
Debería ser verdad eso de que cada uno es esclavo de sus palabras. No trato de decir que nadie tenga derecho a equivocarse, pero a quien disfruta de una posición relevante, desde la cual puede influenciar a los ciudadanos, se le debería exigir un mínimo de crédito para sostener sus argumentos, más allá del aplauso político o las consignas que interesen en cada momento.
Que Federico Mayor Zaragoza, a la sazón Presidente de la Fundación para una Cultura de Paz, Co-Presidente del Grupo de Alto Nivel para la Alianza de Civilizaciones y presidente y expresidente de unas cuantas organizaciones más, haya opinado en El País que la crisis mundial actual se debe a que la economía de mercado, ausente de valores, ha suplantado a los principios democráticos y ha fracasado estrepitosamente, me parece no solo inexacto, sino que también muy arriesgado.
No logro entender – en serio; no es retórica – el afán desmedido de muchos, que generalmente provienen del mismo color político, en certificar el fracaso, la defunción y el enterramiento de la economía de mercado y el liberalismo económico, achacándole todos los males que estamos sufriendo ahora. No lo entiendo, a no ser que piense mal, y reconozca un cierto olor anticapitalista en este tipo de maniobras de quienes necesitan, por encima de todo, demostrar al mundo que la libertad económica fracasa y que lo válido es restringirla desde el poder estatal.
Bien es cierto, y los políticos lo saben, que la mentira se convierte en verdad casi absoluta a fuerza de ser repetida. Tenemos tantos ejemplos de ello en la historia reciente, que podríamos llenar varios libros si tan solo citásemos dichos casos, prescindiendo de explicarlos. Lo peor es que buena parte de la ciudadanía acaba por asimilar dichas mentiras, también por conveniencia política, por comodidad o por ignorancia.
Manifestar que el mercado ha suplantado a la democracia es poco menos que reconocer que los líderes del mercado han estado gobernando más allá de los poderes que el pueblo concede a los políticos. O, siguiendo con el razonamiento, el dinero ha gobernado por encima de los políticos porque estos se han dejado superar o comprar. No deja de ser chocante que, en esta época en la que ha prevalecido tanto gobierno democrático, el Sr. Mayor Zaragoza plantee que ambos, economía de mercado y democracia son incompatibles.
No deberíamos olvidar que esta crisis fue vaticinada por expertos en economía hace unos años, a la vez que desmentida por expertos en estratégicas de manipulación durante el mismo periodo de tiempo. Luego, lo que es real, lo que existe sin lugar a dudas, es la crisis. Lo que resultó ser falsa fue la confianza que ciertos gobernantes pretendieron transmitir, revestida de triunfalismo y superioridad moral frente a la realidad que todos teníamos ante nuestros ojos. Ahora asistimos a un periodo parecido al de principios de los noventa. Caído el muro del comunismo soviético y siguiendo adelante el capitalismo, los defensores y admiradores de los sistemas intervencionistas y autoritarios tuvieron que buscar otro enemigo sobre el que fijar sus objetivos propagandísticos para justificar su propia existencia. Hoy, quienes han estrellado una y otra vez sus criticas contra el libre mercado durante este pasado ciclo de prosperidad económica, se aprontan a apuntarse a la comitiva fúnebre que clama por el reconocimiento de la muerte del capitalismo y el necesario establecimiento de un nuevo orden mundial, intervencionista e impulsor del gasto público, confundiéndolo ante el votante con un supuesto aumento de los servicios sociales y ocultándole al mismo el consiguiente crecimiento de la presión fiscal que suelen soportar mayoritariamente quienes menos deberían.
A mi modo de ver, la libertad de mercado debería ser consustancial a la democracia. A la verdadera democracia, no confundamos con cosas parecidas Si no sucede tal cosa, es porque el mercado ha dejado de ser liberal para convertirse libertino, o la democracia solo lo es en apariencia. O ambas cosas.
Que Federico Mayor Zaragoza, a la sazón Presidente de la Fundación para una Cultura de Paz, Co-Presidente del Grupo de Alto Nivel para la Alianza de Civilizaciones y presidente y expresidente de unas cuantas organizaciones más, haya opinado en El País que la crisis mundial actual se debe a que la economía de mercado, ausente de valores, ha suplantado a los principios democráticos y ha fracasado estrepitosamente, me parece no solo inexacto, sino que también muy arriesgado.
No logro entender – en serio; no es retórica – el afán desmedido de muchos, que generalmente provienen del mismo color político, en certificar el fracaso, la defunción y el enterramiento de la economía de mercado y el liberalismo económico, achacándole todos los males que estamos sufriendo ahora. No lo entiendo, a no ser que piense mal, y reconozca un cierto olor anticapitalista en este tipo de maniobras de quienes necesitan, por encima de todo, demostrar al mundo que la libertad económica fracasa y que lo válido es restringirla desde el poder estatal.
Bien es cierto, y los políticos lo saben, que la mentira se convierte en verdad casi absoluta a fuerza de ser repetida. Tenemos tantos ejemplos de ello en la historia reciente, que podríamos llenar varios libros si tan solo citásemos dichos casos, prescindiendo de explicarlos. Lo peor es que buena parte de la ciudadanía acaba por asimilar dichas mentiras, también por conveniencia política, por comodidad o por ignorancia.
Manifestar que el mercado ha suplantado a la democracia es poco menos que reconocer que los líderes del mercado han estado gobernando más allá de los poderes que el pueblo concede a los políticos. O, siguiendo con el razonamiento, el dinero ha gobernado por encima de los políticos porque estos se han dejado superar o comprar. No deja de ser chocante que, en esta época en la que ha prevalecido tanto gobierno democrático, el Sr. Mayor Zaragoza plantee que ambos, economía de mercado y democracia son incompatibles.
No deberíamos olvidar que esta crisis fue vaticinada por expertos en economía hace unos años, a la vez que desmentida por expertos en estratégicas de manipulación durante el mismo periodo de tiempo. Luego, lo que es real, lo que existe sin lugar a dudas, es la crisis. Lo que resultó ser falsa fue la confianza que ciertos gobernantes pretendieron transmitir, revestida de triunfalismo y superioridad moral frente a la realidad que todos teníamos ante nuestros ojos. Ahora asistimos a un periodo parecido al de principios de los noventa. Caído el muro del comunismo soviético y siguiendo adelante el capitalismo, los defensores y admiradores de los sistemas intervencionistas y autoritarios tuvieron que buscar otro enemigo sobre el que fijar sus objetivos propagandísticos para justificar su propia existencia. Hoy, quienes han estrellado una y otra vez sus criticas contra el libre mercado durante este pasado ciclo de prosperidad económica, se aprontan a apuntarse a la comitiva fúnebre que clama por el reconocimiento de la muerte del capitalismo y el necesario establecimiento de un nuevo orden mundial, intervencionista e impulsor del gasto público, confundiéndolo ante el votante con un supuesto aumento de los servicios sociales y ocultándole al mismo el consiguiente crecimiento de la presión fiscal que suelen soportar mayoritariamente quienes menos deberían.
A mi modo de ver, la libertad de mercado debería ser consustancial a la democracia. A la verdadera democracia, no confundamos con cosas parecidas Si no sucede tal cosa, es porque el mercado ha dejado de ser liberal para convertirse libertino, o la democracia solo lo es en apariencia. O ambas cosas.