En muchas de las ocasiones que he escuchado aquello de “un país tiene los gobernantes que se merece” he terminado por pensar que toda generalización es injusta. Si afino un poco más el dicho, aunque solo sea por tratar de poner las cosas en un punto de equilibrio más apropiado a mi modo de ver las cosas, sí puedo afirmar, sin reservas, que la mayoría de votantes que hayan elegido a tal o cual político, tendrán el gobernante que merecen, pese a que ese merecimiento redunde en la minoría que no haya sido partidaria del político electo.
Todo esto viene a colación de un par de reflexiones:
El interesante argumento (no puedo decir “debate” porque la mayoría de lectores y participantes nos decantamos por la opción de presidencialismo) que República Rojigualda abrió recientemente en su Facebook, y que recomiendo a todos aquellos españoles que se interesen por algo más que la liga de fútbol y las andanzas de los famosetes de la tele basura. Si bien es cierto que, en cuanto a políticos y sus andanzas, España, como sociedad y como nación – o lo que quede de ella – tiene lo que se merece, no es menos verídico que hay ciudadanos cuyas inquietudes van mucho más allá que conformarse, desde la queja cómoda, con protestar y no ofrecer o hacer nada a cambio. Desgraciadamente, esto no pasa de ser la inquietud de unos cuantos, cuyo ejemplo no logra calar en las conciencias de la gran mayoría de los ciudadanos. Es ahora, más que nunca, cuando se necesita una revisión profunda del modelo político y social en el que hemos vivido desde la transición; pero la casta política se niega a iniciar ese cambio para no perder sus prebendas. Contrariamente a lo que sería de desear, muy pocos medios de comunicación informan profundamente sobre la corrupción política de la que, invariablemente, se desprenden muchas de las irregularidades de toda índole que nos aquejan.
La desfachatez de la clase política en conjunto, y de muchos de sus elementos en particular, al mantenerse en sus cargos evitando explicaciones y tratando de confundir a la ciudadanía aún en los casos recientes en los que los indicios apuntan directamente a ellos mismos. Hoy, como hace décadas, los asuntos de corrupción aparecen por todas partes y con dos objetivos habituales: dinero y terrorismo. ¿Es esto lo que merece la sociedad española? Cuando menos, esto es lo que merecen quienes renovaron su confianza a los políticos que nos gobiernan, a pesar de sus antecedentes. Y cuando menos, también, aquellos que se niegan a aceptar esta palpable realidad por defender su propio color político, o su interés económico.
Creo que hemos llegado a un punto en el que ya no cabe el optimismo. Y esto lo dice quien se considera optimista por naturaleza. Esto es ya un caso de avanzar o caer al abismo. No podemos contar con una oposición que, salvo honrosas excepciones personales, espera recoger los frutos de la desastrosa y nefasta gestión de los socialistas durante sus dos legislaturas. El cambio que verdaderamente se necesita va mucho más allá de una alternancia en el gobierno. Se impone la urgencia de modificar la ley electoral. Se impone un cambio de modelo económico que facilite la creación de empleo. Se impone una separación efectiva de los poderes del estado, que en España ha estado ausente desde los inicios de la transición. Se impone poner a los corruptos en el lugar que les corresponde. Se impone perderles el miedo y hacerles responsables de los males que han generado.
Se imponen muchas cosas. Y es en este tiempo de crisis cuando más sentido debería cobrar la cita de Ronald Reagan: “Si temes el futuro, sal del camino. Quédate a un lado. La gente de este país está lista para avanzar nuevamente”