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No hace falta ser un lince para comprender que muchos políticos, amén de ciertos medios de comunicación, e incluso algunas instituciones públicas o subvencionadas con dinero público, conocen muy bien el efecto de plantar a diario la semilla del odio en nuestra sociedad.
La semilla del odio
necesita precisamente el peor clima de todos para geminar, crecer y dar fruto.
El ambiente de desesperación, de frustración, de ruina moral, ética y cívica
-que en no pocas ocasiones es consecuencia de la ruina económica mezclada con
ausencia de valores-, son los factores que conforman un ecosistema perfecto donde
conviven y se desarrollan la ambición desmedida y la falta de escrúpulos.
Pero pueden darse
consecuencias no calculadas, riesgos no asumidos, cuando la semilla del odio
produce el efecto esperado. Cuando la confrontación llega a ser un fenómeno
generalizado y aceptado por la mayoría, puede surgir un efecto de protesta y
hartazgo de alcance difícilmente predecible.
Un ejemplo reciente en
nuestra historia fue el 15-M, pero este fenómeno también se puede tomar como
perfecto ejemplo de cómo apoderarse de una corriente social, canalizarla y
dirigirla hasta que acaba languideciendo entre la decepción social y la
corrupción política. En el 15-M se infiltraron desde servicios de información del
Estado hasta grupos que constituían entonces el embrión de lo que luego se
conocería como Podemos. Y casi ocho años después los resultados están a la
vista de todos. Nadie recuerda el 15-M si no es para apropiarse su memoria.
Actualmente el ambiente
de confrontación fomentado por políticos y agentes sociales, con el patrocinio
de quien les financia, es como una olla a presión. Los políticos, que son la
cara pública del sistema, hacen su papel. Prometen en campaña cosas de las que
no se acuerdan ni antes ni después de las elecciones. Es entre el pueblo donde
la confrontación aumenta. Otro ejemplo perfecto de ello es Cataluña, donde
familias y amigos rompen su relación por causa de la política. O, mejor dicho,
por dejarse arrastrar por políticos interesados que sembraron la semilla del
odio hace décadas, que regaron y abonaron la planta, y que ahora recogen los
frutos de un zarzal en el que los catalanes están enredados y que parece imposible
de desarraigar. Pero en el resto de España la situación no es muy distinta
respecto a tal ambiente. Las encuestas arrojan resultados incomprensibles para
cualquier persona coherente, y nos presentan una mayoría del PSOE, cuyos mayores
y casi únicos méritos son haber arruinado a la nación en dos ocasiones y haber
institucionalizado la corrupción desde la época de Felipe González, mientras
que los resultados de los partidos de derechas, si los confrontamos con lo que
la gente opina en la calle, son tan delirantes como el programa económico
de Podemos.
Ante semejante panorama,
¿no cabe preguntarse si el crecimiento de Vox en las encuestas y sus anteriores
resultados en las elecciones andaluzas es por el hastío de buena parte de los españoles,
o por el contrario será otro medio de disidencia controlada?
Yo estuve en Vox, cuando
éste era un partido recién fundado y liderado por Vidal-Quadras y González
Quirós entre otros. Bien pronto pudimos comprobar no pocos militantes y
simpatizantes que el personalismo y codicia comenzaban a abrirse paso en un
proyecto en el que muchos ilusionados creímos y del que acabamos por saltar en
marcha, cuando la falta de democracia interna y la ocultación de datos
comenzaban a recordarnos demasiado a las habituales maniobras internas y
traiciones de los socialistas y los populares en sus propios partidos.
Vidal-Quadras y González Quirós se retiraron también, y Vox empezó a a parecerse
demasiado a un partido del sistema.
Hoy por hoy, yo aún no
creo en ninguna encuesta. Ni creo que el PSOE vaya a obtener tantos votos, ni
que Vox quede por debajo de podemos, como le gustaría a la izquierda y sus
medios serviles. Pero puedo estar equivocado.
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