No podía haber peor preludio para
la reunión Zapatero – Rajoy que el clima de miedo que se extendió ayer por la
bolsa española y otros círculos económicos españoles. Y por si esto hubiese
sido poco, la desconfianza internacional arrolló las declaraciones de Zapatero
cuando éste pretendió poner calma en la opinión pública.
La reunión ya tuvo lugar hoy.
Ambos políticos alcanzaron pactos puntuales en lo que se refiere al rescate
financiero a Grecia y a una supuesta reestructuración del sistema financiero
nacional. Desgraciadamente para todos nosotros, el común de los ciudadanos,
esta reunión, de apenas una hora, no ha servido para lograr un gran pacto
nacional que dé un golpe de timón y cambie el rumbo de los acontecimientos.
Los motivos que condenaban este encuentro
al fracaso son muchos. La antipatía personal que existe entre Zapatero y Rajoy
es un abismo casi insalvable y las diferencias políticas e ideológicas son tan
amplias que parece cosa imposible tender algún puente de entendimiento entre
ambos partidos. Sobre lo primero, Zapatero es el gran culpable. Él inició el
distanciamiento prácticamente desde el inicio de su primera legislatura, cuado
comenzó a gobernar con el propósito de aislar y aniquilar a la derecha desde
sus medios afines, movilizaciones e iniciativas que chocan frontalmente contra
el modo de sentir y afrontar la vida de la mitad del electorado español. Por
otro lado, el presidente ha evitado a toda costa aplicar una sola de las medidas
propuestas por la oposición, más por cuestiones ideológicas que por debatir si
tales medidas pudieran ser eficaces o no.
Por otra parte, Rajoy, el “hombre
tranquilo” que parece inmutarse por bien poco, y que lleva esa tranquilidad
hasta el punto de no haber sabido dar un golpe en la mesa a tiempo, desconfía de
Zapatero como lo haría cualquier español que pueda observar los acontecimientos
prescindiendo de influencias de partido.
Es posible que el Partido Popular
pueda ser alternativa de gobierno. Es posible que tuviera el valor de aplicar
alguna de las medidas necesarias para frenar la crisis y cambiar el rumbo. Lo
que sí es seguro es que el Partido Popular no ha sabido transmitid ese concepto
de alternativa de gobierno. La apreciación de muchos, hoy, es que sí ha habido
pacto. Un pacto de no agresión sobre ciertos flancos débiles que ambos partidos
tienen. Por lo demás, ni liberalización de empleo, contratos y despidos, ni
contención de gasto público, ni ninguna otra medida que pueda parar la sangría
a la que nos está sometiendo este gobierno. Como mucho, una supuesta reforma de
la Ley de Cajas que, a buen seguro, no contemplará el retirar de los consejos
de administración a los cargos políticos que se aseguran el control de las
entidades para los partidos políticos.
Sálvese quien pueda.