No me gusta Rajoy. No seré yo quien utilice mi blog para defenderle, porque no me van ni su actitud frente a ciertos problemas de España, ni el modo tan vergonzoso que tuvo de crear su “propio equipo”, tal y como anunció tiempo atrás, prescindiendo de tantas personas válidas para la política nacional. Pero tengo que admitir que tiene un mérito difícil de igualar. Y es que ponérselo tan fácil a Pepe Blanco, que hasta este se atreve a hablar, sin ruborizarse, de cosas como doble vara de medir y sinceridad, no lo hace cualquiera.
Lo de sus manifestaciones ayer, reconociendo que le aburría asistir al desfile de las FF AA, me parece una salida de tono a micrófono abierto, bastante menos grave que la de ZP y Gabilondo con la crispación, minimizada desde el primer momento por los medios deudores de la izquierda en su momento. En cualquier caso, no creo que Rajoy esté en la vida pública por obligación. Y la gente pública, es algo que tiene el cargo, tiene que asistir a actos que les aburren, pero también a eventos por los que un ciudadano pagaría un buen dinero. Lo uno por lo otro, y los miles de Euros al bolsillo todos los meses.
Hecho este comentario, lo que más me llamó la atención de la prensa de ayer fue una referencia que Periodista Digital hizo de un interesante reportaje de El País sobre la industria farmacéutica.
Por descontado, yo no tengo datos para asegurar que algunos laboratorios crean enfermedades para luego vender las medicinas que las curan. Hay investigadores con los suficientes contactos y medios como para adentrarse en esta cuestión. Pero sí que puedo comentar otro aspecto de la industria farmacéutica que está en boca de muchos y que yo he vivido de primera mano.
Recuerdo bien a Pedro. No sé que vida llevará ahora, pero en 1990 él era visitador médico por cuenta de una importante marca internacional de medicinas. También era, con diferencia, el mejor cliente de una de las tiendas de informática pertenecientes a la empresa donde yo trabajaba. Prácticamente cada mes aparecía con un cheque de Bankinter, de varios cientos de miles de pesetas, y nos decía que tenía que gastarlo en lo mejor que tuviéramos. En aquellos tiempos en los que un 386 con 4 Mb de RAM y disco duro de 80 MB era un maquinón que costaba más de doscientas mil cucas y una modesta impresora de nueve agujas unas diez y seis mil, regalar a un médico, para su casa, una impresora láser Olivetti de trescientas mil pesetas, cuando solo usaban ese tipo de máquinas los despachos profesionales, era todo un señor obsequio.
Pues ventas de esa clase, todos los meses. Con el tiempo, llegamos a tener tanta relación con aquel representante, que hasta le recomendamos una agencia de viajes, donde trabajaba la novia de uno de mis compañeros, para que pudiera contratar los viajes para dos personas a distintos puntos de Europa, Caribe y Estados Unidos, incluyendo hoteles de cuatro y cinco estrellas, con los que se invitaba a ciertos médicos y acompañantes a asistir a congresos y charlas sobre medicina, que duraban dos días, aunque las estancias contratadas solían ser de seis o siete.
Los agradecimientos en especies eran entonces, como ahora, moneda corriente.
Diez años después, por cuestiones laborales, yo recorría los Centros de Salud de toda la provincia de Zaragoza y parte de las de Huesca y Teruel, solucionando averías en ordenadores, periféricos y comunicaciones. Así que, normalmente, coincidía con uno u otro visitador médico de esos que van impecablemente vestidos (como para una boda), y el inseparable maletín de muestras. La mayoría de ellos se comportaban como si pertenecieran a una casta aparte. Herméticos, distantes y hasta mal educados, no por sus modales, sino por su ausencia de ellos. No saludaban a nadie ni que le fuera la vida en ello. A veces, alguno de los vendedores llevaba compañero. Posiblemente era algún novato al que enseñaban el oficio, o trabajaban en equipo. Las conversaciones entre ellos, al menos las que yo pude oír, siempre apuntaban en la misma dirección. Incentivos y obsequios.
Y una anécdota bastante ilustrativa acerca de los precios de las medicinas.
Hace unos ocho años mi esposa tuvo que llevar a uno de nuestros hijos al pediatra. Él había cogido un resfriado bien grande y tenía mucha fiebre. El pediatra le reconoció y le recetó un fármaco para tomar cada seis horas. Fueron a la farmacia que teníamos debajo de casa. El farmacéutico, vecino nuestro con el que teníamos buena relación, examinó la receta, se la devolvió a mi esposa y le dijo que volviera a ver al médico para que recetase un genérico. El precio del fármaco recetado era de novecientas pesetas, mientras que el del genérico apenas llegaba a las doscientas. Mi esposa se presentó de nuevo al pediatra que, mientras corregía la receta, tenía la cara más sonrojada que la puerta de un horno.
Hay muchas leyendas urbanas sobre estas cosas que he comentado. De acuerdo. Y mucha exageración, si se quiere. Pero lo que yo he vivido, nadie puede negármelo.
Yo conozco bien esa industria y casos como ese son el pan de cada día. Los médicos no recetan genéricos, porque suelen recibir talegazos de los laboratorios para que prescriban su fármaco y no el de la competencia. Aunque me ha extrañado que el farmacéutico pidiera que cambiasen la receta, porque muchas veces es normal dar un genérico aunque en la receta ponga uno de marca.
ResponderEliminarLo que resulta llamativo a veces es la diferencia de precio entre un generico y uno de marca.
ResponderEliminarConozco a una medico que hace un par de viajes de esos al año, y presume de que no le cuestan nada.
Está todo bien montado, hasta las propia empresas llegan a saber quien recetó un determinado medicamento, y cuando y quien lo adquirió y en que farmaci.
ResponderEliminarAl final, la industria farmaceutica, se comporta como una empresa sin más, que busca el beneficio a toda costa.
ResponderEliminarLo de los genéricos es una prueba más que evidente, que lo que se paga es la "marca" del laboratorio con la complicidad de los médicos que se dan luego unos viajes de ensueño en hoteles de cinco estrellas, por ser buenos chicos y recetar lo que el laboratorio de rigor dicte.
El problema es que esos regalos los reciben médicos de la Seguridad Sosical o de los Sistemas autonómicos de Salud, es decir funcionarios. Y esos regalos entrarían en la categoría de cohechos, delitos por tanto.
ResponderEliminarInteresante lo que dice Oroel. A ver quien es el guapo que denuncia, porque si los medicos están corruptos, los de arriba no digamos...
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