
Durante unos años, prácticamente todo mi trabajo consistía en visitar centros de salud y hospitales de la provincia de Zaragoza y parte de las de Huesca y Teruel, para solucionar averías informáticas y de comunicaciones. Normalmente, este trabajo se desarrollaba de Lunes a Viernes, pero en un par de fines de semana por mes yo tenía que llevar un beeper de guardia para atender avisos puntuales que pudieran surgir en alguno de los hospitales de Zaragoza capital.
Durante esos fines de semana, en los que solo reportaban averías de cierta urgencia, los avisos de guardia solían ubicarse en la franja horaria de la mañana, normalmente desde las 9 hasta las 12 o la 13 horas. Yo accedía a tal o cual hospital directamente por urgencias, debido a que la localización de la avería solía estar precisamente ahí.
Era curioso ver cómo el tipo general de pacientes variaba con respecto al resto de la semana. En Sábado y Domingo, sobre todo en las mañanas, había menos pacientes, excepto en los meses de gripe. Lo que más llamaba mi atención eran los desgraciados casos de jóvenes borrachos o intoxicados con otras drogas.
Como padre y perteneciente a esa generación de adolescentes y jóvenes de los ochenta, cuando aún muchos de nosotros respetábamos a nuestros padres y familiares, no podía dejar de sentir incredulidad, espanto y lástima por niños de doce años, de catorce, de dieciséis, que llegaban completamente borrachos, alguno prácticamente en coma etílico.
Cuando me tocaba contemplar casos de ese tipo, cosa que sucedía en casi todas mis guardias, siempre me preguntaba “¿Dónde están los padres? ¿Qué hacen las autoridades respecto a este problema?”
Hace muchos años que existe un debate – que considero inútil por infructuoso – sobre los hábitos de los adolescentes españoles, el fracaso escolar, la permisividad de muchos padres y la facilidad del acceso a alcohol y otras drogas. Creo que dicho debate, con el transcurrir del tiempo, ha conformado dos posturas, con mayores o menores radicalismos en cada una de ellas.
Por un lado están, estamos, los que defienden la necesidad de volver (si es que aún estamos a tiempo) la mirada a los valores tradicionales de la familia, el respeto a los mayores, el esfuerzo y aplicación personal, el incentivo a niños y adolescentes para primar la excelencia, el orden y la diligencia en el estudio y en el trabajo, la educación en todos sus aspectos. Frente a esta posición, quienes se han ocupado durante muchas décadas de convencer a la sociedad de que los valores antes citados son cosa del pasado, de la derecha rancia, del franquismo y del sistema social opresor, proponen sus propios argumentos revestidos de un aspecto “festivo” que, inexorablemente, ha dado sus propios e inevitables frutos, ante los que dicha sociedad se mantiene ciega y sorda mientras sus muros se derrumban y sus cimientos se cuartean sin remedio.
Han pasado ocho años desde que dejé de atender avisos para INSALUD. Ya no tengo ninguna vinculación con hospitales ni centros de salud, pero leo y escucho que, durante los fines de semana de hoy día, se han multiplicado los casos de etilismo y otras intoxicaciones en edades tempranas con respecto a los del año 2000.
Ayer leí un comentario sobre los resultados de una encuesta, en la que una amplia parte de los adolescentes españoles ven como algo normal, deseable y no peligroso, consumir drogas y alcohol con moderación. Esto es muy grave. Y, además, cualquiera sabe que la moderación es una característica escasísima entre los adolescentes.
El sistema educativo ayuda en buena medida a socavar los cimientos antes referidos del hogar, debido a los conceptos cada vez más erráticos, politizados y alejados del concepto familiar y social que deberían ser la base principal del crecimiento y preparación del individuo. Dicha base existe ya en minoría. Los niños aprenden bien pronto, y muchos padres tienen la culpa de ello, que lo más importante es el dinero, aunque se revista de buenos sentimientos puntuales para acallar la conciencia.
Los medios de comunicación contribuyen cada vez más, hasta el punto en que se han convertido en la herramienta principal y más hipócrita de este movimiento de manipulación de nuestros jóvenes, en aleccionarles y prepararles para la desobediencia y la rebeldía. Y lo hacen con un marketing agresivo, pero revestido de tolerancia y modernidad, ya que de otro modo resultaría excesivamente agresivo para quienes aún tienen algún principio interno al que asirse.
Ayer también tuve oportunidad de ver siete veces el anuncio de una nueva serie juvenil de televisión que tratará sobre dos grupos musicales con, seguramente, un argumento predecible. Lo que no tiene desperdicio es la letra de la musica inicial, en la que las chicas que cantan aseguran que ya nadie les va a decir con quien salir, qué decir ni a qué hora volver. Todo ello acompañado de un ritmo pegadizo, al más puro estilo de hoy. Para que sea más efectiva, parece que se emitirá de Lunes a jueves, ambos incluidos.
Supongo que la serie, por muy exitosa que sea, no será ninguna novedad. Hace muchos años que las televisiones ofrecen series y animaciones que motivan a la infancia y juventud, creando modelos de desobediencia y desarraigo que se hacen presentes una y otra vez, día a día, en los canales de televisión y en los programas de éxitos musicales.
Lo que más me inquieta es que, habiendo conocido in situ aquellos desgraciados casos en urgencias, hace casi una década y que hoy dichos casos se han multiplicado por cuatro, es lo que tengamos que ver dentro de otros diez años, cuando esa generación esté ya en los treinta o los cuarenta, siendo la generación que, aunque solo sea por la edad, deberá ser la que sostenga, en buena medida, laboral y económicamente, a nuestra sociedad.