Ya podemos suponer que el Partido
Socialista da por finalizada su tradicional demagogia de apoyo al pueblo
saharaui. Todo tiene su final, y esto no iba a ser la excepción. Desde el
discurso de Felipe González en el Sahara, cuando aún no era presidente de gobierno
y podía permitirse criticar y mostrarse a favor de causas que poco después
abandonaría, hasta la actual crisis en la que el ejército de Marruecos y sus
colonos se han dedicado con especial denuedo a machacar a esa minoría saharaui
que tanto parece molestarles, han pasado más de tres décadas.
El amor de los socialistas por la
causa saharaui ha sido más bien intermitente. Cuando el PSOE ha estado en el
gobierno de España, ha bajado el ritmo de sus solidarias reivindicaciones y
protestas por las condiciones de vida y la falta de libertades de estos
africanos que, como los nacidos en Guinea Ecuatorial, estaban tan cercanos a
nosotros que hasta tenían su propio DNI español.
La causa por el pueblo saharaui
cobró algo de ímpetu, el necesario para volver a ser los más solidarios del patio,
cuando los socialistas pasaron a ser oposición durante aquel año 1996 en el que se inició una nueva
etapa sin González. Ímpetu prácticamente desaparecido cuando el PSOE volvió al
poder en 2004.
Hoy, mientras El Aaiún sigue
viviendo bajo un estado de sitio que se inició hace días, mientras los
saharauis cuentan sus muertos, heridos, torturados y sus casas y comercios
asaltados por soldados y colonos marroquíes, y mientras periodistas y
cooperantes permanecen escondidos por miedo a ser asesinados, el ministro de interior
marroquí Taib Cherkaui, enviado a España por su rey absolutista Mohamed VI, ha
convencido a Rubalcaba de que lo sucedido durante estos últimos días no ha
pasado de ser una ola de disturbios
causada por unos revoltosos.
Sobre el saharaui nacionalizado
español que, según varios testigos, fue asesinado por soldados marroquíes, Marruecos
asegura que falleció atropellado por accidente. En otras palabras: Los soldados
que conducían el vehículo que aplastó a este pobre hombre no se daban cuenta de
que pasaban por encima de él una y otra vez, marchando hacia delante y hacia
atrás.
Así se cierra este penúltimo
capítulo de la vergonzosa y patética historia reciente de la diplomacia
española en manos de Rodríguez Zapatero. Desde el triste papel de una ministra
de exteriores ausente, callada y cobarde, que tuvo que ser reemplazada por el exministro
saliente Moratinos para no desairar al rey déspota de Marruecos con la
presencia de una mujer en la reunión, hasta el silencio entregado y servil del
gobierno y partido socialista, tan entregado a la causa saharaui cuando le ha
convenido, pero más entregado aún a los intereses marroquíes, España vive
nuevamente el más espantoso ridículo, además de vergüenza por haber abandonado
otra vez al pueblo saharaui a merced de sus atacantes. De hecho, el gobierno ni
siquiera ha sido incapaz, o no ha tenido el coraje necesario, para condenar
este nuevo abuso marroquí contra los derechos más elementales de los saharauis.