Alguien me recriminó una vez por
usar la palabra “anormal” para referirme a un anormal.
Me explico.
Hay quien usa comúnmente el
adjetivo “anormal” para insultar o menospreciar a un discapacitado, o a
cualquier otra persona comparándola con éste. Jamás se me ocurriría hacer tal
cosa. Los anormales a los que yo me refiero son aquellos que, actuando fuera de
toda norma de convivencia y respeto por el prójimo, son capaces de provocar
problemas, causar daño o confundir y manipular a otras personas.
Hoy me ha sorprendido leer un
titular que describe la actitud y el verdadero modo de ser de una anormal de la
que algunos hablaron y muchos dudaron en creer tales argumentos.
No voy a hacer una relación de
links con las críticas que algunos vertieron contra Ingrid Betancourt durante
los últimos años. De heroína secuestrada por las FARC y liberada muchos años
después por el ejército colombiano, Ingrid quedó bien pronto en entredicho,
prácticamente cuando pasó la lógica euforia de su liberación, por su carácter
conflictivo y manipulador que sus compañeros de secuestro desvelaron a la
opinión pública mundial.
Uno se queda frío cuando lee
titulares como el siguiente:
Recuerdo una historia cierta de
un trabajador de la construcción que, haciendo un descanso, salió del edificio
en el que estaba trabajando para comer un poco y descansar. En la calle
encontró a una mujer caída en el suelo, mareada, con una herida en la frente.
La llevó en su auto a un hospital donde quedó ingresada en observación. Unos
días después, él recibió en su lugar de trabajo una citación de un juzgado. La
mujer le había demandado por lesiones, tratando de conseguir una indemnización.
Leyendo la noticia de Ingrid
Betancourt he tratado de imaginar cómo deben sentirse los soldados que se
jugaron sus vidas por rescatarla. O la sensación de fracaso que millones de
colombianos de bien que la tuvieron presente en sus oraciones y anhelos durante
años.
Considero que casos como el de
esta mujer pueden ser más dañinos de lo que parecen en un principio. El ejemplo
de Betancourt, secuestrada por un movimiento narco-terrorista y partidaria,
poco tiempo después de su liberación, con la mediación y el dialogo entre el
gobierno colombiano y este ejército de asesinos, puede ser aprovechado por los
propagandistas de otros grupos terroristas de cualquier país del mundo, del
mismo modo que ETA y sus defensores han pretendido equiparar al independentismo
irlandés con el vasco, siendo que ambos solo se parecen en la facilidad con que
dejan a su paso un rastro de tragedia y muerte.
Ingrid quiere dinero. Y mucho. Y
no encuentra modo mejor de conseguirlo que la traición moral contra quienes la
devolvieron a la libertad. Si alguien tenía aún alguna
duda sobre Ingrid Betancourt, puede decirse que ya está todo claro.