La televisión analógica pasa
definitivamente a la historia. Uno de sus mayores adelantos técnicos fue la
llegada del color, que en España sucedió con cierto retraso respecto a otros
países. Mientras en Estados Unidos ya se podían ver televisión en color, como
cosa normal, a finales de lo sesenta, aquí en España, desde sus principios allá
por 1974, con un lento arranque en emisiones de unos pocos programas en color,
(alguna película, los documentales de Rodríguez de la Fuente y los telediarios)
compitiendo con la mayoría de la emisión en blanco y negro, se llegó a la
totalidad de la programación diaria en color hacia 1977; pero la mayoría de los
receptores domésticos españoles siguieron siendo en b/n hasta el boom del
Mundial de Fútbol ’82.
Para un niño de los ’70s como yo
era muy normal que el cine que TVE
emitía los sábados pasara por las películas de John Wayne, Burt Lancaster,
Robert Mitchum, José Bódalo, Martínez Soria, Alfredo Landa y otros cientos de
actores que las nuevas generaciones en general desconocen completamente. Eran
otros tiempos. Frente a un mundo de televisión que hoy ofrece la misma película
o serie hasta la saturación, acompañado de realities absurdos pero adictivos
para el gran público mediocre, la televisión del pasado ponía ante nosotros
mucha menor oferta de canales, pero una cuidada calidad de contenidos que hoy casi
ha desaparecido como norma de conducta.
El contraste de la cultura
televisiva, entre los niños de mi generación y los de las décadas de los 90 y
los 2000 es abismal. Mientras nosotros veíamos muchas menos horas de
programación, ésto motivado porque la programación no abarcó las 24 horas hasta
final de los 80s y porque teníamos otros hábitos de juego distintos a las consolas
y PCs que aún no existían, la vida de un niño de hoy en su casa, desde hace
años, se desarrolla entre la televisión y la Play , XBox o cualquier otro dispositivo similar.
Mientras la cultura de cine de
nuestra generación de los 70s abarcaba hasta los años 30s y 40s con aquellas
viejas películas de gansters y el inevitable Edgard G. Robinson como
protagonista, y , como en mi caso, nos encantaba ver las reposiciones del
maravilloso Estudio 1 de los 60s, Los niños de hoy conocen muy poco cine aparte
del completamente comercial de la actualidad. Las míticas series de ayer, las
que marcaban época, desde Los Intocables hasta Starsky y Hutch, han tenido
réplicas en cine, generalmente poco afortunadas y de escasa presencia en
taquilla.
Seguramente, si algún programa
concurso de aquellos años merece ser recordado como icono de la televisión
nacional del pasado, éste es el Un, Dos, Tres, cuyo éxito llegó a Europa y
América con idéntico formato y resultados de audiencia. Su creador y director,
mi admirado Chicho
Ibáñez Serrador, injustamente olvidado por una España que casi nunca
homenajea a los vivos, fue el amo indiscutible de las audiencias de los viernes
noche durante cada temporada de emisión del programa. Años antes, sus
“Historias para no dormir” apasionaron y asustaron a millones de espectadores.
Algunas comunidades autónomas,
como Catalunya, tuvieron bien pronto sus propios canales de televisión, lo que
abrió un poco la oferta de programación. Recuerdo también que la llegada de la TV por satélite también supuso
una importante novedad, aunque no todos los hogares podían permitirse disponer
de los aparatos necesarios. Pero, lo que definitivamente marcó la segunda gran
época de la TV
analógica, que como gran adelanto suministraba emisión en stereo y dual en
ciertas zonas, fue la llegada de los canales privados. Para bien y para mal,
los españoles se asomaban a un mundo de oferta televisiva que ya existía
treinta o cuarenta años antes muchos países. El mayor número de canales supuso
una explosión de programas de todo tipo, cine repuesto hasta 4 veces en un
mismo año, teleseries (algunas de ellas memorables y otras para olvidar) y
nuevos fenómenos como las programaciones de verano, compuestas por lo
supuestamente mejor de cada casa.
España es como es. Dijo Pérez
Reverte en una ocasión que no deberíamos olvidar que Caín nació, seguramente,
en estas tierras; y que eso ha debido dejar huella en la historia de una nación
siempre dispuesta a la envidia, el despellejamiento, y las luchas internas.
Como no podría ser de otro modo, la televisión también sufrió las consecuencias
de las guerras particulares de los poderes políticos y económicos patrios.
Desde el control absoluto de algunos gobiernos sobre los canales estatales, pasando
por el aniquilamiento de la antigua Antena 3 Televisión con su adjunta Antena 3
Radio, hasta las recientes concesiones de licencias de emisión a
empresarios amigos del poder, el lado oscuro de la televisión en España ha
sido, y es, suficientemente extenso como
para crear una asignatura merecedora de estudio. Materia aparte sería el constante
bombardeo sobre los teleespectadores con programas de telebasura que han creado
una variada fauna de “famosos por nada” que más parece una plaga presente en
cualquier horario de emisión.
La TDT trae una gran oferta de
canales, tanto nacionales como locales; aunque algunos de ellos pertenezcan a
las mismas empresas. Es de suponer que tanta variedad de contenidos debería
ofrecer algo bueno al espectador. Reconozco que hay contenidos atrayentes.
Algunas series de televisión, documentales, programas… pero muy pocos
informativos verdaderamente independientes del poder político.
La televisión analógica se
despide. Es como el acto final de una obra que dice adiós a una era cuyo
principio de su fin tecnológico fue otra despedida; la de las pantallas de tubo
de rayos catódicos, que dejaron paso al plasma, al LCD y a los LEDS. Ahora, la
televisión será interactiva, dicen. Lo que significa que la audiencia ya podrá
comprar un articulo o participar en un concurso con el control remoto, sin
necesidad en esforzarse en usar el teléfono. Yo guardaré en mi memoria los momentos
históricos que pude presenciar en aquella Telefunken Color del 74, de carcasa
de madera y botones con sensores táctiles, que fue la primera de color que
llegó a casa, o la anterior Inter b/n, con VHF y UHF. Una época que nuestros
hijos ni si quiera pueden imaginar, porque no conciben que pudiéramos ver todo
en blanco, gris y negro, ni comprenden la ilusión que podíamos sentir ante las
primeras emisiones en color, cuyos programas aparecían remarcados en la revista
TP con una pequeña etiqueta que así lo anunciaba, precisamente: “COLOR”.
Es verdad, recuerdo vagamente el boom de las teles en color con el mundial del 82, tenía yo cinco años entonces. Mis padres compraron una que, más de 20 años después, seguía funcionando.
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