Finalizando el año 1994,
cuando las primeras impresoras de inyección de tinta orientadas al mercado de
la informática doméstica llevaban poco más de un año a disposición del público,
hubo una cierta polémica en algunas ciudades españolas, de la que se hicieron
eco, tampoco demasiado, algunos diarios.
Los dueños de algunos
comercios del sector de las papelerías protestaban porque durante ese año
habían advertido que su facturación se había reducido sensiblemente respecto a
cierto tipo de cliente: el que les encargaba la impresión de tarjetas de
visita, papel con membrete y artículos parecidos.
Yo mismo viví un debate,
en una radio de provincias, en el que un representante de ese tipo de comercios
de la ciudad arremetía contra los comerciantes de informática y periféricos y
los consumidores que compraban esas novedosas impresoras de inyección de tinta.
Los acusaba poco menos que de querer arruinar al sector de las papelerías que
ofrecían servicios de copias e impresión. Su extraña forma de comprender la
libertad de mercado, chocante en un comerciante, llegaba hasta el punto de
plantearse si no sería recomendable que los consumidores solo pudieran tener
acceso a una restringida gama de impresoras de baja calidad, para que se vieran
obligados a acudir a los comercios cuando tuviesen que disponer de trabajos de
mayor resolución. En aquél momento comprendí que Adam Smith tenía razón cuando
aseguraba que si los comerciantes deshonestos tenían la oportunidad, no
tardaban en crear monopolios para acaparar mercados.
En aquél debate de radio
de provincias, mis argumentos obtuvieron el total apoyo de las llamadas de los
oyentes. Argumentos fáciles de defender, basados precisamente en la inercia de
renovación de mercados que la tecnología ha propiciado con cada avance. En la
historia moderna, muchos sectores han debido renovarse o resignarse a
desaparecer, cuando un adelanto tecnológico o una nueva idea han venido a
revolucionar el proceso de fabricación de algún producto, o el hábito de
conducta de los clientes de un mercado. Pero estos momentos históricos también
han estado plagados de detractores del progreso que, amparándose en una
supuesta del obrero al que poco menos que esclavizaban, arremetían contra lo
nuevo que amenazaba con restarles competitividad y poder a sus empresas.
Fuente: 20minutos.es |
Recientemente hemos
vivido en España una huelga de taxis propiciada por un sector de esos
profesionales que han tratado, porque en realidad no ha sido otra cosa, de
impedir que las nuevas plataformas digitales de contratación de transporte se
establezcan definitivamente en España.
Las protestas de los
taxistas pronto se radicalizaron hasta extremos que no deberían haber alcanzado
jamás. De hecho, al segundo o tercer día, desde las redes sociales hasta no
pocos artículos de opinión en prensa, pasando por reportajes que daban cuenta
de los hechos, la generalidad de los consumidores del servicio del taxi fueron
mostrándose cada vez más contrarios a las actuaciones de no pocos grupos
violentos que presionaban para conseguir que el gobierno y los ayuntamientos
consintieran a las peticiones de un sector que, desgraciadamente para sí mismo,
se dejó politizar por lo más radical para acabar apareciendo en medios
nacionales e internacionales como grupos violentos de un sector que poco hizo
para corregir tal imagen.
Ahora las consecuencias
inmediatas de este tipo de situaciones se dejan ver en la facturación de un
sector que ha perdido buena parte de las simpatías de los usuarios. Usuarios
que no comprenden que otro sector creciente y con posibilidades de dar un
excelente servicio – las VTC – tenga que verse restringido y hasta censurado
por las maniobras de otro sector tradicional que no parece actualizarse al
ritmo de los nuevos tiempos, y que trata a toda costa de mantener su monopolio
sobre el transporte privado.
Enlazo aquí dos
entrevistas recientes que muestran las consecuencias de una huelga que poco
tardó en perder la razón, y el lado humano de quienes encuentran oportunidades
laborales en un sector emergente que, como ya ha sucedido en otros casos, se enfrenta a la peor oposición de quienes ven en el progreso y la innovación solamente una
amenaza a sus propios intereses.
EL MATINAL “De dormir en el metro a conducir en Cabify”
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