A estas alturas no creo que nadie
haya puesto en duda que los sindicatos españoles mayoritarios UGT y CCOO,
organizadores de la manifestación de hoy en Madrid contra la reforma de las
pensiones, no tuvieran la intención de criticar a los anteriores gobiernos de
Aznar, a Esperanza Aguirre, presidenta de la Comunidad de Madrid, y a
cualquier otra persona, iniciativa o grupo político de la derecha.
Para la izquierda ya ni siquiera
tiene la menor importancia que sus propios sindicatos demuestren tener menos poder
de convocatoria cada año que pasa. La manifestación de hoy en Madrid ha tenido
una asistencia ridícula, entre 9.000 y 70.000 participantes, si tenemos en
cuenta que se esperaba la llegada de gente de todas partes de España.
Como no puede ser ya de otro
modo, este “acto social” iba encabezado por líderes sindicales y artistas
acólitos de La Ceja ;
personajes públicos que ilustran a la perfección cómo los movimientos
artísticos y sindicales españoles se ha convertido, durante la era Zapatero,
en concubinas complacientes del
Presidente del Gobierno y su partido.
Y una vez más, con la excusa de
una supuesta protesta contra iniciativas del Gobierno, Comisiones y UGT cumplen
el deseo de quien les subvenciona y chillan en plena calle, por si aún queda
alguien que quiera oírles, contra los que ahora son oposición.
En realidad, la gran tragedia de
este asunto no es que en España existan sindicatos que el Gobierno Socialista
use como ariete contra una oposición que no gobierna. La gran tragedia consiste
en que dichos sindicatos estén supuestamente
protestando contra una situación que nunca iba a suceder, en medio de
una crisis que jamás llegaría.
La historia se repite en la
actualidad. Si hace un año Miguel Ángel Fernández Ordóñez, Gobernador del Banco
de España, advertía de lo que hoy estamos viviendo y los líderes sindicales
llegaban incluso a insultarle por desmentir de ese modo el optimismo enfermizo
e irreal de Zapatero, hoy Fernández Ordóñez avisa de lo urgente que es acometer
de una vez la reforma laboral para evitar, entre otros resultados, la falta de
creación de empleo por causa de los altos costes de contratación y despido, los
sindicatos advierten que dicha reforma atentaría contra los derechos de los
trabajadores.
Nada cambia en las filas de la izquierda
rancia. ¿Qué sería preferible? ¿Que un desempleado encuentre trabajo con un
despido más barato, o que siga en el paro porque un empresario no puede pagar
un porcentaje tan elevado de impuestos por cada puesto laboral? La respuesta,
por obvia, es fácil de decidir. Excepto, por lo que se ve, para un
sindicalista. Antes parado que cobrar menos. Mejor subsidiado que trabajando. Mejor
aún liberado, con sueldo y sin control de un empresario, que cumpliendo con
ocho horas de trabajo como cualquier hijo de vecino. Por eso los sindicatos no
pueden permitir que trabajadores y empresarios decidan en cada caso lo que
mejor les convenga. Los sindicatos necesitan tener el control para seguir
siendo necesarios. Pero con esta actitud no son otra cosa que un palo más en
las ruedas de la economía nacional. Hoy, una vez más, se ha visto claro. No han
salido a la calle a exigir al Gobierno, ni a proponer soluciones. Han salido a
la calle para seguir marcando distancias entre el Gobierno Socialista y la
oposición del Partido Popular. Si realmente se diera un consenso entre
izquierda y derecha para salir de la crisis, más de uno se encontraría con la
desagradable realidad de que ni su puesto ni su mediación son necesarios. En
España hay cientos de miles que cobran por nada, mientras millones de familias
no pueden hacer frente a sus gastos más urgentes, lo que no parece ser motivo
de inquietud para estos sindicatos tan progresistas.
No han faltado los que han comparado el acto con una procesion.
ResponderEliminarAun no he podido redactar la entrada sobre los sindicalistas en coma cerebral.
ResponderEliminarEscribo una novela sobre la Guerra Civil en España y la intervención de la División Azul en el frente ruso durante la Segunda Guerra Mundial. ¿Me puede usted ayudar, D. Mike?
Guerra Civil española, íntimas vivencias de nuestros padres y abuelos