
La campaña electoral de las últimas elecciones generales había empezado apenas un par de días. Yo pasaba por una de las calles antiguas cercanas a
Recuerdo que me impactó la imagen del cartel, pero no leí el texto inmediatamente. Mantenía mi vista fija sobre los detalles de aquella imagen. Un tipo disparándose en la boca, con la corbata desanudada y toda la composición en blanco y negro.
Lo primero que pensé fue que se trataba de alguna obra de teatro o alguna película. Y hasta ahí llegaron mis conjeturas. Reanudé la marcha y me dirigí hacia el despacho de un cliente, con quien había quedado para hablar de un proyecto.
Un par de horas más tarde volví por el mismo camino. Esta vez me entretuve en fotografiar el cartel. Me parecía desagradable, por supuesto, pero reconocía que, fuera lo que fuera lo que pretendía vender, el impacto visual estaba más que conseguido. Recordé que no había visto ningún otro de esos carteles por las calles que había recorrido anteriormente, por lo que me figuré que no se debió hacer una tirada muy numerosa. Lo que me sorprendió de veras fue el texto, una vez que me hube fijado en él. No se trataba de una estrategia comercial. Más bien era una declaración política en plena campaña electoral. O quizás fuese una declaración apolítica. O antipolítica. El caso es que, en aquellas calles del casco antiguo de Zaragoza, aquél era el único ejemplar que yo había visto, y hoy, que han pasado varios meses, sigue siendo el único que vi.
Varias semanas después de aquél día, fui a ver a mi amigo Fernando a su estudio. Había despegado un cartel idéntico al que yo había fotografiado y lo tenía enrollado en un rincón de la habitación.
- Te voy a enseñar algo que te va a sorprender – Me dijo.
Desenrolló el papel y me lo mostró. Recuerdo que estuvimos comentando acerca de la crudeza del dibujo, y de lo duro del texto que llevaba asociado. Ambos teníamos la misma incógnita. ¿Quién era el autor?
No figuraba el nombre de ningún partido ni agrupación, por lo que se nos hacía aún más extraño que alguien dedicara esfuerzo y medios a semejante reivindicación anónima. Pero el mensaje era demoledor:
Políticos*, hacednos el favor…
*especuladores, miserables, vendidos, usureros, cocainómanos, manipuladores, capitalistas… la democracia no nos hace libres.
Dejando a un lado lo desagradable de la forma, me llamó la atención el fondo del mensaje en sí. Hasta qué punto no habrá decepcionado la clase política, que hay quien no duda en manifestarlo de este modo.
No comparto en absoluto la forma de escenificar el mensaje, pero siento curiosidad por saber si en alguna otra localidad alguien vio también estos carteles durante los meses de la precampaña y la campaña electoral de las últimas Elecciones Generales, o si se trata de un fenómeno local aquí, en Zaragoza.
En cualquier caso, supongo que el efecto conseguido por estos carteles no habrá pasado de un mero efecto visual, además de que un blogger, como es mi caso, comente sus impresiones a tiempo pasado. Precisamente, si lo hago ahora, es con toda intención, para no darle ninguna notoriedad en periodo electoral porque no considero correcto que nadie pretenda influenciar o convencer usando estos sistemas. Pero tengo que reconocer que el sentir general, cuando oigo a la gente opinar sobre los políticos, difiere en poco de lo que transmite el mensaje.
Creo que nuestra sociedad necesita tener otra imagen de la clase política, pero antes, son nuestros políticos los que deberían limpiar su colectivo de arrivistas, aprovechados y populistas. Empezando por un extremo y acabando por el otro. Sin importar la tendencia, el color, el cargo o la presidencia que ocupen.
Esto último que acabo de plantear sí que es una idea utópica del manual del idealista.