
Hay ocasiones en las que, si analizáramos con un poco más de profundidad las palabras y los mensajes de los políticos, no nos costaría demasiado esfuerzo en adivinar no solo sus verdaderas intenciones, también la calidad humana que realmente albergan en su interior.
Resumiendo las últimas declaraciones de Pepe Blanco sobre la eutanasia, y citándole literalmente, no veo otra cosa que no sea una declaración de intenciones:
“Acontecimientos que han pasado en nuestro país ayudaron a madurar. Incluso algunos acontecimientos cinematográficos:
“Los avances sociales no pueden ser frenados por posiciones retrógradas”.
“El ciudadano debe tener derecho a una muerte digna, en esa dirección vamos a trabajar”.
“La derecha española debe abandonar su posición histórica de frenar todos los avances en materia de derechos. Será una buena forma de ver en qué medida el PP ha girado al centro”.
¿Por qué sostengo que frases como estas constituyen una declaración de intenciones? Porque no puedo creer que todo un responsable de uno de los partidos políticos mayoritarios de una nación (con perdón) de cuarenta y seis millones de habitantes crea realmente lo que está diciendo. Seguramente mucha gente sí lo haga. Me refiero a creerle. Es más cómodo creer que tener criterio propio. Pero una persona a la que se le supone preparada – yo lo dudo mucho – para trabajar en un puesto de semejante responsabilidad, o está realmente tarado o es un absoluto manipulador.
Poner como referencia una película para justificar una supuesta convulsión social, es una licencia que no debería permitirse un político, por grande que sea el empeño de crear polémicas y abrir nuevos frentes para apartar la atención general sobre la actual crisis. ¿Qué tipo de respuesta cabe ante esta supuesta inquietud social? ¿Qué acontecimientos ha provocado dicha inquietud, aparte de la película?
Es cierto que un avance social no debería ser frenado nunca por una posición retrograda. ¿Podemos considerar, por ejemplo, que dar mayor asistencia a las familias numerosas es un avance social? Si bien es cierto que los anteriores gobiernos de la democracia no han avanzado nada, los gobiernos de Zapatero tampoco se han distinguido en su fomento de apoyo a la familia. Lo que significa que durante estos últimos años hemos estado gobernados por un gobierno de retrógrados, que han impedido, aunque sea por omisión, que los avances sociales no hayan llegado a las familias que tanto los necesitan.
En cuanto a tachar a otros de frenar los avances en materia de derechos desde su posición histórica, me parece otro ejercicio más de hipocresía política, digna de semejante personaje que, desde su incultura manifiesta, ha ignorado y tergiversado la historia de España a su gusto, siendo aclamado por multitudes que demuestran, de ese modo, estar de acuerdo con todo lo que hace y dice. Si el Sr. Blanco conociera (y reconociera) la historia reciente, se encontraría de golpe con que fue su propio partido quien defendía en el Congreso, llegando a la saña y el insulto, que la mujer no debía tener el derecho a voto en España. Hablo de la década de 1930. Donde la verdadera lucha por los derechos civiles no estaba precisamente en manos de quienes ahora pretenden presentar
Pero con lo que no puedo transigir ni un ápice es con este relativismo con el que tenemos que convivir, impuesto interesadamente para hacernos perder la seguridad de cualquier principio correcto sobre el que pueda edificarse un ser humano. Me refiero al uso de la palabra “dignidad” por parte de quienes quieren convencerme del progresismo que supone abordar el fallecimiento de un enfermo terminal.
La tan manida frase “derecho a morir dignamente” no deja de parecerme, cuando menos, una frivolidad en boca de representantes de ciertos colectivos. Existe un interés, manipulador y falto de moral, en aplicar la dignidad a la muerte de una persona, solamente si ésta sucede tal y como dichos colectivos pretenden que suceda. ¿Deja de ser digna la muerte de una persona que, a parte de tratamiento paliativo, pretende luchar por prolongar su vida? ¿Es más digna la muerte de un enfermo si se le aplica, mas allá de un tratamiento paliativo, cualquier otro método que acelere el final? ¿Por qué, si la inmensa mayoría de la gente, sea de la tendencia política que sea, esta de acuerdo en pedir que no se administren más fármacos que los paliativos ante una muerte inevitable, hay quien se empecina en alimentar la polémica una y otra vez?
Pronto asistiremos a la radicalización de posturas, en lo que se refiere a este delicado asunto de la eutanasia. Radicalización que beneficiará sobre todo a quienes necesitan ahora, tanto como el aire que respiran, que la opinión pública preste más atención a cualquier otra cosa antes que a la situación de crisis que parece hundirnos cada vez más rápido. Y ya se sabe que, cuando no se tiene escrúpulos, cualquier cosa es buena para levantar cortinas de humo. Lo malo es que hay muchos dispuestos a dejarse cegar.
Mala cosa es gobernar una nación buscando aquello que pueda dividir para convertirlo en bandera.