
con la cabeza.
.- Otro horror más. Otro aviso. –
Contesta – Cada vez que pienso en ese atentado me queda el resquemor de que
quizás podrían haberlo evitado, de algún modo. Poco tiempo antes se recibió el
aviso de que aquello podía suceder. Si se aclarase quién no hizo caso de la
advertencia, y por qué, mucha gente abriría los ojos. Pero se han cruzado
varias teorías por los medios de comunicación. El teatro de siempre para que la
sociedad no sepa y le dé pereza querer saber. Y es muy posible que nadie lo
sepamos nunca, o que algún diario lo publique dentro de 20 ó 30 años…
.- Hay dos detalles que llamaron
muchísimo mi atención cuando se publicaron. – Le comento - El primero, que el
dueño de la furgoneta que atropelló a los peatones, muerto de una cuchillada en
el pecho y cuyo cadáver iba en el vehículo en el momento del atentado, tenía
relación con ciertas ONGs. Un tipo que estaba limpio y que le cayó el marrón
por casualidad, seguramente. Pero no es la primera vez que la sombra de algunas
ONGs se deja ver cuando se investiga la autoría de atentados yihadistas en
Europa. No como responsables, pero ahí están. La segunda, es que el cadáver del
oficialmente autor de los atropellos… ¿recuerdas que fue abatido a tiros en los
viñedos de Subirats?
Mi amigo arquea las cejas
.- ¡Toma! – exclama - ¡Vaya publicidad
para Freixenet y Codorniu! – Se ríe.
.- ¿Ves cómo es mejor beber Coca Cola? –
le sigo la broma – Escucha, el cadáver presentaba 25 impactos de bala por todo
el cuerpo. Tanto en la cara como en las cervicales; Igual en los genitales que
en los glúteos…, vamos, que le dieron
por todas partes. ¿Tú acribillarías desde todas las posiciones a un tío que
llevaba un chaleco con explosivos, aunque éstos resultasen luego ser falsos?
.- Hombre… Yo me lo pensaría dos veces, a
no ser que estuviese lo bastante lejos para tirotearlo con un subfusil o un
rifle. ¿De donde era el terrorista?
.- De Marruecos. Todos de Marruecos,
supuestamente. Pero en la versión oficial que posteriormente dio el consejero
Forn en nombre de los Mozos de Escuadra había una posible falla. Los cinco
terroristas abatidos en el Paseo Marítimo de Cambrils también portaban chalecos
explosivos, que se verificaron como falsos. Se dice que esos chicos llevaban en
el coche armas blancas solamente, incluyendo al que logró huir a la carrera
como medio kilómetro, hasta que fue abatido también. Forn aseguró en su versión
oficial que los terroristas buscaban morir en el ataque, llevándose con ellos
por delante a cuantos policías pudiesen. ¿Realmente pretendían eso, cuando uno
de ellos salió corriendo como un galgo, y todos ellos llevaban chalecos más
falsos que el doctorado de Sánchez y solamente armas blancas? Hay quien piensa
que a éstos también había que abatirlos para enterrar definitivamente la
posibilidad de que alguno de ellos hiciera declaraciones ante un juez a quien
podría darle por levantar la alfombra para ver cuanta porquería esconde debajo
el encargado de barrer.
.- ¿No hubo detenciones también en
Marruecos? – duda mi amigo.
.- Sí. Uno en Nador y otros dos en Uchda
y Casablanca. El primero por apología de los atentados y por anunciar en las
redes que él mismo atacaría la embajada española en Rabat.
.- Valiente imbécil. Igual pretendía saltar
con otra furgoneta por encima del muro…
.- Los otros dos, parece que tenían
relación con los que atentaron en Barcelona, pero después la policía marroquí
ya no ofreció apenas información a los medios, y las autoridades Españolas
tampoco. Ahora bien… ¿sabes qué me empujo a tratar de averiguar más sobre toda
esta historia de Barcelona? Que un periodista que suele escribir y hablar sobre
asuntos de inteligencia para medios españoles y extranjeros me dijo en Zaragoza
que sospechaba que fueron argelinos los que de algún modo facilitaron la labor
al grupo de chavales marroquíes para que éstos realizaran los atentados.
Argelinos que no necesariamente pertenecían a algún servicio de su país, pero
que sí tenían relación con radicales egipcios.
.- Y si logras atar bien todo eso… ¿piensas
publicarlo?
.- Lo veo complicado. Dudo que pueda
llegar a desentrañar algo. Mis recursos son limitados y mis contactos escasos. Además,
todo eso está muy reciente aún. Y ya sabes que cuanto más reciente, más oculto.
Y vuelvo a lo que comentábamos antes… Los atentados fueron terribles.
Provocaron el miedo y la confusión mediática que pretendían pero…, ¿ves cómo
poco después los medios estaban más enfocados en si la visita del rey Felipe era
conveniente o no, y si los que participaban en la cabecera de la manifestación
de repulsa se miraban entre ellos o se negaban el saludo?. Un par de semanas
después, Pablo Iglesias ya lograba distraer la atención con sus estupideces y
Villarejo ocupaba casi todas las portadas cada dos o tres días. Yo quiero
saber, pero me pregunto si merece la pena hacer el esfuerzo para que otros
sepan.
Me levanto y estiro un poco los brazos,
La tormenta está ahí al lado. Ya no se aprecian relámpagos, pero la cortina de
agua cayendo es espectacular; de un azul oscuro difuminado, casi del mismo tono
que las nubes. Entramos en el salón y recojo mi chaqueta mientras echo un
último vistazo a la medalla. Definitivamente, es un buen sitio ahí donde está.
Se da cuenta y mientras él coge su
cartera y sus llaves, me pregunta “¿Y la tuya? Con lo meticuloso que eres no
voy a creer que tú también la perdiste en una mudanza. Esas cosas me pasan a
mí, no a ti”.
En lugar de contestarle, le pregunto a mi
vez
.- ¿Te vienes dando un paseo?
.- No; te llevo en el coche. Lo tengo
abajo.
Cuando salimos del parking subterráneo
dirección a la estación, comienza a llover. Al principio, poco a poco, pero
hemos recorrido unos cien metros y la intensidad de la lluvia es ahora considerable.
Hay muy poco tráfico, y mi amigo conduce con tranquilidad.
.- Los atentados de Barcelona y
Cambrils…, y todo lo que fue pasando durante los años anteriores; los incidentes
cada vez más habituales y más graves, la escalada de aleccionamiento yihadista
en Barcelona y Tarragona… A veces pienso que hemos perdido la guerra. Que todas
las veces que coincidimos por allá, en la costa…, no sé; todo ese trabajo, la de
ocasiones que llegamos todos a jugarnos el tipo…, tengo la sensación de que no
ha servido para nada. No puedo evitar pensar que unos pocos nos daban la
palmadita en la espalda y a los de más arriba les importaba una m… lo que
hacíamos y lo que nos jugábamos. Mira cómo acabó Musta años después. Me c… en
todo… No llegó a cumplir los cincuenta.
¿Y qué le puedo decir a mi amigo? ¿Qué yo
me siento igual? ¿Qué no puedo quitarme de encima esa pesada sensación de
fracaso, sin importar lo bien que hacíamos nuestro trabajo?. Que los de nuestra
generación ya vamos para viejos y que ya nada o casi nada podríamos hacer,
aunque nos lo pidieran? España se está dejando invadir con el consentimiento de
sus gobernantes, porque precisamente los gobernantes sacan partido de ello y
por eso hace muchos años que son colaboradores necesarios de la traición. Si la
ciudadanía tan solo conociera el sentimiento de desaliento que sufren muchos de
sus defensores, porque ven cómo sus esfuerzos y sus éxitos apenas se traducen
en mejorar políticas de protección para nuestra nación…; si la gente fuera
consciente de eso, quizás reaccionaría. O quizás no. Porque el proceso de
idiotización y aleccionamiento por el que pasan los españoles sin apenas ser
conscientes de ello está funcionando a pleno rendimiento desde hace mucho
tiempo. Y muy poca de esa gente se pone a reflexionar en serio y a preguntarse
por qué después de tal o cual suceso los gobiernos han aprobado alguna ley que
acaba por coartar libertades elementales y, con el paso del tiempo, logra aborregar
un poco más a buena parte de la población en un sentido u otro, y siempre a
conveniencia del poder. En los 80, la gente se indignaba cuando un delincuente
entraba en comisaría y salía al día siguiente. Hoy eso les parece normal,
porque ven a diario cosas mucho más graves y aberrantes. Una sociedad
debilitada desde dentro es una presa muy fácil para los depredadores del
exterior. No hay que ser un genio para llegar a una conclusión así. Francia,
Bélgica, Alemania, Inglaterra…, están inmersas en un proceso acelerado de
demolición social y debilitamiento previos a la imposición de ideologías
autoritarias que acabarán con la poca libertad que le queda al individuo. Y
después de décadas de atacar a la base social de esos países, la primera prueba
de invasión civil en forma de masas de
emigrantes traspasando fronteras ha sido un rotundo éxito. No habría sucedido
así 30 años atrás. Pero durante esos pasados treinta años nuestras sociedades
han cambiado lo suficiente y hemos puesto a bastantes lobos a proteger al
rebaño como para que ahora ya todo sea posible.
Queda una hora para que salga mi tren.
Caminamos por la estación hasta el área de espera más cercana al acceso de
pasajeros al AVE.
.- Tienes que publicar lo que averigües.
– Comenta – Las cosas no pueden quedar así; como quedan siempre. Si los malos
siempre están ganando, al menos que alguien lo sepa. Que la gente que quiera
saber, que sepa que los malos no solo están fuera deseando entrar para quedarse
con todo. Que sepan que también tenemos malos en casa y que muchos de ellos son
de aquí. Imagina cómo se debieron quedar los que tanto trabajaron para capturar
a parte de la cúpula de ETA cuando sucedió el chivatazo del Bar Faisán. Unos se
juegan el pellejo por cuatro cuartos, otros les traicionan y encima se retiran
con coche oficial y sueldazo al mes de por vida. ¿Has visto el monumento a las
víctimas de la matanza del 11-M? Eso es todo lo que queda. Los que se
beneficiaron de tanta sangre viven ahora cómodamente retirados de sus cargos y
disfrutando de enormes sueldos en consejos de administración o en organismos
internacionales a cambio de no hacer nada, excepto salir en alguna foto para escarnio
de la gente decente.
Miro la hora en mi móvil, y advierto que
me ha llegado un mensaje que estaba esperando con impaciencia. Puedo leerlo después
en el tren.
.- Escúchame – pregunto a mi amigo – ¿Conoces
aún a alguien en Barcelona con quien yo pueda hablar sobre todo esto? Tengo que
ir por allí en dos semanas…
Piensa unos segundos y señala mi móvil.
.- Te enviaré su número por Telegram.
Pero dame un par de días. Primero hablaré con ella para recomendarte. Te caerá
bien. Es una tía con agallas. Mucho más joven que nosotros.
…
Cómodamente sentado, mientras el tren
sale de Atocha, repaso los mensajes que he recibido durante estas últimas
horas. Después abro el Chrome para consultar algo de prensa digital de la que
soy asiduo, aunque poco creyente. Hace tiempo que no confío en casi ningún
medio de información. Algunos son descaradamente partidarios y no lo ocultan, y
otros, lo que aún es peor, han ido demostrando que no son lo que decían ser
porque, en definitiva, se comportan exactamente igual que los anteriores, a los
que critican.
Mientras el AVE gana velocidad, ya
abandonando el extrarradio de Madrid y dejando atrás la lluvia, miro a lo lejos
por la ventana y recuerdo lo último que mi amigo me ha dicho antes de darnos la
mano y despedirnos.
“¿Te das cuenta que en esta década que ya
termina estamos perdiendo la guerra contra el yihadismo justo en una de las
regiones que los servicios más han protegido? ¿En la región que lleva tanto
tiempo despreciándonos a los demás españoles? ¿En la que se cree superior a las
demás y la que más recursos expolia? Ellos han abierto la puerta a una
inmigración que acabará por aplastarles. Una inmigración que se sirve de ellos
mientras recibe todo lo que se le niega a los que no son independentistas. Y
sus políticos son tan despreciables y miserables que no les importa que ya les
hayan montado un atentado con unos cuantos muertos y heridos. El
independentismo catalán moviliza a los suyos contra nosotros, que no somos sus
enemigos, y abraza a los que acabarán por degollarles sin no se avienen a
celebrar el Ramadán, llegado el momento. Vamos perdiendo, Mike; pero ninguno de
esos políticos se atreve a decirlo. Les va el sueldo en ello”
Durante todo el viaje voy tomando notas
en el editor de texto de Android sobre esta última conversación. Confío mucho
en mi memoria, pero no quiero pasar por alto detalles que me parecen
verdaderamente importantes.
Una llamada interrumpe mis anotaciones.
Es mi amigo.
.- Telepizza – contesto – ¿Cuál es su
pedido?
.- Mike, oye; que olvidaba decirte una
cosa…, mira, en dos días comienzo con la quimio. Nada importante. Parece que
hay algo en el colon que no les gusta a los de la mutua.
Me quedo realmente impactado, aunque no
quiero que él lo note. Me habla con el mismo ánimo de siempre y asegura que
todo está controlado. Bromeamos un poco, antes de interrumpir la conversación. Le
aseguro que si hubiera bebido más Coca Cola y menos ponzoñas alcohólicas ahora
estaría mucho mejor y casi tan guapo como yo. Le advierto que le visitaré en unos
meses, pero que hablaremos muy a menudo a la salud de mis llamadas ilimitadas
de Jazztel. Quedamos en que le llamaré en dos o tres días para que me cuente
cómo irá iniciando el tratamiento. “Te enviaré eso por Telegram”, me recuerda.
En el momento de cortar la comunicación
me invade un sentimiento de tristeza e inquietud difícil de describir. Yo aún
no lo sé, claro está. Pero ya no volveré a verle con vida.
0 comments:
Publicar un comentario
Cualquiera es libre de opinar aquí. Pero quien opine será responsable de sus palabras.