
Por aquél entonces los niños éramos educados bajo unos principios morales y éticos que nos ayudarían a conducirnos en la vida, como complemento a una cultura que se definiría después con estudios superiores o con la entrada al mercado laboral. El respeto a una serie de valores, el principio de autoridad, del esfuerzo y del trabajo bien hecho eran bases fundamentales de un sistema educativo que ni mucho menos podemos idealizar, pero que sí hacía hincapié estos principios correctos.
En conjunto, éramos mucho mas respetuosos con nuestra familia y con los adultos. Valorábamos mas lo que teníamos, seguramente porque teníamos menos que los niños de ahora. Cualquier cosa nos ilusionaba. Nos tragábamos las películas de 20 o 30 años atrás; esas que ahora ya no interesan porque el buen cine ya no se lleva. Nuestros juguetes y pasatiempos apenas eran electrónicos. El Scaléxtric era un lujo al alcance de unos pocos y tirábamos mas de Madelman y cosas por el estilo.
La actitud hacia los profesores era de respeto, en aquella generación. Bien es verdad que el colectivo docente era conocido por su facilidad de dar leña, ya fueran sacerdotes, monjas o laicos. El repetidor era visto entre nosotros casi como un delincuente y era un deshonor y una vergüenza que nos cayeran asignaturas para septiembre, además de las broncas de campeonato que recibíamos en casa. Los gamberros, los matones de colegio, los que fumaban escondidos, eran estigmatizados por los adultos y por los demás niños.
Así las cosas, nos espantaba a todos conocer casos (generalmente en otros países) donde existía rebelión en las aulas, peleas diarias en los recreos, bandas juveniles que se hacían fuertes a base de amenazas, agresiones, trafico de drogas... Todo eso era cosa de extranjeros, que demostraba las bondades de un régimen dictatorial que pretendió tenerlo “todo atado y bien atado” eternamente.
Pero los tiempos cambian y la humanidad, la sociedad, demuestra conocer el término medio solamente como concepto intelectual o utópico. El español medio dejó de viajar a Perpignan para ver películas de destape o a comprar revistas de lo mismo. Fueron legalizados los partidos políticos y gobernaba una monarquía parlamentaria, un presidente y un parlamento molón, como en el extranjero.
Tres décadas después recogemos lo que sembraron los “padres de la patria” durante los 80 y los 90. En su afán de cambiarlo todo, de ser más europeos que nadie, mas aperturistas y progres que los daneses y mas consumidores de drogas que los holandeses. Se cargaron lo malo del sistema educativo conocido hasta entonces, pero arrasaron también con lo bueno: los chicos ya podían suspender cursos sin necesidad de repetir, lo que se traducía en que avanzaban cursos sin la base necesaria de afrontar nuevas asignaturas. Por otro lado se eliminaron ciertas normas de educación tenidas como retrógradas, haciendo desaparecer también los resultados de dichas normas y facilitando los efectos contrarios a ellas. Era bueno y deseable eliminar el maltrato arbitrario que algunos profesores inflingían a los alumnos, pero abolido también el principio de autoridad, desapareció el respeto necesario de los estudiantes hacia los profesores.
El péndulo ha oscilado de un extremo al otro durante todos estos años. En ese recorrido han cambiado modos y costumbres, ha mejorado el nivel material de vida, la medicina, la tecnología... pero se han degradado las cosas mas importantes, las que de verdad trascienden. Prácticamente ha desaparecido la vida familiar tal y como la conocíamos. De hecho, hay quienes están empeñados en eliminar o modificar la familia tradicional (tradicional no tiene por qué significar siempre anticuado) intentando justificar lo inmoral y lo amoral con nuevos conceptos y palabras gratificantes.
Hace ya tiempo que los ídolos juveniles ya no son los aventureros de los cómics, o los deportistas de élite. Siguiendo la pauta impuesta desde hace tiempo de que el esfuerzo para crecer en la vida es cosa de fachas y de carrozas, los chavales de hoy admiran a los concursantes de los realities y a los presentadores de TV que han contribuido en buena parte a ensuciar nuestra vida diaria. Arrasan las audiencias los programas que airean porquería e insultos justificándose en el derecho a la información. Ídolos grotescos y absurdos que vociferan sus motivos como razones absolutas, amparados por los medios que les dan cuartel hasta que pierden interés. Esos mismos medios que construyen sus franjas horarias mas rentables y denigrantes durante las tardes que deberían pertenecer a otro tipo de programas.
Desde hace años crece la oferta televisiva de series infantiles y juveniles con exceso de violencia, veladas insinuaciones sexuales, rebeldía hacia padres, familiares y adultos.
Añadiremos a semejante receta los estímulos que ofrecen las campañas publicitarias que suscitan un consumismo feroz entre los jóvenes. Los videojuegos que contemplan como cosa natural proponer al jugador golpear a prostitutas, crear una red de narcotráfico o robar coches y saltarse todos los limites. Durante la navidad de 1998 uno de los juegos de pc mas vendidos era aquél en que atropellar a la gente era puntuable para ganar una competición. Toda una recreación de gritos, lamentos, sangre y huesos rotos. Hace muy pocos días se promocionaba un nuevo juego en el que el protagonista es un matón de colegio que tiene que hacerse temer por los demás chicos.
En fin. Todo un abanico de actitudes sociópatas para elegir, no solo entre gran número de nuestros adolescentes. El incremento de este fenómeno ya se observaba durante los noventa entre la generación que ahora, como adultos jóvenes, huyen no solo de la paternidad y de la vida familiar; tambien de todo aquello que suponga una obligación hacia la sociedad y hacia sí mismos. Sus prioridades son de lo más trascendente: los teléfonos móviles, la música con mensajes cada día mas desafiantes, el tunning, el botellón, los tatuajes, el piercing, la cocaína, las bandas violentas, los nacionalismos radicales, los videos violentos, la pornografía o cualquier otra moda encaminada al consumo y al embrutecimiento del individuo.
De cualquier modo, pienso de antemano que significarse contracorriente al respecto es una guerra perdida, aunque merece la pena mantenerme en mi sitio, por respeto a mi conciencia. Guerra perdida porque entre los de mi generación y aún entre los mas mayores hay quienes piensan que todo esto es disculpable porque otros tambien lo hacen, porque todo esta podrido, porque ya lo arreglarán otros.
Hoy día nadie puede negar que los resultados de estas últimas décadas están a la vista. Tan a la vista que ahora mismo estoy viendo en el informativo de Antena 3 como unos escolares golpean y humillan a un compañero con síndrome de down para grabarlo y colgar el vídeo en Internet. Pero los que podrían hacer algo esconden la cabeza bajo tierra. Una juventud así es más rentable que la nuestra. Los que podrían hacer algo son ambiguos a conveniencia. Tiburones en busca de dinero, poder e influencia. Exterminadores de la verdadera Libertad.
A ellos les dedico una de mis citas preferidas:
“La perversión y la corrupción se disfrazan casi siempre de ambigüedad; por eso la ambigüedad no me gusta, ni confío en ella.”
John Wayne
