
Hay una reflexión sobre el terrorismo de ETA que siempre acude a mi mente en cada atentado, en cada manifestación a favor de los asesinos, en cada declaración de algún representante de cualquiera de los brazos políticos de la banda terrorista.
Los asesinos y sus defensores están de acuerdo con los asesinatos. Nunca han condenado ni condenarán un solo atentado. Han nombrado hijos predilectos de ciertos pueblos y han dedicado calles y plazas a quienes “exponen” sus razones a base de pólvora y plomo. Mostraron su dolor, con crespones negros en sus banderas, aquéllas ocasiones – ocasiones que añoro – en las que el Etarra de turno saltaba por los aires manipulando explosivos. Han forzado el exilio de unos doscientos mil vascos, que viven fuera de su tierra, aunque excelentemente acogidos en otras autonomías españolas.
En definitiva, han mostrado un fanatismo equiparable al más puro sectarismo que corre por la mayor parte del mundo islámico, por ejemplo. No olvidemos que fue precisamente en Argelia, donde los asesinos tenían sus campos de entrenamiento y donde se realizaban muchos de los contactos con los gobiernos españoles durante los ochenta y los noventa.
Y cada vez que reflexiono sobre estos “detalles”, llego al mismo punto. A las mismas preguntas de siempre. ¿Son realmente conscientes todos estos seguidores del entorno genocida, de que si ETA consigue lo que desea (lo que parece que desea…) las vascongadas serían un territorio gobernado por el terror? ¿Hay tanto votante del PNV, de HB o similar, que quiere que ETA cumpla sus objetivos e imponga un gobierno represor, xenófobo y violento? Parece que sí. Parece que una buena parte del pueblo vasco prefiere un régimen estalinista con ausencia total de libertades, que está de acuerdo con los asesinatos y con el exilio de los que piensan “diferente”
Aunque también tengo en cuenta la otra posibilidad, más bien certeza: que la cúpula de ETA viva del chantaje y sin dar un palo al agua. Como dijo Juan Antonio Cebrián, estamos hablando de ETA S.A.