
De Leopoldo Calvo Sotelo recuerdo, sobre todo, su aspecto serio. No en vano le llamaban por aquél entonces “La Esfinge”, aunque quienes le hayan conocido en la corta distancia defiendan lo contrario. Hierático hasta el extremo en sus intervenciones parlamentarias, no tenía ciertamente motivos para estar muy alegre, en aquél tiempo en el que se hizo cargo de la presidencia de gobierno, tras la dimisión de Adolfo Suárez.
Y no era para menos. Comenzar un mandato con un golpe de estado para, posteriormente, ser el nuevo objetivo de la estrategia de acoso y derribo que Felipe González y Alfonso Guerra diseñaran tiempo antes contra Suárez, era como para echar a correr y no parar hasta
El clima social reinante en España durante aquella época sí que se asimilaba a un autentico calentamiento global. Índice de desempleo galopante, inflación desbocada, cien muertos anuales que ETA ponía encima de
Con todo, Calvo Sotelo pudo mantenerse firme hasta las elecciones generales del siguiente año ochenta y dos; el año del slogan del PSOE “OTAN, de entrada no” y la promesa “formal” de conseguir ochocientos mil puestos de trabajo en poco tiempo. Posiblemente ha sido uno de los presidentes de gobierno más castigados y satanizados por
Don Leopoldo ha fallecido a los ochenta y dos años. Ha muerto uno de aquellos políticos de la transición que pusieron su esfuerzo y su excelencia al servicio de España. Su biografía queda para que podamos aprender valores importantes y el verdadero significado del esfuerzo y la dedicación a una causa, tal y como el explicó en una entrevista de la que leí un extracto ésta mañana: "La clave de la Transición es que se hizo en poco más de 12 meses. Yo pasé directamente de mi despacho de Unión Española de Explosivos a un ministerio sin tiempo casi ni de cambiarme de corbata".
Tristemente, como siempre sucede, los homenajes llegarán a partir de ahora. Homenajes que hubieran sido más sinceros cuando él aún vivía.