Estoy absolutamente convencido de que bajo la superficie de
la delirante propuesta de la alianza de civilizaciones de Rodríguez Zapatero
existe parte de un organizado y meticuloso plan, puesto en marcha desde hace muchos
años, con el que se pretende – y se consigue – que la civilización occidental
renuncie, entre otras cosas, a sus raíces cristianas.
Siempre he defendido,
porque estoy convencido de ello, que dichas raíces cristianas son una parte
esencial del progreso y avance de nuestra civilización. Cuando los gobernantes
y demás personas influyentes de una nación han respetado las enseñanzas de los
principios cristianos en lo que se refiere a los derechos del individuo, la
necesidad de esfuerzo y sacrificio, el respeto por la comunidad y la necesidad
irrenunciable de libertad, la sociedad ha prosperado. Por el contrario, cuando
el oscurantismo y el fanatismo tomaron el poder, el terror, la barbarie
y la ignorancia fueron pautas habituales en la sociedad.
Sujetándome a los hechos y analizándolos desde hace tiempo,
creo que el esfuerzo de políticos y gobernantes españoles por “descristianizar”
la sociedad española es una realidad. No me refiero a la cantidad cada vez
menos numerosa de personas que practican su religión y asisten periódicamente a
sus cultos. Me refiero a las costumbres que, de un modo consciente o
inconsciente, los españoles han mantenido hasta hace bien pocos años.
Costumbres cristianas, con mayor o menor sentido dependiendo de cada persona,
que han convivido y al mismo tiempo
competido con un creciente y dominante consumismo que ha logrado anular el
verdadero y profundo significado de las costumbres cristianas. Por ejemplo, en
la ciudad de Zaragoza, prácticamente ningún gran almacén de los que no hace
muchos años incluían referencias al nacimiento de Jesús en sus iluminaciones
exteriores sigue manteniendo esa costumbre. Las figuras ahora son estrellas y
motivos parecidos. Es tan solo una muestra de las muchas iniciativas que, desde
organismos públicos, colegios e instituciones, procuran que los ciudadanos renunciemos a parte de nuestros
orígenes y tradiciones a favor de un supuesto respeto hacia quienes, en sus
propios países, nos consideran carne de degüello.
El siguiente paso para desestructurar nuestra sociedad tal y
como la conocemos, tal y como creo que debe ser defendida, se está dando ya en
Andalucía. La
propuesta de la Junta, que consiste en proponer el estudio del árabe como segunda
lengua extranjera en algunos institutos, no
solo facilitará aún más la intrusión del islamismo en nuestra sociedad;
dará derecho a que la comunidad islámica, desde sus propios países, aumente su constante
exigencia sobre nuestras costumbres y sus reivindicaciones sobre un supuesto
derecho del Islam sobre España.
Lo que resulta más chocante de toda esta estrategia es el
silencio cómplice del feminismo radical dirigido por las ministras del gabinete
de Zapatero no solo sobre las habituales ejecuciones y torturas contra mujeres
que se dan a menudo en ciertos países islámicos. Aún no se ha publicado una
sola reacción oficial por los recientes hechos acontecidos en Cataluña, en los
que un tribunal islámico dispuesto a aplicar las oscuras de la “Sharia” sobre
una mujer acusada de adulterio, que logró escapar salvando su vida de milagro.
No es la primera vez que en España suceden agresiones, o
intentos de agresiones, contra mujeres musulmanas por parte de sus propios y
fanáticos compatriotas. Ni en una sola de éstas ocasiones, ni la progresía en
general, ni el feminismo liderado por Bibiana Aído, tan dispuesto a obedecer
las órdenes de Zapatero, se han manifestado para repudiar estos actos concretos
ni las habituales prácticas discriminatorias islámicas.
No habrá reacción contra todo esto en España. La sociedad
española no reacciona ante ningún peligro aunque lo tenga ante sus ojos.
Comenzamos 2010 dando un paso adelante más hacia la islamización de nuestra
nación. Una vez más, con la inestimable ayuda de nuestros gobernantes.