No hay mejor termómetro para
medir la fiebre española que la reacción del dinero. Ayer fue un día de pánico
en las bolsas españolas como reacción inmediata a la intervención económica
europea en Irlanda.
No hay mejor termómetro, porque
el dinero reacciona en la bolsa de acuerdo a lo que ve y oye dentro y fuera de
España. Dentro de España el dinero ve es que imposible que la economía despegue
mientras el presidente de gobierno, aislado en su dogmatismo, no decida
acometer las reformas necesarias y convoque un gran consenso político y social
que deje al margen intereses de partido y de colectivos específicos e impulse a
trabajar codo con codo a toda la sociedad.
El dinero ve, aquí dentro, en
España, que el estado nacido de la Transición es inviable. Tan inviable, que ni
los países más ricos y con tradición federalista jamás se plantearon organizar
sus territorios de modo que una buena parte de los recursos nacionales se
vieran destinados a sostener al propio sistema, privando de posibilidades a las
iniciativas que sí crean empleo y riqueza.
El dinero ve que la deuda pública
española ronda el billón de €, más o menos lo mismo que la privada; cifra que
hace inviable cualquier rescate financiero. Y la apreciación general es que,
otra vez más, puede suceder aquello que Zapatero repitió y repitió que nunca
sucedería: que España está al borde del abismo y en equilibrio precario.
La mayoría de analistas, tanto
españoles como extranjeros (aunque exceptuando los que tienen que hablar a
favor del gobierno socialista), coinciden en que la quiebra de España es algo
inevitable hoy. Solo es cuestión de tiempo. Ya existió un conato, en mayo de
este año, en el que técnicamente la nación estaba prácticamente en bancarrota.
En cualquier caso, también coinciden en que el sistema financiero está
quebrado. El mismo sistema financiero sobre el que mintió Zapatero en Wall
Street. El mismo sistema financiero sobre el que mintió reiteradamente un
ministro de Zapatero, el Sr. Corbacho, asegurando que la crisis estaba por
acabar en dos meses, allá por finales de 2008. El mismo sistema financiero que ya
se resquebrajaba al tiempo que la ministra Salgado veía brotes verdes en la
economía Española.
2010 se encamina rápidamente a su
fin. El próximo año tiene muchas posibilidades de ser el del hundimiento
definitivo de la economía nacional. El estado pretenderá recaudar más impuestos
a la vez que tendrá que reducir el gasto público. Los españoles tendrán aún
menos dinero para consumir y es muy posible que suba la inflación, lo que
encarecerá los productos básicos. Y la reducción de consumo siempre trae
añadido el descenso de actividad económica y empresarial, con las consecuencias
que cualquiera puede suponer.
Hace años oí en Estados Unidos que
“el animal más cobarde del mundo es un millón de dólares”. Es cierto. El dinero
nunca saca pecho ni se comporta como un héroe. Solo acude donde ve seguridad.
España dejó de ser un lugar seguro para las inversiones hace mucho tiempo.
Incluso antes de que el mediocre e iluminado Rodríguez Zapatero dijese que la
economía española jugaba en la “champion’s league” y fuese jaleado por millones
de españoles que le creían sin reservas mientras los comercios de sus calles
cerraban sus puertas por quiebra.
¿Y, a día de hoy, cual es la
reacción inmediata de Rodríguez Zapatero? ¿Cuál es su última gran idea para sacar
a España del agujero? Convocar para el próximo sábado una reunión con los
empresarios más importantes del país para tratar de hallar incentivos
económicos.
Seamos serios. Conociendo al
presidente y su gusto por rodearse de aduladores que no le critiquen, apuesto
que más de la mitad de esos empresarios serán los que mejores relaciones tengan
con el partido socialista. Bien podrían ahorrarse el dinero de mis impuestos
que van a gastar en canapés y bebidas. O aún mejor; Zapatero podría convocar a
los empresarios
que enviaron un manifiesto al rey, en el que presentan, sin ambajes ni
maquillaje, la verdadera situación de la nación y presentan propuestas que
ningún partido político se atreverá a poner en práctica.