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Julio de 2018. Madrid.
“En mi barrio tú no pagas nada, ya lo sabes” – me reprocha mi amigo cuando le hago una señal al camarero para que me traiga la cuenta. – “Lo mismo que me dices tú cuando paso por tu ciudad, ¿no?”
“En mi barrio tú no pagas nada, ya lo sabes” – me reprocha mi amigo cuando le hago una señal al camarero para que me traiga la cuenta. – “Lo mismo que me dices tú cuando paso por tu ciudad, ¿no?”
Estamos esperando un taxi refugiados a la
sombra del enorme toldo que cubre las mesas de la terraza de la cafetería-restaurante.
Casi todas están ocupadas. No sé si son los mismos asiáticos de dos horas atrás,
o si éstos han venido después, pero ni estos ni aquéllos parecen inmutarse por
los 33 grados a la sombra que marca el termómetro digital de la farmacia al
otro lado de la plaza. Lo dicho antes. Son héroes. O eso, o son residentes de
algún hospital psiquiátrico de Seúl, de vacaciones por Europa. Cuando vuelvan a
casa, presumirán cada uno de sus mil quinientas fotos hechas en Madrid, del souvenir
del Museo del Prado, y de un colapso por golpe de calor de mil pares de
demonios.
El taxi nos lleva hacia la estación de
Atocha, donde tomaré el AVE que me llevará hasta Zaragoza. Aún faltan cuatro
horas para eso, así que hemos decidido que, con la que está cayendo, estaremos
mejor en casa de mi amigo, que vive muy próximo la estación.
A mi amigo no se le ocurre otra cosa que
preguntar al taxista cómo afecta a su trabajo los cambios en la circulación por
el centro desde que la alcaldesa Carmena desgobierna Madrid. El hombre comienza
a encadenar calificativos desfavorables, uno tras otro, sobre la gestión de la
comunista, a la que pone del revés como un calcetín, para luego darle la vuelta
nuevamente. Pocas veces en mi vida he escuchado a nadie insultar con tanta
profusión de palabras a otra persona en tan poco tiempo. Parece que no hemos
dado con un partidario de la alcaldesa, precisamente.
La carrera ha sido rápida. Una de las pocas
cosas que me gustan del verano es que en julio y agosto se puede circular muy
bien por alguna de las grandes ciudades, como es el caso de Madrid. Mi amigo me
deja acomodado en un sofá de esos que parece que no te dejará levantarte
después y se va a la cocina a preparar bebidas frías mientras habla por
teléfono. Desde el sofá miro por la puerta de vidrio que da acceso a la terraza.
Veo la estación. Una pena que haga tanto calor, incluso en sombra, porque la
terraza de este piso es un lugar ideal para relajarse. Desvío un poco la
mirada, y entre el acceso a la terraza y la televisión hay una librería que, en
una de sus estanterías, muestra varias fotos. Y al lado de esas fotos hay una
figura de metal, policromada. Es el escudo de una unidad especial del ejército
que dejó de existir hace años, cuando muchas de esas unidades perdieron sus
nombres e identidades propias al ser agrupadas bajo la jefatura del MOE; el
Mando de Operaciones Especiales. Al otro lado de un grupo de libros, todos de
historia, hay más fotos. Y entre ellas una que siempre me gusta ver. En ella
posa mi amigo, con 25 años menos, de espaldas a la barandilla del Balcón del
Mediterráneo en Tarragona, el mar al fondo y una borrosa paloma volando de un
lado a otro del encuadre. “Maldita paloma marxista…” exclamaría mi amigo meses después, cuando fue
a recoger las fotos a la tienda donde se revelaron.
Él sigue hablando por teléfono en la
cocina. Le oigo trastear en los armarios. Mientras, recuerdo que un par de días
antes de hacer esa foto accedíamos al Carrer de la Palma, paralela a la Plaza
de la Font, buscando una de las pensiones típicas de la parte alta de
Tarragona. Habíamos quedado allí a las 11:30 de la noche con Musta. Un marroquí
confite de la Nacional, para que nos indicara un lugar en El Serrallo donde
podríamos localizar a una persona con la que queríamos hablar. Lo que sucedió
antes de llegar al portal de la pensión no lo olvidaré jamás, precisamente
porque a ese suceso siempre asocio un comentario que semanas después haría otro
compañero habitual en esa zona: “esta vida nos gusta porque somos básicamente
idiotas”.
De un patio anterior al de nuestro
destino apareció de pronto a unos cuatro o cinco pasos de nosotros un tipo de
estatura media, con pelo rizado oscuro más largo por la nuca, vestido de ropa
deportiva y con un punzón de unos cinco centímetros en la mano derecha apuntándonos
a la cara. Nos llamó “payos” y nos dijo que le diéramos todo el dinero y los
pelucos.
Deslicé mi mano bajo la cazadora, liberé
la presilla de la funda y sujeté la empuñadura de mi arma.
.- ¿Tú nos has visto bien, escombro? - Le
dije sin levantar la voz. – Te das media vuelta y desapareces por esa esquina o
te juro que no sales entero de esta calle.
El tipo se quedó helado por un momento,
pero se sobrepuso. Quizás pensó que yo era un poco fantasma y que, al fin y al
cabo, el punzón lo tenía él. Se adelantó un paso con el brazo extendido. Saqué
el hierro, lo monté y le apunté al pecho. Debió saber que el arma no era una
réplica, porque soltó inmediatamente el pincho y levantó las manos a la altura
de la cabeza. Le puse el arma en la entrepierna.
.- Esto se acabó – le advertí – Tú
decides si te reviento aquí mismo o te largas.
Pero al tío todavía le quedaban arrestos
para tratar de no arrastrar su prestigio por los suelos. Temblaba ligeramente,
mirando de reojo a mi compañero, que también había sacado el hierro y buscaba
con la mirada el pincho que llevaba este idiota, y me dijo, tratando de
disimular su temor.
.- Vosotros no sabéis quien soy yo. – Temblaba – Yo soy de los Pizarro, cabrones.
Esto os va a costar la vida. No sabéis quien soy…
Hablaba casi gimiendo. No me dio tiempo a
darle el guantazo que se merecía. Mi amigo había cogido el pincho del suelo. Se
acercaba guardando el arma en la funda. Con rapidez, agarró el punzón con la mano
izquierda y se lo clavó al chori en la nalga derecha hasta la empuñadura de
madera. El dolor debía ser intenso, pero el muy idiota no acertaba ni a
chillar. Se le saltaban las lágrimas y gemía, temblando más que antes. Parecía
al borde de un desmayo. Sudaba como pocas veces he visto sudar a nadie. Le
agarré del cuello de la camiseta y le zarandeé un poco para que me prestase
atención, porque no apartaba sus ojos del rostro de mi amigo, que ni se inmutaba.
.- Mírame, escombro – se estaba orinando
encima. Las perneras del chándal le goteaban formando un charquito en la acera.
Pero en su herida solo se veía una pequeña mancha roja bajo el pincho cuya
empuñadura contenía la hemorragia. – Ahora sales a la Rambla Vella y cruzas a urgencias
de Santa Tecla. Cuando te pregunten qué te ha pasado para escribirlo en el
parte que recogerá la pasma les dices que te sentaste encima, que eres faquir o
lo que se te ocurra. Pero si te vuelvo a ver por la calle por mis muertos que
te meto dos clavos en el esqueleto. ¿Entendido?
Asintió temblando y gimiendo. El tío
aguantaba de pie, pero estaba muy pálido. Le devolví la cartera que le había quitado
del bolsillo del pecho. Le enseñé su DNI y me lo guardé.
.- Te dije que no saldrías entero de esta
calle. Da gracias a que mi amigo se ha conformado con esto y no te vas con algo
roto. Desfilando, Pizarro.
Se alejó gimiendo y caminando a pasitos
cortos, con el pantalón goteando y el punzón clavado en el trasero. Era como un
hombre con mango.
.- Venga, Pizarro – le soltó mi compañero
con tono tranquilo – a conquistar el Perú.
Mi amigo, en las ocasiones solemnes, no podía
evitar añadir la frase del día. Cuando el Pizarro doliente desapareció
titubeando por la esquina, salió Musta del portal. No era un tío cobarde. No había
salido antes porque no quería que el yonki imbécil le viera con nosotros.
.- Os he visto por el balcón. Así no se
hacen las cosas – resoplaba como un caballo – Así no se hacen. Luego vosotros
os vais y los marrones se quedan en el barrio. Venid por aquí, que tengo el
coche por la Vía Augusta…. ¿Pero vosotros sabéis quien es ése? Esperemos que la
cosa no se líe, porque ése tío es el Manaco, un primo de los Pizarro.
Mi amigo vuelve al salón con un par de
refrescos con mucho hielo y conecta el aire acondicionado del salón. Yo vuelvo
al presente mientras me pregunta.
.- ¿Y por qué no publicas algo ahora
sobre lo del Experimento Perejil? A mí me gustaba el nombre…
Se sienta frente a mí en un butacón negro
y enciende otro de esos puritos finos que le gustan ahora.
.- Creo que ya no es momento. Hoy a nadie
le interesa lo que pasó durante aquellos años. La masa tiene memoria corta hacia
el pasado y capacidad de previsión aún más corta hacia el futuro. – me
incorporo un poco para alcanzar mi refresco en la mesita de centro. - ¿No te
acuerdas que dos semanas después de la intrusión de Marruecos en el islote la
gente ya solo hablaba de los guiñoles de Canal + y la cabra de la legión que
siempre salía con el ministro? Qué triste. Marruecos nos había puesto a prueba,
Francia nos había traicionado de nuevo y la España profunda, que de un modo u
otro es casi toda, estaba prendada de un muñeco de la televisión.
.- Sí, Vale. La masa es idiota – asegura
convencido – pero siempre hay alguien que agradece saber, o que al menos valora
lo que le cuentan y trata de digerirlo para valorar si es cierto o no lo es.
.- ¿Y qué? Esos son una minoría
insignificante. En España no hay conciencia de sociedad civil. Hay población
lanar que bala si le suben los impuestos o si gana el partido contrario al que
han votado. Y si esa población lanar reacciona porque está harta, la
neutralizan fácilmente creando una asociación paralela o un partido que les
decepciona y les vuelve a grabar a fuego en el cerebro que todos los políticos
son iguales, y que todos los partidos son basura. Y lo peor es que eso es
rigurosamente cierto. Todos son iguales porque todos obedecen a los mismos
intereses, aún los que no lo saben.
Doy otro sorbo a mi refresco y prosigo.
.- ¿No has visto cómo sigue reaccionando la
gente en Estados Unidos al conmemorar el 11S? ¿Sí? Pues no hagas comparaciones
con lo que aquí pasa ahora con el 11-M. Han pasado 14 años y todo el mundo se
comporta como si la matanza hubiera sucedido hace tres siglos. Es algo que no
va con ellos. Ya no es que sea un tema tabú. Ni siquiera eso. Es que todo lo
que sucedió ha pasado a ser parte de ese surtido de asuntos de los que, si
incides en ellos, eres una especie de facha paranoico, antidemocrático y hasta
homófobo, si me apuras. Y si eso es lo que hay con el 11-M, ¿cómo se va a
interesar nadie con Perejil? ¿O por el
atentado contra Aznar? ¿O por el falso intento de atentado falsamente frustrado
contra el Rey en Mallorca? ¿Pero es que no hay nadie con un poco de memoria que
se pregunte por qué pasaron ciertas cosas durante los 90, y tan seguidas? Sigo
convencido de que Perejil fue una prueba. Un experimento, si el nombre te gusta
más. Un test que había que hacer en un lugar suficientemente inocuo y sin
importancia, pero que sirviera de piedra de toque para cualquier actor que
participara en la trama. ¿Qué lugar mejor que un islote de la zona entre España
y Marruecos? Alborán hubiera supuesto una crisis mayor, por ejemplo. Pero
perejil bastaba.
Bebo otro sorbo y resumo a mi amigo lo
que escribí en aquel documento que me borraron de internet en cuestión de
horas.
Ahora ponte en lugar de Marruecos y de su
rey cacique. No le gusta Aznar. Se ha hecho demasiado amigo de los americanos,
y eso podría desequilibrar la delicada balanza geoestratégica del Estrecho. De
modo que selecciona Perejil para destacar allí a unos cuantos infantes de la
marina marroquí para que lo tomen en nombre del reino de Marruecos. Pero la
inteligencia marroquí, que cuenta con la traición de Francia a España como
socio de la NATO, no cuenta con que los americanos ayudarían a Aznar. Más que a
España, a Aznar, que es el nuevo amigo que sí tiene los arrestos para plantar
cara a los moros y a apoyar alguna posible futura intervención en oriente
próximo.
.- ¿Pero por qué hablas de la traición de
Francia? Eso nunca me lo especificaste.
.- Porque durante la noche de la toma de
perejil y la expulsión de los escasos militares españoles que se acercaron a
advertir a los otros de que se hallaban en suelo español, expulsión que se hizo
a punta de AKs, los canales de satélite que Francia tenía alquilados a la
inteligencia y el ejército español fueron desactivados. Nos dejaron ciegos. O
mejor dicho, nos habrían dejado ciegos si no hubiera sido por el apoyo
norteamericano, que nos tenía cedidos varios canales similares y nos ofreció
además otros esa misma noche. A Marruecos le importaba un pimiento Perejil. Es
una roca inútil. Lo que le importaba era la reacción de los Yankees en Rota, de
los gabachos en su traición y de Europa en general como Unión Europea en
funciones. No esperaban ni la reacción de Aznar, porque alguien del anterior
gobierno sociata había asegurado a Mohamed que Aznar no reaccionaría, ni que
éste autorizase días después la reconquista del islote mientras Rota ponía en
estado de alerta una serie de aeronaves armadas dispuestas a apoyar a las
fuerzas aéreas españolas que darían cobertura a los equipos de desembarco, y rechazar
cualquier contraataque marroquí que pudiera darse durante la Operación Romeo
Sierra de recuperación de Perejil. Francia se había puesto una vez más de
perfil para beneficiar a Marruecos. Pero esta vez España era uno de los socios
preferentes de Estados unidos en la zona, situación que Zapatero se encargó de
desmontar en cuanto llegó al poder para restablecer la corrupta relación de
Marruecos con ciertas élites españolas que permitían hacer, al tiempo que se
dejaban llenar los bolsillos. Élites que, ya sabemos cómo, alzarían a Zapatero
al poder en 2004
.- Así que Francia nos traicionó otra
vez.
.- Traicionarnos es lo que Francia no
deja de hacer constantemente. La gente se ha quedado con la imagen de que los
gabachos cobijaban a ETA durante treinta años y nos tiraban la fruta de los
camiones en la frontera, pero luego ya pudimos fiarnos de ellos. Pero si esa
misma gente se informara un poco y relacionara noticias y hechos, comprendería
quienes son nuestros aliados y quienes fingen serlo. Hoy todos somos europeos.
Pero algunos europeos somos más primos que otros. Primos y estúpidos. Porque
mientras en una porquería de islote se jugaba la posibilidad de un futuro u
otro para España, los españoles se partían de risa con las parodias de la
socialista Canal +. Después, todo volvió a estar aparentemente tranquilo. Pero
como veríamos apenas unos años después, Marruecos preparaba su estrategia de “invasión
civil”, esperando el momento oportuno para incrementar el tráfico de pateras
por el Mar de Alborán y el Atlántico dirección a nuestras costas. Un bien
pensado plan. En cuanto en España volviese a gobernar un partido más tolerante
y abierto a regalar el dinero y vender barata su dignidad, Mohamed activaría su
particular y continuada versión de desembarco de Normandía, no para conquistar
playas; sino para comenzar a parasitar los servicios sociales y la sanidad
española, y crear las condiciones idóneas para que una segunda generación de
marroquíes naciera en España, fuera aún educada en sus valores familiares del
Islam, y poblara poco a poco centros de enseñanza, lo que propiciaría las
condiciones idóneas para que el PSOE, previsiblemente de nuevo en el poder, reformara
otra vez más el sistema educativo, esta vez para añadir asignaturas como
Educación para la Ciudadanía y, un tiempo después, la enseñanza del Corán como “justa”
alternativa si los católicos se empecinaban en enseñar en los colegios su
religión. Marruecos no nos ha declarado la guerra por lo militar. De momento no
hace falta. Le basta con invadirnos por aluvión.
.- ¿Y Europa, que reacción tuvo?
.- La más tibia posible, excepto Italia,
que se posicionó sin fisuras al lado de España. El resto se manifestaron muy
tibiamente hablando de paz, convivencia y otras oportunas estupideces, y no se
decantaron por España hasta que la presidencia danesa de la UE lo hizo. Lo más
curioso fue el apoyo de los Estados Unidos, que oficialmente no existió y se
declararon neutrales, pero que en realidad fue determinante estratégicamente
hablando porque los canales satelitales yankees siguieron funcionando cuando
los franchutes quedaron “casualmente” fuera de servicio. Siempre he creído
que Perejil fue un experimento, que si le
hubiera salido bien a Marruecos, habría incrementado y acelerado sus peticiones
sobre Ceuta y Melilla, con las consiguientes maniobras de desestabilización sobre
las dos ciudades como sucedió en los ochenta. En definitiva, Perejil salió mal.
Así que se hizo necesario forzar la situación. Era necesario derribar al
aznarismo del poder. Si todo seguía en España tal y como estaba, dos años
después volvería a ganar el PP por mayoría absoluta. Y aunque Aznar había prometido
que no permanecería una tercera legislatura como presidente porque creía en la
limitación de mandatos, nadie sabía si su sucesor seguiría con la línea
económica liberal que había estabilizado España y la había reflotado de la
ruina. Ciertos intereses no podía permitirse que España siguiera su camino a
ocupar un puesto relevante entre las potencias europeas. Y las herramientas
necesarias para conseguir tal cosa estaban disponibles. Unas cloacas del estado
que seguían siendo socialistas, un partido socialista dispuesto a retomar el
poder bajo la dirección de un tipo sin escrúpulos, y una banda terrorista a la
que utilizar para dar cobertura a otros infiltrados a los que sacrificar llegado
el momento oportuno. Ahora, solo hacía falta idear un suceso que fuera lo
suficientemente traumático y que ocurriera en el momento idóneo para derribar
el aznarismo. Perejil había dejado claro quiénes eran los amigos de España, y
quienes los enemigos.
Suena el teléfono inalámbrico que mi
amigo había dejado en la mesita, al lado de los refrescos. Se levanta y
contesta, alejándose hacia la cocina. Yo aprovecho para revisar los whatsapps
que han ido llegando y a los que no he hecho ni caso. Faltan dos horas para que
mi AVE salga hacia Zaragoza. En el exterior se ha levantado una fuerte brisa y
se adivinan nubes de tormenta a lo lejos. Salgo a la terraza. La temperatura ha
bajado lo suficiente como para sentarse a disfrutar de las vistas sin pasar
calor; de modo que vuelvo dentro, cojo mi vaso y el de mi amigo y los dejo en
la mesa del exterior, mientras me acomodo en un sillón de mimbre. En una hora
marcharé caminando a la estación.
Continuará.
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