Política
para mayores de 18 años.
por
Martín Cid
Sin
ánimo de disimulo, me gustan las películas tipo Berman y esas otras que, en ese
mismo sentido metafísico, desentrañan las vicisitudes de unas animadoras en una
lucha atroz por encontrar la neurona perdida.
Y
es por ello que hoy me he decidido a hablar de cine (o casi).
Y
es por ello (también) que me llama la atención una noticia reciente: la de una
actriz para mayores de 18 (sí, actriz porno) llamada Foxy Jacky (¿lo
traducimos?) detenida por agredir a su marido (arañazos y golpes). Lo cierto es
que la tal Foxy Jacky ha elegido mal el país, porque en el caso de tratarse de
España no le hubiese pasado absolutamente nada (aquí tenemos nuestras heroínas:
Aído, Aida, etc) y quizás hubiese sido mejor para esta chica que, divorcios
aparte, está pensando dejar el cine “para mayores”.
Espero
que a esta mujer no le pase nada (lo digo en serio), porque a veces ciertos
comportamientos incitan a los legisladores a entrar en el terreno de lo
kafkiano y dictar no sólo una ley: un completo cuento de E.A. Poe. Las leyes
sirven (en teoría) para proteger a los ciudadanos de los ciudadanos y, ya de
paso, beneficiar a quien las dicta. Hasta aquí todos de acuerdo (o casi todos,
que siempre hay alguno con ganas de llevar la contraria). Sucede entonces que
hay que legislar algún tipo de hecho innegable como la trata de blancas o
prohibir fumar a los mayores de 65. Los legisladores se ponen manos a la obra y
dictan una ley que dice: se prohíbe el tráfico de seres humanos. Bien, nadie en
contra porque eso es muy malo (peor aún que fumar en espacios públicos, y
fíjense que eso ya es malo, pero malo, malo, malo).
Es
entonces cuando empieza a funcionar la maquinaria propagandística (sí, he
escrito un libro sobre la propaganda y por eso empleo tanto el término). Los
medios sacan la noticia pero con semejante verdad de Perogrullo no tenemos
noticia así que le damos un tinte: los países árabes no se oponen a la trata de
blancas (porque, entre otras cosas, ya estaba prohibido). Así, y bien teñidos
de amarillismo, conseguimos una buena noticia y que la gente hable del asunto
durante, al menos, los cinco días que los países árabes se pongan de acuerdo
(que ya lo estaban) en pronunciarse sobre la verdad de Perogrullo.
Ahora
viene el siguiente paso: el tema parece agotado porque los países árabes se han
pronunciado. ¿Cómo continuar la estupidez? Tenemos muy diversos modos: atacar a
otro colectivo o cultura (mala opción, porque ya unos nos han dicho que vale) o
derivar. Esta opción se nos antoja muy interesante y merece nuestra atención.
Derivar, derivar… bajamos escalafones y ya no hablamos sobre la trata de
blancas sino sobre el acoso a un determinado colectivo de seres maltratados por
algo. Ejemplo: ¿no es similar el trato recibido por los (quienes sean) a la
trata de blancas en el pasado? El colectivo que sea (lo suficientemente
importante para que se pronuncien, lo suficientemente minoritario para que no
se convierta en una epidemia social) se pronunciará a favor del sí, porque
siempre querrán mejorar y considerarán que las condiciones en las que trabajan,
viven o pernoctan son indignas del ser humano, así que podremos continuar con
el debate un tiempo más. Luego derivaremos otra vez (o no) y llegaremos a
alguna conclusión estúpida (cuando ya no se pueda derivar más) tipo: el trato
vejatorio hacia los no-fumadores en la segunda mitad del siglo pasado.
¿Kafkiano,
verdad? Sí, todos pensamos que esto nunca llegaría a pasar pero lo que le ha
sucedido a la chica de los arañazos y las películas de adultos es fruto de una
derivación sistemática del sistema. El maltrato a las mujeres (que nadie puede
negar que esté mal) ha llevado a unas leyes absurdas en las que cualquier
asunto es susceptible de ser legislado. Lo que en un principio no debería pasar
de una absurda pelea de una chica que, seamos sinceros, no es precisamente un
luchador de sumo japonés, ha terminado con el asunto en las principales cadenas
de noticias americanas.
Sí,
son americanos y un poco exagerados (aunque en general tienen mecanismos de
prevención de estupideces, y el asunto no pasará de una mañana divertida en un
juzgado). Pero este tipo de asuntos tan freudianos siempre superan las propias
fronteras (como el pulpo Paul, auténtico Balón de Oro del Mundial) y ha llegado
a Europa en sus formas más escatológicas. Tenemos el ejemplo en España del
recién creado Ministerio de la Igualdad: un absurdo que no debería existir como
tampoco existe el Ministerio del Anti-esclavismo porque, sencillamente, nadie
en su sano juicio (y constitucionalmente se declara) duda de la igualdad entre
los dos sexos. Así, y por la máxima de que la política tiene que generar
constantes noticias (pueden ser todo lo absurdas que se quiera), se crea un
Ministerio que en teoría defiende algo que está bien pero que, debido a la
derivación sistemática, se ha convertido en el asunto kafkiano del día y a la
señora ministra en la novelista cómica más importante del momento. Ejemplos
tenemos cientos de este asunto, desde la creación de una biblioteca por y para
mujeres (allí, al menos, no se sentirán acosadas) hasta entrar en temas como
que un feto no es una persona humana.
No
pretendo hoy criticar a la señora ministra ni nada por el estilo, ya que se trata
de una víctima (pobrecita) del propio sistema que se basa en desvirtuar
constantemente un hecho innegable, pero sí querría poner en alerta al ciudadano
de la mentira que supone trasponer determinados asuntos y aplicar la misma
norma para todo. No puede ser lo mismo una bronca doméstica entre dos personas
(arañe quien arañe, si es actriz porno parece ser que araña bastante) que un
caso de maltrato evidente, ni se puede comparar (que la ministra lo hace) a un
acoso tipo Atracción Fatal en que el novio de turno le envíe demasiados
mensajes al móvil de la chica en cuestión (es más, creo que a ella igual no
debería desagradarla demasiado). Desde luego, con afirmaciones semejantes se
consigue la publicidad necesaria para ocupar un espacio en la franja informativa
(probablemente al lado del ya citado pulpo Paul).
Bueno,
con esto os dejo, que creo que hoy prepararé pulpo para comer (lástima que
cocinar otro tipo de animales esté prohibido).
Y
como cuando nací me dieron a elegir entre una memoria prodigiosa o un nada
elegante sentido de la ironía, ahora yo, Martín Cid, os
deseo Feliz Navidad a todos.
Sean
buenos.
**Martín
Cid es autor de las novelas Ariza (ed. Alcalá, 2008), Un Siglo de Cenizas (ed.
Akrón, 2009), Los 7 Pecados de Eminescu (e-book) y del ensayo Propaganda,
Mentiras y Montaje de Atracción (ed. Akrón, 2010).
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