
Hay mentiras que, mantenidas durante décadas, terminan por caer con estrépito, como un alud, arrastrando a quien no tenga preparado un agujero donde esconderse y dejar que pase
Hay mentiras que también duran lo suyo y que finalizan en silencio; con la verdad acallada por los medios que en su día ayudaron a edificarla. La verdad, cuando al fin se sabe, solo se publica en los otros medios. Los incómodos. Los que no viven del pesebre y critican por igual en una dirección que en otra. Medios que acaban siendo malditos, fascistas y crispadores para unos e incómodos para otros. La mentira de RUMASA, la gran mentira de la que se beneficiaron enormemente gobernantes y amigos de gobernantes - hoy todos ellos mucho más ricos que antes, alguno asesorando a gobiernos y organizando reuniones de quienes son inmensamente ricos – finalizó prácticamente en silencio. La justicia, ya en última instancia y mucho más de veinte años después, dio la razón a Ruiz Mateos y calificó la expropiación como absolutamente injusta. Expropiación que más pareció asalto, expolio y botín de piratas. La noticia del fin de este caso pasó desapercibida para la mayoría de los ciudadanos. En definitiva, que ciertos políticos y sus amigos se enriquecieron provocando el fin de un grupo de empresas del que no dejaron ni los huesos. Fin de la mentira en silencio, con sus autores impunes. Cien años de honradez, si es que realmente existieron, vueltos como un calcetín y convertidos en tres décadas de corrupción sostenida por millones de votos.
Hay mentiras que no duran demasiado. Solo son útiles para un fin concreto e inmediato. No importa quien quede atropellado por el camino cuando esas mentiras comienzan a rodar. Quien las pone en marcha sabe muy bien que el ciudadano olvida rápido. Y mucho más rápido si se le llena la cabeza de polémicas y consignas, de modo que el que queda aplastado en el suelo poco puede hacer para quedar rehabilitado ante la opinión pública. Aquí nunca pasa nada, o casi nunca. Lo de Bermejo, su dimisión, fue una excepción motivada por su propia torpeza, chulería y comportamiento abusivo, como si todo le estuviese permitido. La gran mentira sobre
Garzón queda en evidencia. Ocultó ganancias por más de 200.000 €, pero admite el hecho excusándose en ausencia de mala fe. El que no debería estar juzgando a cargos políticos por haber estado él mismo directamente relacionado con el partido que más esperaba obtener de la última garzonada, queda de nuevo con el trasero al aire y demuestra que tampoco debería ser quién para juzgar a nadie por delitos económicos. A este paso, el objetivo y neutral Garzón será recordado como la representación en vivo de la imagen que muchos tenemos de la justicia española: partidista, clasista e insidiosa.