MAALULA (SIRIA).- Las fotografías de Bashar al Asad se
prodigan de tal manera en el salón que parecen rivalizar con la iconografía de
este santuario cristiano dedicado a Santa Tecla. Bashar al
Asad en solitario. Con los huérfanos del recinto. El presidente con las monjas
del enclave. Comiendo con sus residentes. Sin embargo la más simbólica es
quizás aquella en la que el jefe de estado aparece rodeado de los
representantes de todas las filiaciones religiosas del país.
No cabe duda de que la superiora del recinto, Melaisha Sayaf, se
cuenta entre las devotas más explícitas del mandatario. “El
presidente ha mostrado una gran preocupación por nuestra lengua (aquí
se habla todavía el arameo bíblico) y fue él quien estableció
un colegio de verano para recuperarla”, explica.
Santa Tecla -como los cercanos conventos de Nuestra Señora en Siednayya o el monasterio de Mar Musa- son un alegato a la diversidad de creencias que caracteriza a Siria y que el régimen de Bashar el Asad ha decidido convertir en su principal estandarte ideológico de cara al exterior.
Así lo reconoció el propio mandatario en una entrevista con el popular presentador norteamericano Charlie Rose en mayo. Cuando esta le inquirió cual era su principal desafío, el jefe de estado no dudó en responder: “como mantener a nuestra sociedad secular como hasta ahora”.
“Estamos muy orgullosos de nuestra rica diversidad pero no podemos permanecer ajenos a los conflictos que nos rodean. Al final te afectará, pagarás el precio”, acotó.
Sito en la ciudad de Maalula –a 56 kilómetros de Damasco-, Santa Tecla acoge los restos de la venerada discípula del apóstol San Pablo que se refugió en este reducto montañoso perseguida por los soldados de su propio padre, un enemigo declarado de la fe a la que se había convertido su descendiente. “El reyezuelo local habían intentado primero quemarla viva –relata Sayaf- pero una tormenta extinguió el fuego de la hoguera”.
Aunque los 4.000 habitantes del villorrio son en su mayoría cristianos, los musulmanes constituyen una pujante minoría que ya son una cuarta parte de la población. Sin embargo, la monja se apresura a negar cualquier atisbo de tensión entre ambas comunidades.
“Aquí no hay diferencias entre musulmanes o cristianos. Todos comemos pan del mismo plato”, dice.
El optimismo de la religiosa contrasta con la admisión del propio presidente y las últimas medidas adoptadas por su gobierno, destinadas a enfrentar la expansión de la visión más radical del Islam.
La última ha sido quizás la más polémica. El ministro de Educación, Ali Saad admitió en junio que Damasco ha expulsado en los últimos meses a 1.200 profesoras en todo el país de sus puestos de trabajo por llevar el “niqab”, el velo que cubre todo el rostro salvo los ojos.
Hoy mismo, la cadena Al Yazeera informó que el mismo departamento ha anunciado que tal interdicción se extenderá también a las alumnas universitarias. Tales acciones se producen coincidiendo con la controversia generada en Francia por la prohibición de portar la misma prenda en público.
“No podíamos permitir que esas mujeres influyeran en las alumnas con su ideología. Es una acción que forma parte de nuestra lucha contra el extremismo y el fundamentalismo. Los radicales dirán que somos unos infieles como Francia pero el sagrado Corán no dice nada sobre la obligatoriedad de llevar el niqab”, precisó el ministro de Informacion, Mohsen Bilal.
El titular de dicho departamento se expresa en los mismos términos que Al-Asad y asegura que “este es un país donde lo más importante es el ciudadano, no su raza o religión. Tenemos 4 cristianos en el gobierno, también lo es el máximo responsable del Banco Central o el jefe del estado mayor del ejército. No están ahí por su confesión sino por que son válidos”.
Bajo el espectro del alzamiento islamista que concluyó en tragedia en 1982 con el asalto a la ciudad de Hama –donde el ejército acabó con la vida de miles de personas-, Damasco ha recuperado las reticencias hacia los movimientos integristas cuya influencia social se observa de forma creciente en ciudades como Aleppo, donde el “niqab” es cada día más común.
La contraofensiva “secular” comenzó a finales del 2008, al imponer una estricta normativa para las escuelas privadas religiosas, o tras la intervención personal de Al-Asad para evitar que se aprobara una reforma legislativa del estatus personal que hubiera recortado los derechos de las féminas y de las propias minorías no musulmanas.
La ONG feminista Observatorio de la Mujer Siria apoyó de forma irresoluta la determinación oficial contra el niqab nada más conocerse. “Hace unos años descubrimos que Siria había sido invadida por fuerzas oscurantistas. Dicha invasión alcanzó el ministerio de Educación, donde las mujeres que portaban el niqab comenzaron a difundir su extremismo. Eliminar la identidad femenina cubriendo su rostro no tiene nada que ver con la religión, sea Islam, cristianismo o cualquier otra fe”, escribió la citada agrupación en un editorial que colgó de su página web.
Pero otros activistas locales como Ammar Qurabi, de la Organización Nacional de Derechos Humanos, recordaron que “el secularismo significa tolerancia y prohibir a profesores por llevar el niqab contradice esa idea. El secularismo debería salvaguardar el derecho a llevar puesto lo que quieras, es un asunto de libertad personal”.
En declaraciones al diario The National, el mismo personaje advirtió sobre el riesgo de prescindir de tal número de educadoras o la inutilidad de adscribirlas como se ha decidido a otro ministerio cuyo funcionamiento desconocen. “Es un ejemplo del estilo caótico con el que el gobierno toma a veces las decisiones”, señaló Qurabi.
Aunque ajenos a la disputa, la minoría cristiana –cerca de 1,2 millones de personas-, no ignora el vecino y devastador ejemplo de Irak y por ello se aferran al laicismo defendido por el Estado sirio.
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