
El único socialismo que parece haber sobrevivido en estas elecciones europeas es el de Rodríguez Zapatero. La diferencia que obtuvo el Partido Popular no es suficientemente significativa para asegurar que la derecha ha dado una severa lección a la izquierda. Más parece que haya sido parte del electorado socialista el que haya dado un aviso a los socialistas españoles.
Tengo una duda sincera. Aún no veo muy claro si el PSOE, consciente de que no se jugaba el gobierno de la nación, pretendía ensayar el resultado de una campaña agria y populista para posteriores elecciones o si realmente pensaban que serían capaces de movilizar a sus votantes en número suficiente, con las consabidas tácticas de agitación que llevan rentabilizando tres décadas.
Reconozco también que me ha sorprendido otro detalle. La utilización del miedo a la derecha autoritaria y al franquismo no ha sido suficientemente efectiva. ¿Hubiera sido de otro modo con mayor participación? No me atrevo a asegurarlo, pero si realmente los políticos son sinceros a la hora de pedir participación en los comicios, quizás los gobernantes deberían ponderar la posibilidad de celebrar los días de votación en fechas laborales.
Zapatero se tambaleó el pasado domingo, pero no llegó a caer. Su derrota fue a los puntos, no por KO; pero aún así se ha negado a admitirlo, desoyendo lo que para él debería ser la opinión más importante, la de los propios socialistas que han visto en esta campaña un despropósito difícil de defender.
¿Le permitirá su propio ego, a Zapatero, reconocer los errores y aprender la lección? Esto está por ver. Los ciudadanos europeos estamos ahora ante otro peligro real.
Rodríguez Zapatero tiene ahora en sus manos la posibilidad de corregir su populismo y afinarlo para hacerlo más atrayente. El socialismo español puede ser ahora el calibre en el que fijen sus ojos el resto de socialistas europeos para sintonizar sus políticas sociales, económicas e inmigratorias, tan atrayentes como vacías de buenos resultados, pero efectivas en cuanto a ganancia en votos. Ahí tienen la prueba: la campaña electoral no tenía verdadero contenido de ideas y soluciones, pero, aun con la devastadora crisis sobre sus cabezas, millones de votantes han revalidado su confianza en un ejecutivo que adolece de preparación y capacidad para liberar al país del desastre.
España es, desde hace ya años, campo avanzado de experimentación para políticas radicales. Pocos países hay, como el nuestro, dirigidos por gobernantes dispuestos a derribar tan rápidamente el concepto de nación y los principios de libertad, concordia e individualismo. Los socialistas españoles no disimulan su afán. Imponen su cultura de la muerte, falsamente forrada de dignidad. Fomentan lo contrario al esfuerzo y la dedicación. Ridiculizan la excelencia del individuo desde el colectivismo igualitario en la mediocridad. Subsidian y subvencionan buscando votos, endeudando a futuras generaciones.
Europa se niega a sí misma y se entrega a quienes pretenden socavar su identidad, sus orígenes, su historia y su civilización. Europa confunde la voluntad de paz con el pacifismo cobarde. Confunde la pluralidad religiosa con el agravio a sus orígenes cristianos a favor de religiones totalitarias. Europa degrada sus sistemas educativos y los principios morales que sobrevivieron a totalitarismos. La amenaza actual tiene otra cara. Y la tenemos dentro de casa.