Puede escuchar el texto al final del artículo
En el mundo de la política
nada es lo que parece. Lo que vemos es lo que nos presentan los medios de
comunicación que sirven al sistema. Un mundo de ideologías encontradas, de
intereses económicos que las dirigen, de cierto glamour, de obediencias, de
servidumbres y de codicia, de pocos aciertos y de muchas decepciones. Todo eso
está más o menos expuesto, no tanto por la transparencia de los diarios e
informativos, sino porque todos los hechos tienen consecuencias, y las
consecuencias de los hechos de la casta gobernante quedan a la vista de todos
tarde o temprano.
En ese mundo corrompido en el
que la obediencia al poder es garantía casi infalible para mantenerse en el
puesto, Albert Rivera era un estorbo desde hace meses. Rivera debía caer. Rivera
tenía que caer. Y después del descalabro de la jornada electoral era el momento
apropiado.
No fue casualidad que, durante
el último medio año antes de las elecciones, Rivera sufriera el acoso de los
medios que poco antes le habían apoyado durante largos años. El partido naranja
y su líder, para esos medios de información, siempre obedientes a la voz del
amo globalista y arcoíris, eran el ideal de regeneración frente a los
anquilosados y corruptos PP y PSOE. Una formación política joven, nacida en la
Cataluña de la lucha contra el independentismo, que se atrevía a arrojar la
corrupción a la cara a los grandes partidos al mismo tiempo que abanderaba el
estandarte de la ideología de género sin caer en el izquierdismo rancio. Eran
el chico de Soros (uno de ellos) y su naranja mecánica. El equipo perfecto para
atraer a los millones de votantes hartos de lo azul y lo rojo.
Pero Albert tenía que caer. Al
Amo Soros no se la juega nadie a quien él haya subido a lo alto, y permanece
arriba como si nada. Con el tiempo resultó que el enconamiento de Rivera contra
el PSOE no era postureo. No estaba dispuesto a seguir las órdenes del Amo para
pactar y llevar al gobierno al secretario general de un partido socialista
enfangado hasta la cabeza en la corrupción, aunque ideológicamente, el pacto
PSOE-Ciudadanos propuesto por el indeseable George Soros era viable porque
ambos partidos tenían más en común de lo que la mayoría de la gente supone.
Rivera no atendió a las
señales. No las vio, o no las quiso ver. Desobedeció las instrucciones del
especulador húngaro de apoyar al PSOE e ignoró el primer aviso: el apoyo
incondicional de aquellos medios ya no era tan incondicional. Incidían entonces
en lo que apenas habían hablado antes. El “veletismo” de un partido que comenzaba
a ofrecer una imagen de incoherencia que afectaba a Rivera, a su gabinete y a
la mayoría de sus políticos en las comunidades autónomas donde, mediante pactos
a izquierda y derecha, tenían opciones de gobierno. Y si hay algo que disgusta
al electorado español es la indecisión, porque los españoles prefieren votar a
lo malo definido antes que a lo que aún está por definir. Hasta el fiel Pedro
J. Ramírez que estrenaba parienta globalista, y Jiménez Lospanchos, el
pseudo-liberal pescador de subvenciones peperas, empezaban a darle sonoras
bofetadas desde las tertulias de EsRadio.
Albert ignoró también a la
disidencia interna naranja activada por Soros. Que nadie se engañe. No puede
ser casualidad que varios de esos disidentes, que reclamaban a Albert Rivera
mayor entendimiento con el PSOE y más distanciamiento con el PP, fueran de la
línea globalista preferida por el especulador multimillonario. Dos malos
enemigos para un político que pretende seguir en el poder. Prensa hostil y
antiguos compañeros decepcionados.
Y el laminado de Rivera en los
diarios y televisiones del globalismo continuó. En lo político y público y en
lo personal. De niño mimado y esperanza política había pasado en cuestión de
semanas a ser un lastre para la gobernabilidad y el novio huidizo de una famosa
cantante con cierta mala leche. No importa que se les fuera la mano a esos
medios y ayudaran con todo éxito a dejar a Ciudadanos en el chasis. No les importaba a ellos, y menos aún a Soros,
porque si España no había querido la “opción moderada” de dominio globalista,
iba a tragar con la opción radical, si todo salía medianamente bien en las
elecciones generales del 10-N.
No todo salió bien en las
urnas, pero el resultado fue suficiente. El PSOE había perdido pocos escaños,
al igual que Podemos. Urgía amarrar un pacto de gobierno rápidamente para poner
en marcha el Plan B del radicalismo comunista y arcoíris, dado que el Plan A de
la socialdemocracia de socialismo encubierto y también arcoíris se había ido al
traste. Y en esas estamos, mientras que Rivera ya ha sido masticado y escupido
por el universo Soros y sus indeseables y bien pagados lacayos. La pérdida de
escaños no habría sido tan espectacularmente demoledora si Albert Rivera
hubiera sido más coherente. Muchos de los votantes que emigraron a Vox se habrían
quedado en Ciudadanos si Rivera no hubiera sido tan obtuso en no pactar nunca
con Vox y pedir al PP que hiciera de intermediario. Muchos de los votantes de
Ciudadanos no se habrían precipitado en volver al traidor PP Si el enamorado
Albert se hubiera definido de una vez y no hubiera jugado a la incógnita. En
cualquier caso gana Soros y los globalistas. Y si Ciudadanos no anda listo,
acabará viviendo la misma situación de colapso de UPyD, aunque por motivos bien
diferentes.
Lejos quedan los días en los
que los chicos de Rivera se frotaban las manos, y alguno brindaba, cuando al
partido de Rosa Díez lo dejaron en cuadro, más que nada para dar un aviso a
navegantes. Hoy Albert Rivera es historia, Y Pedro doctor-fraude Sánchez se
alegra por ello. Posiblemente Sánchez es consciente, o quizás no, de que el día
que deje de comportarse como un tipo sin principios y decida hacer algo bueno
por España acabará catapultado al abismo de una patada globalista en sus socialistas
posaderas. Trabajar para el mal común puede convertirte en rico y famoso, pero
traicionarlo nunca, nunca, trae buenas consecuencias.
0 comments:
Publicar un comentario
Cualquiera es libre de opinar aquí. Pero quien opine será responsable de sus palabras.