
“Yo controlo.”
Dos palabras que habré oído un buen número de veces, en boca de gente que ha caído en el abismo de las drogas.
En mi experiencia, ninguno de aquellos chicos que yo conocí y que decían “Yo controlo” está en este mundo para contarlo. Los de mi generación, nacidos a mitad de los sesenta, nos plantamos con unos quince años en el 80 y vivimos aquélla nueva década del nacimiento del tecno-pop, del fin de las melenas y patillas exageradas en los chicos, la llegada del socialismo amigo de la NATO y el amanecer del SIDA, como un huracán de muerte y miedo, que nos atemorizó a todos.
Aquella, nuestra generación, se encaminaba hacia la mayoría de edad viendo desaparecer a un mito como Rock Hudson, que tuvo el gran valor de admitir su homosexualidad y su enfermedad. Él está en mi recuerdo como una de las primeras personas célebres que falleció por este motivo, en aquellos primeros años en los que el pánico corrió por la sociedad, estigmatizando a quienes habían contraído el terrible Síndrome de Inmunodeficiencia Adquirida
También cayeron a miles muchos jóvenes que en los setenta, cuando nosotros éramos niños, habían descubierto la heroína. El prototipo de toxicómano era bien conocido. Muchos se habían iniciado con el porro, fomentado por movimientos antisistema que lo presentaban como algo no nocivo sino beneficioso, y símbolo de rebeldía por añadidura. Más tarde pasaban a la heroína, el “caballo” que años después les trajo la ruina de todo lo que se habían metido por vena, compartiendo jeringuillas. Sin embargo, los cocainómanos, inexplicablemente mejor vistos, eran considerados casi como toxicómanos más “presentables”
En 1990 ya había estudios realizados con la suficiente perspectiva en el tiempo como para constatar que las drogas alteraban y destruían todo aquello que tocaban: el consumidor y su entorno social y familiar. Seguramente todos conocíamos casos de algún muchacho enganchado a las drogas, delincuente y violento en su casa. Casos que se multiplicaban por doquier y que degeneraban sin remedio al mayor tesoro de la sociedad, que son sus jóvenes.
Pero también a final de los ochenta y principio de los noventa se consolidaron las nuevas drogas de diseño. La ruta del bakalao, el éxtasis y muchas otras novedades vinieron a ocupar el lugar de la heroína, que había caído en desgracia por la degradación física que provocaba su uso continuado, aunque recuperase buena parte del mercado con el crack, un derivado aún más adictivo, tóxico y demoledor para la salud. Las drogas de diseño arrasaron. Fueron moda incluso entre los consumidores de cocaína, generalmente de mayor poder adquisitivo que los heroinómanos. Estas nuevas drogas sintéticas eran más económicas que la coca, más limpias, y más fáciles de conseguir. Y también estaban mejor vistas por los jóvenes que encontraban en ellas un nuevo aliciente de fin de semana
Desde entonces, casi dos décadas después, el consumo de drogas se ha consolidado como uno de los problemas causantes de la conflictividad tan habitual entre nuestros jóvenes, pero también entre nuestros adolescentes. Lo que significa que el mercado de la muerte ha ampliado su campo de acción y su cuenta de beneficios.
A la dejación de funciones por parte de los padres y del sistema educativo, que ha hundido nuestro sistema de valores, ha incrementado el fracaso escolar hasta cifras que hace treinta años nadie hubiera creído y ha fomentado un colectivo cada vez mayor de docentes con baja por depresión, se suma el inicio del consumo de sustancias entre los doce y catorce años, que es la edad en la que, con más eficacia, se puede fomentar la rebeldía, la desobediencia y la agresividad hacia los padres y la familia.
El panorama es mucho más oscuro de lo que pueda parecer a simple vista. Contamos ahora con una generación de adolescentes y jóvenes un índice demasiado alto de fracaso escolar, de ausencia de principios, de aversión por el esfuerzo y el mérito y de desprecio al entorno familiar y el principio de autoridad. Cualquier detalle que analicemos sobre el resultado de la formación – tanto académica como moral – de estos jóvenes en su conjunto nos lleva a la misma conclusión. hay demasiados casos de consumidores, la mayoría entre catorce y cuarenta y cinco años, inmersos en el consumo de estupefacientes, generalmente acompañado de ingesta abusiva de alcohol, que multiplican de modo espantoso el número de victimas involucradas en accidentes de trafico, peleas, crímenes y agresiones en el entorno familiar. Son la cosecha de todo sembrado este tiempo pasado.
Como apuntó en una ocasión el Presidente Gordon B. Hinckley en una conferencia en 1995, quienes tuvieron la responsabilidad de hacer crecer al árbol de la humanidad recto, fuerte, seguro y frondoso, no tuvieron el valor ni el interés por corregir las ramas que crecían torcidas. Y es mucho más complicado enderezar una rama que ha crecido torcida durante años, cuando en sus inicios hubiera bastado con dirigirla rectamente.
La Fundación de Ayuda a la Drogadicción ha puesto en marcha una nueva campaña contra el consumo de drogas. Todo esfuerzo es poco frente a los intereses económicos que se mueven detrás de la miseria de las drogas. Todos podemos colaborar en nuestro ámbito particular. Enseñando a nuestros hijos a decir no a las drogas y por qué. Ofreciéndoles alternativas tales como actividades en familia, deportivas, culturales, buscando siempre el estímulo que necesitan; plantando en su ánimo la semilla del gusto por el esfuerzo y el trabajo bien hecho, vigilando sus hábitos y reprendiéndoles con amor y argumentos correctos. Con estos fundamentos en el interior de un individuo, este tiene muchas mas posibilidades de saber y querer corregir cualquier error que pueda cometer. Pero si ese mismo individuo no ha tenido la influencia correcta de su familia y educadores, difícilmente poseerá en su interior las raíces necesarias para mantenerse en pie ante las adversidades.
Esa es nuestra responsabilidad. Y no creo que tengamos el derecho de huir de ella.
Dos palabras que habré oído un buen número de veces, en boca de gente que ha caído en el abismo de las drogas.
En mi experiencia, ninguno de aquellos chicos que yo conocí y que decían “Yo controlo” está en este mundo para contarlo. Los de mi generación, nacidos a mitad de los sesenta, nos plantamos con unos quince años en el 80 y vivimos aquélla nueva década del nacimiento del tecno-pop, del fin de las melenas y patillas exageradas en los chicos, la llegada del socialismo amigo de la NATO y el amanecer del SIDA, como un huracán de muerte y miedo, que nos atemorizó a todos.
Aquella, nuestra generación, se encaminaba hacia la mayoría de edad viendo desaparecer a un mito como Rock Hudson, que tuvo el gran valor de admitir su homosexualidad y su enfermedad. Él está en mi recuerdo como una de las primeras personas célebres que falleció por este motivo, en aquellos primeros años en los que el pánico corrió por la sociedad, estigmatizando a quienes habían contraído el terrible Síndrome de Inmunodeficiencia Adquirida
También cayeron a miles muchos jóvenes que en los setenta, cuando nosotros éramos niños, habían descubierto la heroína. El prototipo de toxicómano era bien conocido. Muchos se habían iniciado con el porro, fomentado por movimientos antisistema que lo presentaban como algo no nocivo sino beneficioso, y símbolo de rebeldía por añadidura. Más tarde pasaban a la heroína, el “caballo” que años después les trajo la ruina de todo lo que se habían metido por vena, compartiendo jeringuillas. Sin embargo, los cocainómanos, inexplicablemente mejor vistos, eran considerados casi como toxicómanos más “presentables”
En 1990 ya había estudios realizados con la suficiente perspectiva en el tiempo como para constatar que las drogas alteraban y destruían todo aquello que tocaban: el consumidor y su entorno social y familiar. Seguramente todos conocíamos casos de algún muchacho enganchado a las drogas, delincuente y violento en su casa. Casos que se multiplicaban por doquier y que degeneraban sin remedio al mayor tesoro de la sociedad, que son sus jóvenes.
Pero también a final de los ochenta y principio de los noventa se consolidaron las nuevas drogas de diseño. La ruta del bakalao, el éxtasis y muchas otras novedades vinieron a ocupar el lugar de la heroína, que había caído en desgracia por la degradación física que provocaba su uso continuado, aunque recuperase buena parte del mercado con el crack, un derivado aún más adictivo, tóxico y demoledor para la salud. Las drogas de diseño arrasaron. Fueron moda incluso entre los consumidores de cocaína, generalmente de mayor poder adquisitivo que los heroinómanos. Estas nuevas drogas sintéticas eran más económicas que la coca, más limpias, y más fáciles de conseguir. Y también estaban mejor vistas por los jóvenes que encontraban en ellas un nuevo aliciente de fin de semana
Desde entonces, casi dos décadas después, el consumo de drogas se ha consolidado como uno de los problemas causantes de la conflictividad tan habitual entre nuestros jóvenes, pero también entre nuestros adolescentes. Lo que significa que el mercado de la muerte ha ampliado su campo de acción y su cuenta de beneficios.
A la dejación de funciones por parte de los padres y del sistema educativo, que ha hundido nuestro sistema de valores, ha incrementado el fracaso escolar hasta cifras que hace treinta años nadie hubiera creído y ha fomentado un colectivo cada vez mayor de docentes con baja por depresión, se suma el inicio del consumo de sustancias entre los doce y catorce años, que es la edad en la que, con más eficacia, se puede fomentar la rebeldía, la desobediencia y la agresividad hacia los padres y la familia.
El panorama es mucho más oscuro de lo que pueda parecer a simple vista. Contamos ahora con una generación de adolescentes y jóvenes un índice demasiado alto de fracaso escolar, de ausencia de principios, de aversión por el esfuerzo y el mérito y de desprecio al entorno familiar y el principio de autoridad. Cualquier detalle que analicemos sobre el resultado de la formación – tanto académica como moral – de estos jóvenes en su conjunto nos lleva a la misma conclusión. hay demasiados casos de consumidores, la mayoría entre catorce y cuarenta y cinco años, inmersos en el consumo de estupefacientes, generalmente acompañado de ingesta abusiva de alcohol, que multiplican de modo espantoso el número de victimas involucradas en accidentes de trafico, peleas, crímenes y agresiones en el entorno familiar. Son la cosecha de todo sembrado este tiempo pasado.
Como apuntó en una ocasión el Presidente Gordon B. Hinckley en una conferencia en 1995, quienes tuvieron la responsabilidad de hacer crecer al árbol de la humanidad recto, fuerte, seguro y frondoso, no tuvieron el valor ni el interés por corregir las ramas que crecían torcidas. Y es mucho más complicado enderezar una rama que ha crecido torcida durante años, cuando en sus inicios hubiera bastado con dirigirla rectamente.
La Fundación de Ayuda a la Drogadicción ha puesto en marcha una nueva campaña contra el consumo de drogas. Todo esfuerzo es poco frente a los intereses económicos que se mueven detrás de la miseria de las drogas. Todos podemos colaborar en nuestro ámbito particular. Enseñando a nuestros hijos a decir no a las drogas y por qué. Ofreciéndoles alternativas tales como actividades en familia, deportivas, culturales, buscando siempre el estímulo que necesitan; plantando en su ánimo la semilla del gusto por el esfuerzo y el trabajo bien hecho, vigilando sus hábitos y reprendiéndoles con amor y argumentos correctos. Con estos fundamentos en el interior de un individuo, este tiene muchas mas posibilidades de saber y querer corregir cualquier error que pueda cometer. Pero si ese mismo individuo no ha tenido la influencia correcta de su familia y educadores, difícilmente poseerá en su interior las raíces necesarias para mantenerse en pie ante las adversidades.
Esa es nuestra responsabilidad. Y no creo que tengamos el derecho de huir de ella.