Seguramente José María Aznar tiene
algo de culpa en la imagen que muchos guardan de él. Y me refiero a su imagen
exclusivamente. Aznar no pasó por la historia de España siendo un político
simpático, dicen sus detractores; aunque a mí, que soy de los que defienden a
Aznar – reconociendo también sus errores – como el mejor gobernante desde
Canovas, me tiene sin cuidado la simpatía de un presidente, porque me interesan
más sus ideas y sus resultados.
Si algo me frustra cuando
participo en alguna discusión sobre política, y concretamente sobre este asunto,
es comprobar casi invariablemente que la cultura y la preparación del español
medio sobre la materia son muy escasas. La mayoría de las críticas y
descalificaciones que he escuchado sobre el expresidentes y su mandato se
basaban en dos argumentos: Aznar tenía bigote y metió a España en la guerra de
Irak. Con semejante argumentarlo, no es de extrañar e que las campañas de
difamación y las cadenas de sms tuvieran tanto éxito durante los días
posteriores al 11-M.
Hace un par de días que José María
Aznar hizo unas declaraciones criticando al gobierno socialista y su gestión
económica durante los pasados años. El ministro socialista Alonso contestó a
tales declaraciones asegurando que Aznar hablaba desde el rencor, y pretendió
dar lecciones de liderazgo al Partido Popular, precisamente en el momento
actual, en el que dentro del PSOE hay quien empieza a cuestionarse la
continuidad de ZP como presidente del gobierno y líder del partido socialista.
Aznar no fue un presidente
perfecto. También cometió errores y se dejó llevar por la inercia de la mayoría
absoluta durante su segunda legislatura. Pero los hechos están ahí, sustentados
por estadísticas y cifras. Las legislaturas de Zapatero jamás podrán compararse
a los logros de las de Aznar, ni la capacidad resolutiva de los gobiernos
socialistas se acerca al coraje con el que, a partir de 1996, el gobierno de
Aznar decidió afrontar los problemas económicos que asolaban España, en lugar
de negarlos u ocultarlos.
En realidad las palabras de
Aznar, que van más allá de la mera declaración política para convertirse en
testimonio de la tragedia económica y social que sufre España, son un
recordatorio más de la constatación de la mentira socialista. Los españoles de
izquierda, centro o derecha, deberían en estos tiempos dejar a un lado los
respectivos sectarismos de ideología y de partido, y reconocer que la realidad
actual es testigo de cargo contra un gobierno al que los hechos, día a día,
dejan por mentiroso absoluto. La última polémica sobre la ampliación de la edad
de jubilación, las continuadas y fallidas promesas de recuperación económica,
la negación sistemática de la existencia de la crisis económica y su posterior
recesión, la creación de nuevos medios de comunicación y la intervención
política en otros para blindar a Zapatero contra la libertad de información,
las sentencias firmes, como el caso Prestige, que han venido a demostrar que el
PSOE, en su etapa de oposición, fue manipulador de noticias y voluntades, o la
ocultación de gravísimos escándalos como no se han dado otros, excepto algunos
comparables en la época felipista, destapan la verdadera categoría moral no
solo de Rodríguez Zapatero y su gobierno cómplice, también de los responsables
socialistas que han participado en tantas maniobras de esta clase.
En el discurso adjunto, José
María Aznar incide en uno de los puntos débiles de la política energética y
económica: la fragilidad de recursos y suministros españoles para mantener las
necesidades energéticas y de crecimiento de España. También en este campo, el
gobierno socialista de Zapatero ha decidido llevar a la nación a la completa
dependencia del exterior, con su política antinuclear basada en energías
alternativas que aún no son capaces de suministrar la demanda necesaria del
tejido eléctrico español.