Además, por cuarto año consecutivo (y que sean muchos mas), no he sufrido las fiestas. Sin atascos, sin aglomeraciones, sin las calles tomadas por los coches aparcados, sin ríos de gente, sin charangas debajo de casa, sin gritos, sin borrachos, sin Ciudad.
El pulso urbano vuelve a su cadencia habitual. Retomamos el trabajo y el ritmo diario y Zaragoza es de nuevo la urbe que crece año tras año sin dejar de ser, en cierto modo, ese pueblo grande y provinciano que no acaba de darse a conocer salvo por las jotas y los eternos tópicos y sucedáneos de Marianico el Corto.
Ni siquiera la Expo de 2008 acaba todavía de proyectarnos al panorama nacional. Las encuestas son claras: muchos españoles ignoran donde se celebrará este certamen y cuales serán sus objetivos. Están mas enterados en Alemania o en Japón, parece ser.
Decía que volvemos a la normalidad. Los que llegamos pronto a la ciudad sufrimos las retenciones de siempre, provocadas por la mala gestión de los políticos de siempre. Los que ya viven en la capital, pues tambien como siempre. Nos están esperando en los atascos de siempre. Como siempre.
Caminando por las calles, puedo oír conversaciones y ver situaciones que me son familiares. De lunes a viernes se repite esa rutina que consuela al ciudadano medio. Los niños van al colegio, los adultos conducen deprisa unos, mientras otros bajan y suben al transporte urbano. Las tiendas van abriendo sus puertas poco a poco y las cafeterías están llenas. Los autos van aparcando donde pueden, copando las zonas de descarga. Luego llegan los transportistas y paran en doble fila.
Esta mañana lo va a tener mal el radar de Marqués de la Cadena. Hay atasco. ¿El motivo? ¿Cuál va a ser, hombre? Operarios públicos podando o arreglando no se qué, en hora punta. Cuando mas tráfico hay. No falla.
Llueve intensamente esta mañana. Huele a otoño.
