Alfonso Ussía escribe hoy, en su columna de opinión de La
Razón, acerca de lo que ha llegado a convertirse la programación de Telecinco y
la responsabilidad de su presidente, Paolo Vasile, sobre tal cosa.
No recuerdo exactamente qué día fue, pero sí puedo asegurar
que, no hace mucho, haciendo zapping, llegué a un programa nocturno en el que
la plantilla habitual de famosillos de este canal hablaban sobre el delincuente
Rodríguez Menéndez. Según las palabras del presentador del programa, este
sujeto sería entrevistado minutos después, desde Argentina, donde se halla
fugado. No me quedé a comprobarlo. Huyo de este tipo de programas como de la
peste. Al día siguiente oí en algún programa de radio que la entrevista fue más
bien como un partido de tenis en el que Rodríguez Menéndez intercambiaba
descalificaciones con el presentador y con colaboradores que, en algunos casos,
habían tenido alguna relación con él en el pasado. No me perdí nada.
Pero, durante estos días que han seguido hasta hoy, he
tenido que huir de repeticiones de ese programa, y quizás de otros en los que
Rodríguez era la “estrella”. Los canales secundarios de Telecinco lo han
repetido hasta la saciedad.
No puedo dejar de asociar este fenómeno de verdadera
telebasura, del que Telecinco ha hecho su marca cada vez más identificativa
desde hace muchos años, a los gustos de los espectadores. A nadie se le escapa
que si un programa no obtiene la audiencia y el share necesarios, pronto sale
de la programación. Entonces, ¿por qué programas tan vulgares y soeces como el
mencionado, u otros como Gran Hermano, tienen tanto éxito? Muy sencillo. Porque
hay millones de españoles deseando verlos. Estos millones son los otros
culpables. Aunque luego disimulen contestando en las encuestas que prefieren
los documentales de la 2.
“No he conocido diplomático, periodista, religioso,
científico, artista, estudiante o lo que sea, que después de permanecer durante
una temporada en Italia, tras el abandono, no sienta una irreprimible
nostalgia. Italia entra en el alma de todos los que la viven, y ahí se queda
para siempre. Hay algo prodigioso en la bota de su mapa que imprime carácter.
Italia es la inteligencia. Con el debido respeto, si la roca de Pedro se
hubiese alzado en Oslo o en París en lugar de encontrar su sitio en Roma, la
Iglesia católica sería igual en espiritualidad pero no en inteligencia. Italia
es el arte, la música, la poesía, la piedra, el paisaje, el humor y el
individualismo genial. Sólo un italiano es capaz de estafar a un griego y a un
turco simultáneamente. Envuelve, razona y aguarda. Los italianos, contagiados
por la cercanía del Vaticano, saben esperar. Su tiempo no es el nuestro. No
hablo de la Italia decaída y emigrante, sino de la pujante y desordenada que
hoy enamora. De ahí mi sorpresa por los italianos que la abandonan para
enriquecerse y trabajar lejos de ella.
Un italiano es siempre un poco más listo que el otro, un poco más malvado que el otro y un poco más interesado que el otro. Ello les asegura el triunfo en el exterior. Y si el italiano carece de escrúpulos, no hay barrera que frene sus ímpetus de ganar dinero, aunque para ello tenga que infectar a la sociedad y las instituciones del país que le ofrece sus recursos. Me intriga el poder en España de Paolo Vasile, el virrey de Berlusconi en Telecinco. La inicial paradoja se da en Berlusconi. El multimillonario y conservador empresario y político italiano se forra en España con una televisión que quiebra todos los principios y valores del humanismo cristiano y el pensamiento liberal-conservador. Muy italiano.
Telecinco, en su nacimiento, estuvo dirigido por un genial rumano llamado Valerio Lazarov. Lo sabía todo de la televisión, pero le faltaba esa letra más que es la llave para conseguir el oro, el tesoro. Paolo Vasile tiene esa llave, pero cada vez que abre la puerta del tesoro una mancha de ignominia y podedumbre cubre a la sociedad española. Vasile no duda en humillar a nuestras más altas instituciones produciendo series que afectan directamente a la estabilidad de España. Sus retratos móviles de la Familia Real son sencillamente deleznables. No se atreve a hacer lo mismo –y argumentos le sobran–, con la vida cotidiana y casquivana del Primer Ministro de Italia. No lo hace porque es su jefe, y también por su reconocida italianidad.
Es preferible que se pudra el patio ajeno que el jardín propio. Vasile ha convertido la televisión del chisme en un depravado e indecente corral de necedad, calumnias y despropósitos. A Vasile, que parece un hombre distinguido, le encantan las chachas y los chachos. Por supuesto que la libertad es también patrimonio de Vasile, pero siempre que no roce, ni hiera, ni embrutezca ni manipule la libertad de los demás. Contrata a delincuentes como si de estrellas se tratara. Y la imagen que nos ha dado de la Familia Real resulta tan falsa e injusta como inaceptable. Su poder es omnímodo, y de ahí mi ofrecimiento como su próxima víctima.
Pero yo le animo a dejar de sentir la nostalgia y la melancolía que Italia produce cuando no se disfruta. Ya ha conseguido lo que se propuso. Ha triunfado en la gestión económica y ha llenado de basura a una sociedad que no es la suya. La adorada y añorada Italia le está pidiendo que vuelva.”
Un italiano es siempre un poco más listo que el otro, un poco más malvado que el otro y un poco más interesado que el otro. Ello les asegura el triunfo en el exterior. Y si el italiano carece de escrúpulos, no hay barrera que frene sus ímpetus de ganar dinero, aunque para ello tenga que infectar a la sociedad y las instituciones del país que le ofrece sus recursos. Me intriga el poder en España de Paolo Vasile, el virrey de Berlusconi en Telecinco. La inicial paradoja se da en Berlusconi. El multimillonario y conservador empresario y político italiano se forra en España con una televisión que quiebra todos los principios y valores del humanismo cristiano y el pensamiento liberal-conservador. Muy italiano.
Telecinco, en su nacimiento, estuvo dirigido por un genial rumano llamado Valerio Lazarov. Lo sabía todo de la televisión, pero le faltaba esa letra más que es la llave para conseguir el oro, el tesoro. Paolo Vasile tiene esa llave, pero cada vez que abre la puerta del tesoro una mancha de ignominia y podedumbre cubre a la sociedad española. Vasile no duda en humillar a nuestras más altas instituciones produciendo series que afectan directamente a la estabilidad de España. Sus retratos móviles de la Familia Real son sencillamente deleznables. No se atreve a hacer lo mismo –y argumentos le sobran–, con la vida cotidiana y casquivana del Primer Ministro de Italia. No lo hace porque es su jefe, y también por su reconocida italianidad.
Es preferible que se pudra el patio ajeno que el jardín propio. Vasile ha convertido la televisión del chisme en un depravado e indecente corral de necedad, calumnias y despropósitos. A Vasile, que parece un hombre distinguido, le encantan las chachas y los chachos. Por supuesto que la libertad es también patrimonio de Vasile, pero siempre que no roce, ni hiera, ni embrutezca ni manipule la libertad de los demás. Contrata a delincuentes como si de estrellas se tratara. Y la imagen que nos ha dado de la Familia Real resulta tan falsa e injusta como inaceptable. Su poder es omnímodo, y de ahí mi ofrecimiento como su próxima víctima.
Pero yo le animo a dejar de sentir la nostalgia y la melancolía que Italia produce cuando no se disfruta. Ya ha conseguido lo que se propuso. Ha triunfado en la gestión económica y ha llenado de basura a una sociedad que no es la suya. La adorada y añorada Italia le está pidiendo que vuelva.”
Fuente: La Razón.
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