
No puedo evitarlo. A menudo viene a mi recuerdo una viñeta de Forges en la que un señor, desesperado de tanta corrupción y pillaje entre las clases dirigentes, se asoma a la cima de una montaña y, a voz en grito, chilla hacia el paisaje que tiene a sus pies: “¡¡¡chorizooooooos!!!”
A su lado, en una cesta de picnic a medio abrir, asoma desde un bocadillo un chorizo, con su chapita de calidad y todo, y le dice al excursionista: “¡oiga, sin faltar!”
En España hemos llegado a un punto en el que hasta las publicaciones de tantos casos de corruptelas parecen maniobras dirigidas a destruir a incómodos, a enemigos, a candidatos o a todo el que se ponga por delante. Como si la corrupción denunciase a la corrupción para seguir subsistiendo.
La clase política, la empresarial, la dirigente, han transmitido a los ciudadanos la sensación general de que aquí vale todo porque casi nunca pasa nada. Que el que es descubierto metiendo la mano en la caja es demasiado tonto por no saber disimularlo.
El pueblo busca sus propios héroes, como el juez Calatayud, que habla claro y no tiene miedo de llamar a las cosas por su nombre. Un juez que denuncia ante la sociedad las consecuencias, entre nuestros menores y jóvenes, de un sistema educativo débil y permisivo, de una estructura familiar atacada desde muchos frentes y de unos medios de comunicación que fomentan lo que más vende, que es a la vez lo que más desvía a nuestros adolescentes.
En Aragón, el juez
Pero, por cada buena noticia, aparecen otras muchas de “chanchullos”, “apaños” y abusos de posición. El descaro de quienes llegan a los puestos de poder y responsabilidad es exagerado, como exagerado es también el conformismo de muchos ciudadanos de este país incapaz de reaccionar ante tanta tropelía.
Hace bien pocos días, el Heraldo de Aragón destapó una más de muchas situaciones de abuso y uso indebido por parte de cargos públicos. La vicepresidenta de
Yo puedo asegurar que situaciones como esta son habituales. Y aseguro también que quienes tienen la responsabilidad de investigarlas no lo hacen hasta que algún periódico u otro medio las saca a la luz. Permítanme contarles otro caso. Uno de tantos en los que nunca pasa nada.
Zaragoza. Año 1990, aproximadamente. Un político con altas responsabilidades, con un puesto de los de despacho de lujo y coche oficial con conductor de esos que hace también las veces de sirviente personal para el político y toda su familia, tuvo que ser reprendido por su partido (partido que presume de defender los intereses de los obreros) y forzado a dimitir de su cargo porque los gastos de tarjeta visa oficial eran excesivos. Demasiadas comidas en restaurantes de lujo de la ciudad y alrededores. Demasiados gastos extras. Demasiada prepotencia, incluso con los de la base de su propio partido. Demasiada chulería hasta con el valiente policía local que le advirtió por estacionar reiteradamente el vehículo en zona prohibida, junto a un buen, clásico y desaparecido restaurante zaragozano.
¿Piensan ustedes que sucedió algo parecido a una expulsión del partido o la restitución de los gastos sin justificar? Por supuesto que no. Claro que el político dimitió, pero fue recompensado con otro puesto, en un organismo diferente. Los servicios prestados al partido pesaban demasiado como para prescindir del tipo.
Ahora vayamos al año 1999. Por cuestiones de trabajo, debo acudir al edificio de un organismo oficial que compete a varias comunidades autónomas. Durante tres semanas, cada día, mañana y tarde, estoy trabajando en este edificio para el acondicionamiento de ciertas instalaciones. Al cabo de unos pocos días de confraternizar con los conserjes, sobre todo con los del turno de tarde, cuando el edificio está vacío, vengo a enterarme de que en el ático existe un piso amueblado y preparado siempre para entrar a vivir. Está a disposición y alojamiento de los presidentes de este organismo oficial que no viven en Zaragoza. Es una medida que tiene su lógica.
Pues bien. El político del coche oficial, tarjeta visa, lsuculentas comidas y acusada prepotencia es ahora el presidente de dicho organismo oficial ínter autonómico. Vive en Zaragoza. Pero en más de una ocasión ha usado el piso de los presidentes para su uso personal, de madrugada, acompañado de algún amigo y unas cuantas señoritas de compañía. Todo esto dicho por varios de los conserjes a los que les tocaba hacer algún turno de noche y a quienes el político les largaba un sobre con una suculenta propina que, a buen seguro, también salía de una visa oficial.
¿Sucedió algo con este político? ¿Dimitió? ¿Rindió cuentas? No. Terminó su mandato tranquilamente.
Demos ahora otro salto en el tiempo. Regresemos a 2009. Este personaje ocupa ahora otro cargo de los de coche oficial con conductor y despacho de lujo. Sigue codeándose con lo más granado de la casta partitocrática y económica de la capital Aragonesa. Luce buenos trajes y un aspecto radiante. Viaja. Come poco en su casa, porque prefiere los buenos restaurantes. Nada le pesa en su conciencia. ¿Cómo podría pesar algo sobre otra cosa que no existe?
Ahora, la pregunta del millón. ¿Por qué ni siquiera la oposición se atrevió a denunciar en firme y solo protestaron en voz baja?
No seamos ingenuos. Como diría un buen amigo:
“Sí, hombre. Y que empiece a largar por esa boquita…”
¿No les sucede a veces como en la viñeta de Forges? ¿No sienten deseos de asomarse al pico de una montaña y gritar “¡¡¡chorizoooooos!!!”?