Provoca hartazgo
contemplar cómo hay políticos, comunicadores y periodistas que se mantienen en
la actualidad viviendo de méritos de ayer, sin aportar nada verdaderamente
relevante hoy.
Hartazgo, porque resulta
muy cargante escucharles, leerles una y otra vez los mismos argumentos,
especialmente cuando buena parte de esos argumentos están escasamente
fundamentados, o directamente falseados.
Hartazgo, cuando
compruebas a menudo que lo que predican, pretendiendo ser gurús de lo que sea,
suele ser bastante distinto a lo que hacen.
De acuerdo. Los
políticos, comunicadores y periodistas son humanos. Y los humanos tendemos
invariablemente a corromper lo que tocamos, del mismo modo que a veces tenemos
una predisposición casi enfermiza por subir a un pedestal a cualquiera que diga
lo que queremos oír, sin importar en absoluto que luego haga lo que no estamos
dispuestos a ver.
Por acotar la muestra,
los sufridos liberales que de verdad intentamos serlo vemos invadido nuestro
escaso terreno por oportunistas que se presentan como apóstoles del libre
mercado, paladines de la libertad individual y defensores de la vida humana,
que es, básicamente, lo que el liberalismo clásico defiende a todas horas y
promueve cuando le dejan.
Estos advenedizos, a los
que no niego una sinceridad inicial que luego desaparee en
proporción directa al incremento del protagonismo, olvidan bien pronto los
principios de lo que decían defender. Creen que ejercer la máxima liberal de
desconfiar del poder y ponerle límite es, simplemente, sentarse ante un
micrófono o un teclado y poner verdes a los políticos y a otros comunicadores.
Creen que defender la libertad de mercado es repetir una y otra vez argumentos
fáciles sobre economía que luego son incapaces de desarrollar. Creen que hablar
de política internacional es repetir machaconamente cuatro conceptos aprendidos,
que resultan ser errados, además de absurdos. Pero estos tipos, siguiendo con
el ejemplo del liberalismo colonizado por paracaidistas de la prebenda, son los
primeros que agarran la subvención de lo público, ejercitan la dictadura en sus
dominios, y aceptan los favores de gobernantes a los que deberían limitar con
sus críticas.
Ayer, Enrique de Diego
me envió su publicación del momento en su diario digital Rambla Libre en la que vapulea, y con razón, a Federico Jiménez Losantos, el ídolo
incontestable de un curioso liberalismo a la española que, con el paso de los
años ha ido derivando desde el PP hacia
Vox, haciendo escala en UPyD, pasando un rato en Ciudadanos, para recalar nuevamente
en Vox.
En el Artículo de
Enrique de Diego me entero de que El Club de los Viernes, un think tank
autodefinido como liberal, que asegura en su manifiesto que “se postula como valladar frente a la ola
colectivista y liberticida que amenaza nuestro sistema de libertades” ha concedido a Federico Jiménez Losantos
el Premio Escuela de
Salamanca de este año.
Dicho club cuenta en sus filas con varios periodistas de renombre que en
alguna ocasión han defendido al liberalismo, pero que son en realidad menos
liberales de lo que simulan ser si rascamos un poco en su superficie Y una
prueba palpable de lo que expongo es precisamente este premio a Losantos, que
de liberal ha tenido menos cada año que pasa, que se ha rodeado de supuestos
liberales que han impuesto una ausencia de libertad en sus medios, en sus redes
sociales y en sus agregadores de blogs, pero que han repartido licencia de
liberal a todo aquél que les adulase, que ha aceptado para su medio de
comunicación la amistad e influencias de políticos corruptos y que como muestra
suprema de respeto a la libertad se ha ido deshaciendo de amigos y
colaboradores muy valiosos en el grupo Libertad Digital / EsRadio porque éstos,
que fueron más amigos de él que él de ellos, le decían las verdades que no
quería escuchar y le advertían de los riesgos que ha preferido ignorar.
No sé si a estas alturas del partido El Club de los Viernes pretenderá,
con este ya desprestigiado Premio Escuela de Salamanca, afianzar su presencia
en Libertad Digital, en EsRadio o solo en Es Sexo de Ayanta Barilli; pero
viendo la situación desde fuera y conociendo los detalles financieros de la
empresa revelados en el libro “La Gran Traición…” de Enrique de Diego, me pregunto si no habría sido suficiente con que los del club
hubieran adoptado a Losantos como mascota.
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