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España presume de ser un país de profundas
tradiciones. Seguramente esto sea parte del atractivo que no pocos turistas
desean encontrar cuando viajan por nuestro país. La gastronomía, las fiestas
religiosas católicas, ciertos espectáculos…
Sí. Ciertamente España es un país de
tradiciones. Y una de ellas, también secular, es la ineptitud e inoperancia de
los gobernantes, condiciones estas solo equiparables a sus probadas capacidades
para manipular a las masas y expoliarlas con verdadera dedicación.
Según distintas agencias, varias embajadas han
remitido oficialmente sus quejas al Gobierno de España por la nula reacción de
éste ante la ya declarada crisis del coronavirus.
La gota que ha desbordado el vaso de la
indignación internacional ha sido la torpeza, cargada de electoralismo y no
poca malicia por parte del equipo de gobierno PSOE-Podemos al permitir y hasta
alentar las manifestaciones feminazis del 8M para que las ministras de turno,
junto con algún gay ministerial que posa como una señora mayor, pudieran
lucirse en primera fila rodeadas de pancartas con lemas aberrantes y nada
igualitarios. Y en esas fotos, como prueba de la desfachatez más absoluta de la
banda de desalmados que gobierna España, las mismas ministras que aseguraban
hace unos días que “esto del coronavirus” no era para tanto, han aparecido
cubiertas con guantes de látex, disimulados con el color morado corporativo del
feminazismo, para evitar contagios por contacto.
Francia, Italia, Alemania, Holanda, Portugal,
Suiza y Reino Unido han presentado sus quejas formales incidiendo especialmente
en el riesgo de que un contagio rampante provocado por la inacción y la
posterior inconveniencia de las medidas tomadas degenere en desbordamiento de
las fronteras españolas hacia el resto de Europa. Hasta aquí, lo que trasciende
de las comunicaciones oficiales de las distintas embajadas al gobierno de
España. Lo que no trasciende es que en Francia, (según una fuente del SDECE,
Servicio de Documentación Exterior y Contraespionaje) la Gendarmería, la inteligencia
civil y militar y el ejército, están preparando planes de contingencia
coordinados desde el gobierno francés para un hipotético caso de desbordamiento
de las fronteras españolas hacia el país galo causado por el pánico al contagio
del coronavirus. Y cuando se habla de “contingencia” no se contempla
precisamente una acción humanitaria de acogimiento de los que traten de pasar
al país vecino si se materializase la posibilidad del cierre total de España
para el tráfico de entrada y salida de personas y mercancías. Los planes
contemplan acciones de contención y rechazo frente a quienes serían tratados
como invasores si sucediera lo que se contempla como posibilidad en los planes
del gobierno galo.
Como se puede apreciar, la confianza del resto
de países europeos en España y sus gobernantes es nula. En realidad, no hay un
solo motivo para que conceda el más mínimo crédito a nuestras autoridades a la
hora de gestionar y resolver esta crisis; lo que es absolutamente comprensible
para cualquiera que haya asistido desde fuera al ridículo del Gobierno de
España en su empecinamiento por no querer ver y admitir la realidad y el riesgo
de lo que, ya a fecha de hoy, la ONU ha declarado como pandemia de coronavirus.
Mientras tanto, España ocupa desde ayer, 10 de
marzo, el quinto lugar en número de víctimas del coronavirus. 2.277 infectados,
entre los que se cuentan 183 enfermos recuperados y 54 fallecidos al momento de
escribir estas líneas. Lo que en el exterior ha sido evidente desde hace
semanas, en España se empieza a valorar desde hace apenas 7 u 8 días. Se ha
actuado muy tarde y muy mal. Existe descoordinación en sanidad entre las
distintas comunidades autónomas de un estado autonómico fallido y corrupto que
nunca debió haber sido organizado de ese modo, y la población, muy fácilmente
influenciable, se debate entre el pánico a la enfermedad, el temor al desabastecimiento
y la indignación ante la posibilidad de que sus fiestas católico-folklóricas
lleguen a ser suspendidas. Porque, no nos engañemos. La sociedad española en su
conjunto, que parece no haber cambiado tanto en las últimas cuatro décadas como
algunos pretenden hacernos ver, demuestra que le importa a partes iguales poner
en riesgo su salud como poder celebrar sus festejos. Así las cosas, ¿a alguien
le puede extrañar aún que España sea el hazmerreír del mundo?
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