
El tipo de trabajo que desarrollo me permite tener contacto diario con muchos profesionales de distintos campos, lo que me da una idea bastante clara del alcance de esta crisis que la demagogia profesional del gobierno de España se empeña en llamar “desaceleración”.
Mi relación laboral con el sector de la construcción es prácticamente nulo, pero trabajo con muchos gremios que, de un modo u otro, están muy ligados a dicho sector y que se ven afectados igual que las cartas de un castillo de naipes: cuando la base se resiente, toda la estructura se viene abajo. Y solo percibimos este tipo de cosas cuando nos acercamos lo suficiente para ver las consecuencias inmediatas que, obviamente, provocarán otras consecuencias mayores.
El pasado viernes hablaba con un empresario que suministra un componente específico a una fábrica de electrodomésticos de gama blanca. En los últimos tres meses ha servido un treinta por ciento menos de pedidos de dicho componente. Y, según las previsiones de su departamento comercial, sobre la cifra actual de pedidos, el descenso siguiente será de un cuarenta por ciento. Estos datos, que a priori pueden parecer simplemente malos, en realidad son mucho peores.
No se trata solo de que una empresa venda casi un noventa por ciento menos de material a otra. El alcance real es mucho más profundo. La empresa compradora, que además de vender sus electrodomésticos en tiendas y grandes superficies, equipa un buen número de pisos de obra nueva que se venden en toda España, pide menos componentes porque, a su vez, el parón de la construcción mantiene los almacenes llenos de dichos electrodomésticos, que ya no se instalan, porque no se venden pisos. Esta situación es similar a la de otros muchos gremios cuya actividad esta ligada, en su mayor parte, a la construcción de viviendas. Decenas de miles de autónomos y pequeñas empresas y medianas empresas suministran a las constructoras materiales y acabados tales como carpinterías, suelos, complementos, accesorios para instalaciones eléctricas, energía solar y un sin fin de cosas mas.
Miremos hacia donde miremos, las cifras de negocio caen estrepitosamente. Los sectores del automóvil, alimentación, hostelería, restauración, bolsa… Todo esto estaba anunciado. Muchas voces lo advirtieron desde mediados de 2006. Pero no se podía hablar de crisis bajo ningún concepto. Los líderes de la izquierda, conscientes de que su electorado es el más fácilmente manipulable, el más sencillo de dirigir, el más falto de criterio propio, puso en marcha la táctica del insulto, del alarmismo, de la descalificación e incluso de la calumnia, contra todo aquél que se atreviera a nombrar la palabra maldita. “Crisis”.
Hoy día, salvadas las elecciones generales, los líderes de la izquierda española han caído en su propia trampa dialéctica. No nombran la crisis, aunque reconocen a regañadientes que las cosas van mal. Pero, como son ellos quienes lo dicen, ya no es despreciable ni desestabilizador reconocerlo. No importa. Saben perfectamente que disponen de una gigantesca bolsa de voto cautivo al que distraerán con otras noticias, escándalos y promesas fáciles. Saben perfectamente que tienen bula para cometer las mayores tropelías, porque tan sólo necesitan hablar de la España de Franco, del derecho a adoptar de los homosexuales, de la alianza de civilizaciones, de la guerra de Irak, o de Aznar, para que sus votantes cierren filas, aunque tengan que perder su segunda (a veces, también la primera) vivienda por no poder hacer frente a
Que se lo expliquen a las docenas de eventuales que no renovarán sus contratos en la empresa de electrodomésticos de la que hablábamos al principio. En pocos meses, todos a la calle.