
Querido Miguel Ángel.
Ha pasado tanto tiempo desde tu muerte y han pasado tantas cosas durante ese tiempo, que no puedo por menos que dirigirte unas letras para compartir contigo mis apreciaciones que, supongo, son las de muchos españoles.
Durante las últimas semanas un canal de televisión ha emitido una miniserie que narra tus dos últimos días de vida, recreando cómo pudo ser tu secuestro y posterior asesinato en manos de aquellos criminales, y contando también las vivencias de tu familia, de policías, de autoridades, del pueblo español, pendiente minuto a minuto de tu suerte… Confieso que no he querido verla. Sé que tu hermana y tus padres han asesorado a los guionistas, lo que me hace suponer que será extremadamente respetuosa contigo. Pero, sinceramente, prefiero verla dentro de un tiempo, un fin de semana, por ejemplo, y todos los capítulos en una tarde.
Como te decía, ha pasado mucho tiempo, pero recuerdo fielmente que, pasados unos días de tu asesinato, mi profunda angustia del momento dio lugar a indignación y rabia, pero también a escepticismo, como vería confirmado tiempo después. Todo parecía apuntar a que la mayoría de las formaciones políticas llegarían finalmente a un consenso que permitiría poner a ETA definitivamente en su sitio. Tu muerte anunciada – anunciada porque los requerimientos de los asesinos no se podían ni se debían satisfacer – fue la gota de sangre que desbordó el vaso de la ira del pueblo español. Vaso que, hasta entonces, e inexplicablemente, parecía no tener fondo. Del desesperado sufrimiento de tu familia y de todos los ciudadanos de bien nació lo que pronto se llamaría (inicialmente en el diario ABC, creo recordar) el “Espíritu de Ermua”. Un espíritu que empujaba a actuar conjuntamente a la sociedad española para condenar, perseguir y encarcelar a los etarras y a quienes les defendían y apoyaban en las instituciones, sirviéndose de los mismos derechos que negaban a los asesinados y a los perseguidos por el terrorismo.
No tardó mucho en resquebrajarse aquella unión. Algunos olvidaron bien pronto que tú ya no estabas ocupando tu concejalía, porque una banda asesina, jaleada o disculpada por ciertos políticos, te había volado la cabeza. Ya había pasado el susto; tú me entiendes. Ya era hora de arremeter contra aquellas manos blancas y contra las “ratas de Ermua”, como literalmente les llamó un líder de un partido nacionalista. El mismo que unos años antes, tras la muerte de un concejal de su partido y su escolta, declaró sin pudor ninguno ante la prensa: “¡¡¡que nos estáis matando a nosotros…!!!
Desde tu muerte hasta hoy, los terroristas han seguido moviendo ficha. En ocasiones, con completa libertad. Hemos tenido que ver cómo las negociaciones entre ellos y un gobierno, maestro de la doblez y el populismo, concedió privilegios a asesinos que no merecen ni la más mínima misericordia. Asesinos que, siempre que han tenido ocasión, han mostrado su orgullo por ser lo que son. Que no se arrepienten de nada. Y hemos tenido que contemplar, atónitos, como ETA y sus asociaciones satélites han vuelto a las instituciones. Es decir, han vuelto a usar y servirse del dinero público, de los datos y censos de los ayuntamientos y de los derechos que nuestra constitución – a la que desprecian – les concede. Han vuelto a tener representación pública cuando estaban ya cercados, asfixiados, sin fondos, escindidos en sí mismos, con buena parte de sus presos pidiendo el “fin de la lucha armada” a sus jefes políticos. Les han dado la mano y les han levantado cuando estaban a punto del K.O.
Ahora ETA y su entorno parecen estar perseguidos de nuevo. Bueno; exactamente desde ahora no. Desde unos meses antes de las últimas elecciones generales. ¿Sabes lo que más me indigna de estos últimos años? Dos cosas que, tristemente hablan de la catadura moral a la que están llegando buena parte de los españoles.
Una. El Presidente del gobierno, valedor de la negociación con tus asesinos, comprendió que, aunque pocos, el “proceso de paz” le estaba restando votos. Así que, en campaña electoral, comenzó a usar la palabra España y a hablar de endurecer la ley contra los terroristas. Incluso recuperó el término “atentado”, que jamás usó con la muerte de dos inmigrantes en la tragedia de la terminal de Barajas. La estrategia le resultó bien. Recuperó los votos y la desmemoria de muchos españoles.
Y dos. Quienes, en conjunto y dentro de nuestras posibilidades, hemos defendido tu memoria y la de los demás muertos a manos de ETA, hemos llegado a ser calificados como fascistas, crispadores e intolerantes. “Rendición en mi nombre, no” fue convertida por algunos políticos de holgado sueldo y escasa preparación humanista, ética y moral, en una arenga partidista. Quienes hemos hecho de ti y las demás victimas una bandera común para que nadie os olvide, somos ahora enemigos de la España plural y de la “verdadera libertad”. Somos la segunda edición, corregida y ampliada, de las “ratas de Ermua”
Como ves, Miguel Ángel, muestro abiertamente mi sentimiento de que tu muerte y la de los otros ha dejado de importar a mucha gente. Hasta en eso parece haber hecho mella la acelerada pérdida de valores y principios que beneficia a unos pocos y embrutece a nuestra sociedad.
En cualquier caso, te aseguro que tú y los demás estáis en los corazones y el recuerdo de muchos. Recuerdo con el que no negociaremos nunca. Que Dios os bendiga a vosotros, los asesinados, a vuestras familias y amigos.
Post data: Escribí esta carta ayer por la mañana, bien pronto. Hoy, en el momento de subirla al blog, añado este último párrafo.