
Escrita en mil novecientos cincuenta y nueve por Walter M. Miller Jr., publicada por primera vez en España en 1972 por Bruguera, narra las peripecias de algunos supervivientes de un holocausto nuclear planetario, generaciones después de aquel desastre.
El argumento tiene muchas cosas interesantes. Describe acertadamente la forma de pensar y de creer de los miembros de una orden religiosa que, como en la baja edad media, se han convertido en escribientes, recopiladores y custodios de todo el saber que pueden rescatar de los antiguos. Antiguos que desencadenaron una guerra atómica que condenó a las generaciones posteriores a vivir en una época de atraso, de violencia y decadencia. Un resto de la humanidad que posteriormente inicia un renacer lento y basado mas en leyendas y escasos conocimientos acerca de la ciencia de los antiguos creando comunidades marcadas por circunstancias tales como mutaciones genéticas, creencias religiosas o afán de supervivencia.
El ritmo de la novela es suficientemente ágil como para no aburrir en ningún momento y los personajes aparecen muy bien definidos en la línea argumental. El final de la historia deja una sensación un poco amarga al lector. Invita a pensar en la sociedad en la que vivimos.
Uno de los muchos méritos de este libro es su argumento. Fue ideado veinte años antes de que se rodara la primera película apocalíptica tipo Mad Max y similares, hablando de un mundo resultante después de un holocausto. El autor desarrolla una narración que plasma el miedo a una confrontación nuclear con el que vivían de las gentes de principio de los sesenta. Una década en la que los bloques occidental y soviético se armaban más y más con misiles y bombarderos estratégicos, y la guerra fría era el tema recurrente en diarios e informativos.
Por el hilo argumental van desfilando varios protagonistas que, durante generaciones, ilustran con sus vivencias el renacer de una humanidad que vuelve a vivir una edad media, un renacimiento y una edad moderna donde “re-descubrimientos” como la “esencia eléctrica” y la pólvora definen situaciones personales, políticas e históricas, que tan sólo uno de los protagonistas parece saber valorar en el tiempo gracias a una sorprendente característica física.
“Cántico a San Leibowitz” es una novela que merece la pena leerse. Y yo he recuperado mi ejemplar 20 años después de haberlo tenido en mis manos por primera vez. He recordado muchos aspectos del argumento que tenía completamente olvidados, así como muchos flashes de mi vida por aquel entonces. Vivencias. Sensaciones. Esperanzas, unas pocas, hechas realidad.
Cumpliré cuarenta y uno en pocos días y el olor de sus páginas me ha hecho viajar al pasado de mi vida y contemplarlo como si fuera un espectador en un cine, que puede ver y oír pero no puede alterar el entorno ni el curso de los acontecimientos. Lo he leído en tres días, a ratos libres. Y como todos los libros que me gustan, lo leeré de nuevo dentro de dos o tres años.
Absolutamente recomendable, pero no pienso dejárselo a nadie. No volveré a perderlo de vista.
Si lograra recuperar también el recetario de cocina que presté en el noventa y siete, tonto de mi...
A quién pueda interesar: La última edición de la que tengo noticia es de 1992 en Ediciones B.

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