Una de tantas cosas que envidio
de algunos países anglosajones (y que echo en falta en España) es la decisión
que muestran sus gobernantes, sus gestores y hasta sus ciudadanos en la defensa
de los valores con los que fundamentan sus naciones y modos de comportarse.
Una de las peores consecuencias
de la indiferencia general en la que se ha educado a las últimas generaciones,
tanto aquí en España como en el resto de Europa, es que bajo la bandera de la
tolerancia y la convivencia, se ha impuesto la práctica de la cesión ante el
ataque y la provocación de quienes vienen a nuestros países en busca,
supuestamente, de una vida mejor, y acaban comportándose como una quinta
columna sin otro cometido que no sea el de minar los fundamentos de nuestras
sociedades a base de victimismo y de exigencia de derechos y privilegios. El
Islam, en mi opinión y en la de muchos, es el colectivo más peligroso para los
intereses occidentales. Y los gobernantes europeos, los españoles en este caso,
son los cobardes que, sostenidos por sus partidos políticos y sus ideologías de
una solidaridad que no para de dar pasos atrás frente a las exigencias de los
musulmanes, son también responsables de ese peligro patente que puede acabar
por arrollarnos a todos.
Quizás una de esas exigencias,
absurda hasta el agotamiento, la hayan aprendido estos colectivos de quienes la
utilizan y rentabilizan como verdaderos maestros: los nacionalistas. Por boca
de nacionalistas vascos y catalanes he tenido la oportunidad de escuchar
verdaderas estupideces tales como que Navarra debe pertenecer a “Euskal Herría”
por el hecho de que existen áreas navarras que también hablan vasco. Del mismo
modo, las escuelas catalanas muestran a sus alumnos mapas de “els paisos
catalans” en los que incluyen partes de Aragón porque, según esos
profesores, se hablan dialectos a los
que no reconocen otra cosa que no sea el calificativo de “catalán”, exactamente
tal y como hacen con la Comunidad Valenciana
y Baleares.
Así, las actuales
reivindicaciones del Islam sobre buena parte de la península ibérica, con el
pretexto de que dicho territorio estuvo bajo dominación musulmana durante
siglos, suenan igual de delirantes para cualquier persona con un mínimo de
sentido común; pero estos motivos suelen ser suficientes para alimentar las
mentes de fanáticos de la imposición nacionalista o religiosa.
El pasado jueves, 1 de abril,
algo más de cien musulmanes se presentaron en la Catedral de Córdoba, que
hace siglos fue mezquita y siglos antes iglesia católica, durante el paso de
varias cofradías católicas. Los musulmanes agredieron con navajas a los
vigilantes del recinto, que resultaron heridos. Dos de los provocadores fueron
detenidos, y fueron abiertas diligencias contra otros seis.
Semejante acto de provocación
organizado no ha tenido la respuesta contundente que cabría esperar de las
instituciones. El Ayuntamiento de la ciudad ha rechazado el comportamiento de
este grupo agitador organizado, aludiendo a la violencia y la intransigencia
como forma de imponer y entender una religión, pero propone organizar unas
jornadas de dialogo para el entendimiento entre religiones. La diócesis
católica ha sido más suave aún. Asegura que el comportamiento de ese grupo no
representa a la “genuina identidad musulmana”, como si existiese alguna diferencia
de valores entre esta banda de energúmenos y la prohibición de edificar templos
cristianos, o incluso de ser cristiano, en la mayoría de los países gobernados
por el Islam.
Para que no quedase ninguna duda
de que esta maniobra de provocación islámica les saldrá gratis a los agitadores
y a quienes les organizan, El juez instructor de este caso sostiene que
acuchillar a alguien con navajas como las que portaban estos delincuentes “no
supone intento de homicidio”. Es decir; que en unos días este incidente no habrá
sucedido.
Cita de Edmund Burke: “Hay un
límite más allá del cual la tolerancia deja de ser una virtud”.
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