
Hace unos años, no muchos, fui incapaz de convencer a un muchacho inteligente, con buenas calificaciones en su carrera universitaria y comprometido con algunas obras sociales como voluntario, que el “bloqueo” norteamericano sobre cuba no era un cerco alrededor de la isla que tenía por objeto impedir que entrasen mercancías.
En su propio convencimiento, tan bien enraizado a sus propias ideas políticas como sus rastas a su cuero cabelludo, él aseguraba que la miseria que vivía el pueblo cubano era causada por el intervencionismo imperialista yankee, cuya flota del atlántico se dedicaba, casi con exclusividad, a rodear la isla.
Bueno. Este mito ha funcionado muy bien durante décadas. En España ha sido un éxito y, hasta donde yo sé, en el resto de América Latina también. En cualquier caso, prácticas económicas tales como comprar petróleo exageradamente barato – y de pésima calidad – a
Frente al referido mito de esa Cuba Socialista que funciona en perfecta democracia y que resiste con éxito al capitalismo, los casos de turistas que se ven abordados por cubanos que les piden comprar algún producto de primera necesidad que no les está permitido, la corrupción de la policía y autoridades o la prostitución y la pederastia dedicadas al turismo descubren que el paraíso comunista en un gigantesco gulag con un chivato del régimen en cada comunidad vecinal.
Hay quien cree que semejante dictadura responderá con gestos de aperturismo ante el cambio de posición de Estados Unidos, desde donde estará permitido volar hasta la isla y establecer lazos comerciales. Los Estados abren su puerta hacia Cuba. Obama y su gabinete, aseguran algunos medios digitales, esperan idéntico gesto por parte de la dictadura. La primera respuesta ha sido de rechazo. El castrismo no puede admitir, bajo ningún concepto, que el símbolo del imperio capitalista realice un gesto conciliador. Eso no cuadra en la ideología de la revolución, que ve enemigos por todas partes. La respuesta de los Castro es que Cuba “no vivirá de limosnas”. Lo que se traduce en que la dictadura necesita todavía el mito del aislacionismo impuesto por su enemigo tradicional. De cara a los adeptos del partido hace falta un culpable; y Estados Unidos no puede dejar de serlo.
Durante estos pasados días Obama ha regalado sonrisas a lo Plan Marshall. Se inclina ante un Saudí de los que cortan manos y narices, bromea con un anormal que se cree algo así como la reencarnación mesiánica y filonazi de Simón Bolívar y charla animadamente con otro, sorprendentemente reelegido en las urnas, que en los ochenta arruinó a su país entre delirios de pederastia y sueños de caudillaje sandinista. Hasta cierto punto puedo entender que sea necesario dar un primer paso, pero esperar la misma respuesta por parte del Rey Fad, Chávez u Ortega, me parece una pérdida de tiempo. Otros presidentes norteamericanos lo intentaron y el tiempo demostró que fue un esfuerzo inútil.